Guardia de televisión: reseña la serie de animación «Paranoia Agent» (2004)
Argumento a caballo entre lo psicológico y lo sobrenatural que se termina configurando como el retrato de una amenaza que puede convertirse en cíclica ante nuestra urgencia por huir de los problemas y las responsabilidades
Llevaba un tiempo detrás de esta corta serie de anime, alentado por el afán de no dejar piedra sobre piedra y agotar toda la obra firmada por el genial y tristemente fallecido Satoshi Kon (46 años). Y como en demasiadas ocasiones, he llegado al punto final de una historia del director y guionista japonés de la que creo que apenas he llegado a rascar la pintura superficial.
A lo largo de trece episodios, no siempre lineales con la presentación argumental, se nos describe una sucesión de extrañas agresiones registradas en las calles de Tokio; una oleada de ataques por parte de un individuo que se le describe como un adolescente con gorra de visera, patines en línea dorados y un bate de béisbol metálico abollado: “El Chico del Bate”.
Todo da inicio con Tsukiko Sagi, una joven y taciturna diseñadora gráfica que es la “madre” de Maromi, un perrito rosa animado que está haciendo furor en todo el país. Los productores están exigiendo la creación de una nueva mascota para seguir llenando sus cuentas con millones de yenes, no vaya a ser que el tirón de Maromi se agote. Pero Tsukiko está bloqueada. Cada nuevo diseño que comienza en la pantalla de su ordenador lo borra nada más esbozar las primeras líneas y la presión amenaza con afectarla. Necesita una salida, aunque sea momentánea, y ésta se la propicia un vándalo en patines una noche cualquiera, en un aparcamiento sin nombre.
La noticia de la agresión a la creadora de Maromi corre como la pólvora por las calles y los televisores de Tokio. Levanta ampollas la descripción del atacante. La Policía y los compañeros de trabajo de Tsukiko ponen en duda su versión, hasta que un periodista, también acosado por los problemas y la responsabilidad, y que espera obtener una primicia forzando la confesión de la diseñadora, es golpeado por “El Chico del Bate”.
A partir de entonces, seguimos un hilo con nudos de los que cuelgan distintos personajes interrelacionados y que viven variopintas situaciones a los que “El Chico del Bate” “libera” de cierto modo: desde el chaval que pierde la popularidad en el colegio por tener unos patines dorados y un bate, al policía corrupto que ha tensado demasiado su relación con la Yakuza local, desde la chica con doble personalidad (profesora mojigata de día, prostituta ninfómana de noche), a una adolescente que descubre una cámara en su dormitorio a través de la que su padre la espía. Pero Kon acciona una especie de interruptor con el que revienta, una vez más, las paredes contenedoras de la realidad y lo hace con la detención por parte de la Policía de un sospechoso en un episodio demasiado surrealista, al que lo siguen otros tres bastante curiosos y particulares, con unos suicidas que no son capaces de matarse, unas cotillas de urbanización que todo lo achacan al agresor del bate y un equipo de animación de la serie televisiva de Maromi que tiene muchas dificultades para entregar el producto a tiempo. Los límites de la realidad quedan anulados por medio de escenas que nos recuerdan a la fuerza a las fantásticas y muy recomendables «Perfect Blue» y «Paprika» (Satoshi Kon, 1997 y 2006 respectivamente), en las que lo onírico y lo ficticio truncan el normal desarrollo del devenir del mundo de los despiertos.
A fin de cuentas, son historias que son afluentes de una idea general que se le fueron ocurriendo a Kon a lo largo de varios años y que se vio incapaz de introducir en sus otros proyectos.
La paranoia se expande por las calles y se plantea la tesis de que una persona o grupo de personas sea capaz de hacer materia lo que no deja de ser una idea o un producto de la imaginación, tanto como para armarla con un bate de béisbol y sea capaz de agredir, incluso mortalmente, a una serie de víctimas que, en cierto modo, desean cruzarse con tan misterioso atacante. Algo a medio camino entre lo psicológico y lo sobrenatural que se termina configurando como una amenaza que puede convertirse en cíclica ante la necesidad de todos de huir de los problemas y las responsabilidades.
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