Guardia de televisión: reseña de la primera temporada de «El Eternauta» (2025)
La serie que demuestra que no todos los apocalipsis son iguales
Sé de la existencia de El Eternauta desde hace mucho tiempo, desde aquellos años de adolescencia en los que mi ánimo se inclinaba más por el dibujo que por la palabra escrita.
Llegó a mis manos un libro fotocopiado sobre el mundo de la historieta: el típico título de apoyo para principiantes y curiosos, donde se hacía un repaso histórico y se mostraban técnicas narrativas y de composición.
El autor, cuyo nombre soy incapaz de recordar (al igual que el título del libro), siendo como sospecho hispanoamericano, se servía varias veces de la obra de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López como ejemplo, gracias a la fuerza narrativa de sus imágenes encapsuladas en sus viñetas.
Sin embargo, aún no he tenido la ocasión de leer El Eternauta, una de las obras cumbre no solo del cómic argentino, sino del cómic mundial. Escrita, dibujada y publicada entre 1957 y 1959 en la mítica Hora Cero (editorial Frontera), su eco llega con fuerza hasta nuestro presente. Pero para escribir la reseña de esta serie, me he empapado con generosidad con artículos y exposiciones de este hito de la cultura popular argentina.
Esta serie tardó años en ver la luz. Existieron varios proyectos, incluido el de filmar una película, pero se tuvo que esperar a que Netflix aflojara el dinero para que Bruno Stagnaro realizara esta revisión del clásico, fiel a su espíritu, pero adaptado a nuestros tiempos, y con una tecnología revolucionaria, creando cine de verdad acompañado de una excelente BSO. Obviamente, la Argentina y el mundo de la década de 1950 no son los mismos de hoy. Existen otras inquietudes, otros problemas, y se da más peso a ciertos personajes que Oesterheld se limitó a presentar como meros figurantes. Se refuerza así el mensaje del héroe colectivo: todo el mundo tiene algo que aportar, tanto en el drama como en la supervivencia.
La serie cuenta además con Ricardo Darín, el actor argentino con mayor proyección internacional, quien interpreta a un Juan Salvo distinto al del cómic. En concreto, me ha gustado —y mucho— que este Salvo sea un veterano de la Guerra de las Malvinas, aún traumatizado por lo que vivió en el conflicto.
A la zaga va César Troncoso, quien interpreta a Alfredo “Tano” Zavalli, el mejor personaje de todos los que hemos visto en la serie. Es aparecer en pantalla y sentir que domina la situación incluso más que Juan Salvo, quien en esta relectura solo avanza para encontrar a su hija en medio de la nevada mortal. Pero Juan Salvo, como todos sabemos, es El Eternauta.
El resto del reparto también merecería un análisis detallado, como Omar (personaje creado para la serie e interpretado por Ariel Staltari, quien pasa de provocarnos irritación a despertar empatía), Ana (la esposa del Tano) y muchos otros que, por desgracia, no tengo tiempo para abordar aquí, pero que sorprenden, ya que ayudan a que la serie te golpee sin parar, a pesar de que su desarrollo se ha tachado de lento. Pero tal lentitud permite que se filtre el terror. Un terror cósmico, lovecraftiano en su concepción: los seres humanos somos insignificantes ante un poder que sobrepasa todo lo concebible, a medida que la nevada da paso a los cascarudos, y estos a los hombres-robot, cuya existencia solo conoceremos al final del último capítulo (al igual que sus titiriteros: los manos). Pero su aliento se nota desde su primera aparición, con esos desaparecidos que reaparecen sin explicación, como sucede con la hija de Salvo y con Lucas, cuyas caracterizaciones han cambiado radicalmente con respecto al cómic.
Me uno a las miles de voces que han reseñado positivamente esta serie, de la que, para nuestro regocijo, tenemos una segunda temporada confirmada (lo cual se agradece, porque apenas hemos visto el núcleo de la trama). Y no soy capaz de entender a quienes desprecian este producto o lo califican muy bajo.
Esta serie nos plantea una vez más un apocalipsis al que el ser humano ha de adaptarse. Podría parecer un título más, a la sombra de The Last of Us, por ejemplo, o de cualquiera de las producciones repetitivas de zombis. Sin embargo, ésta sí me ha dejado pegado al asiento, devorando minuto tras minuto y lamentando su escasa duración (y también que muchas veces no se entienda lo que dicen los personajes, algo que no remedié activando los subtítulos y que tampoco solucionaría con el caso de los modismos).
Ojalá no tengamos que esperar tres o cuatro años para disfrutar de la segunda temporada.
La fuerza de El Eternauta radica en plantear un escenario postapocalíptico distinto, tanto en su presentación como en el desarrollo de los personajes. Comienza con una nevada inocente en apariencia, que resulta ser tóxica y que precede a una invasión alienígena cuyos responsables nunca mostrarán el rostro. Y, al contrario de lo que es común en este tipo de relatos —con un héroe individual—, Oesterheld decidió que el héroe fuera colectivo, pues uno solo no puede salvarse si no es con la ayuda de los demás. Si no somos capaces de superar nuestras diferencias, estamos condenados a la extinción.
Este mensaje rotundo, escrito hace casi setenta años y en plena Guerra Fría, es lo que resume El Eternauta. Un mensaje que, no obstante, ha tomado por sorpresa a ciertos argentinos que, ante los avances promocionales y el estreno de la serie, han soltado estupideces variopintas. Youtubers e influencers de ambos lados de la línea de crujía han patinado de forma espantosa: los de derechas, señalando que la serie contiene un mensaje de izquierda radical o que la propia izquierda está politizando el producto; y los de izquierdas, regocijándose porque parece que a los “de enfrente” les resquema el concepto del héroe colectivo (la unión hace la fuerza) y hacen suyo todo el universo de El Eternauta como advertencia contra los totalitarismos, enfatizando la tragedia de la familia Oesterheld durante la dictadura cívico-militar de Videla o Proceso de Reorganización Nacional. Es más, llegan a afirmar que las desapariciones se produjeron por culpa de El Eternauta, publicado veinte años antes, lo cual no es cierto.
Tanto unos como otros son una panda de borregos pasados de frenada.
Conviene recordar que El Eternauta comenzó a publicarse en 1957, durante dos años y en plena dictadura cívico-militar de la Revolución Libertadora (de signo antiperonista), que derrocó al presidente constitucional Juan Domingo Perón. Este periodo, que se extendió entre septiembre de 1955 y mayo de 1958, estuvo dominado ideológicamente por el anticomunismo y el nacional-catolicismo.
En aquellos años, Oesterheld se sirvió de la ciencia ficción —como otros grandes del género— para hacer una amarga crítica política, social, económica y moral de su tiempo. Gracias a los extraterrestres, los monstruos, etc., cualquier autor podía sortear la presión de la censura estatal (o también para servir a los intereses del propio Estado). Pero es muy exagerado afirmar que Oesterheld estaba “vaticinando la dictadura militar de Videla”, sobre todo cuando no se perdió detalle de ninguna de las seis dictaduras que vivió Argentina durante el siglo XX. También es exagerado aseverar que Oesterheld, sus cuatro hijas y sus dos yernos fueron represaliados por el régimen Videla a causa de un cómic con veinte años a las espaldas y de sobra conocido a nivel popular. Es una exageración porque lo que sí sucedió es que las hijas estaban profundamente comprometidas con la militancia política, y su padre se integró en Montoneros (organización político-militar peronista de izquierda), en su sección de prensa y propaganda, utilizando El Eternauta como herramienta de denuncia política, así como guionizando cómics biográficos sobre figuras como Ché Guevara y Evita Perón, lo cual provocaba una gran preocupación a su mujer, Elsa. Fue en esa época cuando escribió una revisión de El Eternauta (con Alberto Breccia como ilustrador) para la revista Gente y El Eternauta II en la clandestinidad, publicándolo en Skorpio. En esta segunda parte, Oesterheld volvió a contar con Solano, quien no se sentía cómodo con los guiones, pues su contenido era ciertamente peligroso en un clima político como el que azotaba Argentina en aquellos días.
Lo extraño de todo es la deriva política de Oesterheld, quien pasó de ser antiperonista a peronista de izquierda, defensor de la lucha armada.
Así que no tomemos atajos: la historieta de 1957–59 no es explícitamente política, a diferencia de la revisión y su continuación, ya en los años setenta, en las que se manifiesta claramente una ideología de izquierda, antiimperialista y anticapitalista. El nuevo Eternauta plantea un Juan Salvo comprometido políticamente, un militante de pro, perdiéndose, por lo visto, mucho del espíritu original de la primera versión, algo más apolítica en su presentación.
Lo cierto es que El Eternauta original rezuma una crítica soterrada contra el intervencionismo, la paranoia y la deshumanización provocada por el autoritarismo, con independencia de su signo político.
Esta primera temporada dista mucho de ser una manifestación política, en ningún sentido. Salvo y sus amigos pertenecen a la clase media y se muestran indolentes ante los problemas sociales que los rodean hasta que la nevada mortal destruye diferencias. Pero de ahí a dogmatizar que el mensaje del héroe colectivo es ahora un mensaje de y para la izquierda, me parece absurdo pues, como ya dijo alguien, el horror nos puede golpear a todos sin distinción.
Oesterheld manifestó en una de sus últimas entrevistas (para Radio Belgrano, en 1976), que El Eternauta era una historieta donde había esperanza para la humanidad. No voy a discutir esas palabras grabadas en audio y que se pueden encontrar fácilmente, sin embargo yo no creo que exista esa esperanza por ningún lado. El título en sí hace mención a un hombre condenado a vagar eternamente por distintos planos temporales en los que la invasión se repite una y otra vez. Creo que Oesterheld daba a entender en realidad que la Argentina que él conoció seguiría siempre una senda en espiral en la que una dictadura seguiría a la anterior, sin solución. Un régimen autoritario, al caer, daría paso a otro más brutal y menos sutil.
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