Guardia de cine: reseña a «Akira» (1988)

Título original: «Akira». 1988. 124 min. Japón. Dirección: Katsuhiro Otomo. Guión: Katsuhiro Otomo, Izo Hashimoto; manga de Katsuhiro Otomo

Antes de que el Studio Ghibli produjera la maravillosa «El viaje de Chihiro» (2001); antes incluso de que Mamoru Oshii dirigiera la fascinante «Ghost in the Shell» (1995), se dio a conocer un título procedente del País del Sol naciente que nos acuchilló la retina, acostumbrada a que desde tan lejanos parajes solo nos llegaran las historias de Marco, Heidi, Mazinger Z y paramos de contar; como si no existiera un mercado más adulto. Y ese título fue «Akira»

Tengo el vago recuerdo, no sé si inventado, de admirar un cartel de esta película en una marquesina, una de tantas, situada en la Gran Vía de Bilbao, en un momento no identificado de comienzos de la década de 1900. Difícil resultaba no quedar impresionado por ese enorme Kaneda que se eleva sobre un skyline futurista, arma de rayos en mano, bajo la leyenda incontestable de “Neo Tokio está a punto de E-X-P-L-O-T-A-R”. Por entonces no alcanzaba la edad mínima para visionarla y no sé si aquel anuncio era del estreno en cines o en el mercado del VHS. No tuve la oportunidad de chuparme sus dos horas de metraje hasta llegados mis años universitarios, aquellos en los que un colega me pasó una copia pirata en Xvid (estábamos en los alegres tiempos en los que Internet se asomaba a la velocidad de un Mb/s). Y lo flipé, aunque la pérdida de control de Tetsuo en el estadio olímpico me produjo cierto malestar estomacal que duró hasta bien entrados los títulos de créditos (soy así de fino). Lo flipé tanto que no me enteré de nada. Pero el gusanito se me había colado por la nariz hasta el cerebro y me obligó a que no olvidara jamás esta obra.

Luego tropecé con el monumental manga de Katsuhiro Otomo para descubrir que su historia no estaba terminada en 1988 y que la cosa iba a mayores en el soporte papel pues, cuando Akira despierta, da comienzo una segunda parte muchísimo más interesante con un Tetsuo que la sigue liando parda (como cargarse media Luna), y un Kaneda no quedándose atrás (como cuando va en tanque), en un Tokio post apocalíptico y aislado del resto del mundo.

Para los despistados, el argumento de «Akira» da comienzo en el verano de 1988, cuando lo que se afirma que fue una bomba nuclear estalla en el centro de Tokio, dando pistoletazo de salida a la tercera guerra mundial. Pasados los años y en plena posguerra, en 2019, sobre la bahía de Edo se alza Neo Tokio, una metrópoli gigantesca de edificios vanguardistas, rajada por carreteras y autopistas, con la esperanza por un futuro prometedor, pero afeada por la suciedad y la corrupción. Una urbe que es el campo de batalla de bandas de moteros, un pequeño dolor de cabeza para las fuerzas de seguridad que se ven acorraladas por los constantes atentados terroristas. Escasos minutos sirven para presentar, con toda su fuerza y violencia, a los personajes que centran la acción, como son el líder de la banda, Kaneda, fanfarrón y algo payaso, pero que cae bien, y Tetsuo, un segundón siempre a la sombra de un sobreprotector Kaneda, hasta el punto de llegar a confundir demasiadas cosas cuando adquiere un poder sobrenatural al irrumpir en su vida un niño con aspecto de anciano y cuya vida y habilidades son propiedad del Ejercito. En un futuro para el que Katsuhiro Otomo acierta que Japón organizaría las Olimpiadas de 2020, se presencia lo que podría entenderse como un salto evolutivo de la Humanidad (y del anime, ya de paso), hacia una condición que solo se puede etiquetar de divinidad, pero de cuyo origen se desconoce todo, cerrándose la trama en la película de forma tan abrupta como ininteligible obligando a leer un manga que entonces estaba inacabado.

El impacto que recibe el espectador viendo «Akira» hoy es el mismo que recibiría hace tres décadas, abrumado por los efectos y los fondos vertiginosos que se hicieron todos a mano. Esos edificios de miles de ventanas iluminadas una a una por un artista con pincel, o el efecto de las luces a alta velocidad… Detalles artesanales y únicos que costaría lo suyo incluso a 2022 repetir con la ayuda de programas informáticos de animación, y que son un calco perfecto de las virtuosas viñetas de Otomo, con sus horizontes arquitectónicos imposibles y profusos en conductos, cables y maquinaria viva, mientras se desarrolla su drama con el que critica muchos aspectos del sistema organizativo nipón, desde la educación al ejército.

Habría sido genial que no hubieran cerrado el anime y que pudiera haberse trasladado la segunda parte contenida en el manga (una serie habría sido brutal), pero «Akira» sigue vigente como título revolucionario del género de ciencia-ficción y de la animación.


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