Guardia de cine: reseña a «El conde Drácula» (1970)
La nota que le podemos dar a la película no es muy alta, más bien pobre, pero tiene el detalle brillante de ser fiel a la novela de Stoker
«El conde Drácula», con el propio Franco al guión, tiene como atractivo que es la primera adaptación fiel de la obra literaria de Bram Stoker (así se anuncia al comienzo). Entonces fue la única y es posible que aún siga ostentando tal marca. Y, a decir verdad, sí podemos decir que es una cinta muy fiel a lo que escribió Bram Stoker, pero cuenta con la desventaja económica ya referida en el anterior párrafo: es la forma más fiel pero también la más rápida y más barata de contar (a pesar de ser una producción internacional), la historia del vampiro por antonomasia, y esto se traduce en la necesidad de algunos cortes. Por supuesto, nada de correrías por Londres, y es que el conde Drácula lo más lejos que llega es a Budapest a través del Danubio (razón aquí que nos hace agriar el gesto de por qué un abogado londinense, Jonathan Harker, se dedica al mercado inmobiliario húngaro), no hay travesía abordo del Démeter, como tampoco una trepidante carrera hasta los Cárpatos tras la pista del vil príncipe de las tinieblas para salvar a Mina Harker y acabar con el Mal.
Fiel sí, o es me parece al tirar de memoria, pues hace muchos años que devoré la novela del insigne irlandés, pero muy ligera. Comienza muy al detalle y luego se pasan las páginas a una velocidad de vértigo y con poco cariño (no sé si aquí merece comentarse las veces que se ven las sombras de los cámaras en las paredes por un fallo de iluminación). Y se tropiezan con las cosas más incomprensibles, como el casi sacar de la acción al profesor Van Helsing.
Lo más provechoso de la cinta es ver una vez más a Christopher Lee encarnando un personaje con el que no temía quedar encasillado, por lo visto. Para cuando participó de este rodaje llevaba ya unas cuantas películas estrenadas haciendo de Drácula (y aún le quedarían unas cuantas más), con la salvedad de que, quizá para que tuviera un aire al personaje real inmortalizado en el famoso cuadro, luce un bigote. También porque vemos en escena a Klaus Kinski como Renfield (aunque no pasa de los gruñidos), y a la preciosa Soledad Miranda interpretando el papel de Lucy (así como la no menos hermosa María Rohm, como Mina).
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