Guardia de cine: reseña a «El diablo sobre ruedas» (1971)

Título original: «Duel». 1971. 91 min. EEUU. Dirección: Steven Spielberg. Guión: Richard Matheson, adaptando su relato de idéntico título. Reparto: Dennis Weaver, Tim Herbert, Lou Frizzell, Jacqueline Scott, Eddie Firestone, Lucille Benson, Gene Dynarski

Insuperable bautismo de fuego por parte del entonces jovencísimo Steven Spielberg

Las carreteras son territorio fértil para que  los energúmenos campen libres. Tantos que es imposible no haber dado con uno de ellos con independencia del mapa. Diría que el 100% lo constituyen aquellos que te increpan y te adelantan de mala manera y punto, corriendo raudos y en post del siguiente giro donde estamparse contra el muro de contención u otros cosas igual de materiales y contundentes. En ocasiones, esos energúmenos encuentran a los de su misma especie y comienzan su particular duelo de idiotas donde ponen en riesgo mucho más que sus prescindibles vidas.

Ya sabéis a qué me estoy refiriendo.

Y David Mann, el protagonista de la ópera prima de un jovencísimo Steven Spielberg, tiene la desgracia de dar con el rey de los energúmenos o con la excepción que confirmar la regla en una cinta tiene muchos detalles a tener en cuenta y que darán pie al título con el que el de Cincinnati alcanzaría fama internacional: «Tiburón».

Mann es un hombre de mediana edad, que vive en una urbe californiana y que ha de coger su coche e internarse hacia el Este. Esto lo hace por la necesidad imperiosa de no perder la cuenta de un cliente, aún teniendo que dejar en casa a su irritada esposa, cuya corta aparición, en una rápida conversación telefónica, revela la fragilidad de David, quien está huyendo en realidad como un cobarde.

Pero la mala suerte se encapricha de David cuando se topa con un camión herrumbroso, una chatarra en descomposición, con una cabeza tractora de seis ruedas y una cisterna a remolque. Un mastodonte de la carretera que luce varias matrículas, quién sabe si arrancadas de los parachoques de sus anteriores víctimas. David adelanta al camión y su conductor, cuyo rostro nunca se ve en realidad, comienza a generar una obsesión enfermiza y asesina contra el urbanita que, con su cochecillo rojo, circula por “su carretera”.

Sería largo de describir todo lo que sucede, que en realidad es poco, aunque sirva para una película de casi una hora y media de duración, lo cual es increíble. Largo de describir son los hechos, pero no así la deriva psicológica en barrena del protagonista en este particular “duelo” ante lo absurdo de lo que está sucediendo. Para empezar debemos destacar el apellido, Mann, una derivación de “hombre”, digamos que como ser racional, que se ve obligado a enfrentarse, con todas las de perder, a una fuerza descomunal e ilógica. Y ese absurdo en el actuar del camionero se transfiere de una manera más desatinada a Mann cada vez que intenta buscar ayuda o enfrentarse al peligro en presencia de otras personas: los ejemplos del bar de carretera y del autobús escolar son evidentes.

Y el sol, la soledad del desierto, la imposibilidad de contactar con la civilización, de poder esconderse, hacen mella en un hombre de ciudad, normal y corriente, que no es nada ante un elemento hostil en lo que se supone que es un viaje de negocios normal y corriente por carreteras rurales.

No sorprende nada que la película surja de un relato y guión del gran Richard Matheson, quien nos legó «Soy leyenda», de un drama que es una historia de terror costumbrista. Y dije antes que tiene notas que Spielberg apuntaría para «Tiburón» (aunque ésta siempre será una opinión personal, acertada o no), porque encuentro muchos paralelismos entre ambas obras fílmicas. ¿Acaso no es la lucha de los simples hombres contra una fuerza incontrolable, con un instinto asesino que viola la propia Naturaleza? ¿Acaso no está presente la soledad e incomunicación dominantes del medio (desierto/mar)? ¿Acaso no encontramos en ambas películas la misma incapacidad del protagonista para hacerse oír y alertar del peligro? ¿Acaso la victoria final no es igual de desesperada?

Sí. «Tiburón» se inspira en la novela «Jaws», de Peter Benchley, pero existe una misma inclinación del director para retratar lo que, en definitiva, es una misma historia pero con distintos elementos que conducen a una única narración.


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