Guardia de cine: reseña a la película «El hombre de las mil caras» (2016)

Título original: «El hombre de las mil caras». 2016. 123 min. España. Dirección: Alberto Rodríguez. Guión: Alberto Rodríguez, Rafael Cobos, libro de Manuel Cerdán. Reparto: Eduard Fernández, José Coronado, Carlos Santos, Marta Etura, Luis Callejo, Emilio Gutiérrez Caba, Tomás del Estal, Israel Elejalde, Pedro Casablanc, Enric Benavent, Christian Stamm, Philippe Rebbot, Alba Galocha

Un argumento que nace de la adaptación libre del libro «Paesa, el espía de las mil caras», de Manuel Cerdán, y que podría haber sido una película de espías, pero que termina en una de encantadores farsantes que se llevan toda la pasta, aunque no al nivel de simpatía de los once de Ocean

Luis Roldán fue uno de los rostros con nombre propio de la España de la década de 1990. Un tipo que se elevó hasta lo más alto de la cúpula de mando de la Guardia civil y que protagonizó un escándalo tal que arruinó muchas carreras políticas y puso en jaque al gobierno de la nación. Aunque yo, como por aquella era un niño, apenas recuerdo nada de todo esto, salvo la sorpresa de mis padres porque un tío se burlara de todos, incluso inventándose títulos universitarios, y controlase una institución como la Guardia civil y la lucha antiterrorista. Otro recuerdo que tengo es el chiste del entonces dúo cómico Martes y Trece que, haciendo suya la canción de los anuncios de Turrones El Almendro, entonaba: “Vuelve… a casa vuelve… Vuelve, Roldán”, pues el amigo se había largado al extranjero con mil y pico millones de pesetas (nada comparado con lo que se roba en la actualidad), y era el hombre más buscado del planeta.

Pero, en un segundo plano, estaba un individuo más singular que respondía al nombre de Francisco Paesa, cuya biografía lo ubica entre la “gente” del turbio mundo del tráfico de divisas, espionaje y compraventa de armas para grupos terroristas y estados dictatoriales. Quien ayudó a huir a Roldán y el que lo engañó para que se entregara. Y esta película, titulada «El hombre de las mil caras», refleja este momento reciente de la Historia de España.

Personalmente, me hubiera gustado ver un biopic completo de Paesa, pero la trama Roldán es suficiente como para llenar dos horas de proyección (y ajustada al corto presupuesto de cinco millones de euros), magníficamente montada y con la voz en off de José Coronado que ejerce de hilo conductor y quien interpretó a Jesús Camoes (nombre ficticio, pues el personaje real respondía a Guimerá), un piloto de Iberia compinche de Paesa en sus chanchullos y que, parece, también acabó estafado.

La película comienza presentándonos la opaca existencia de Paesa, representante de un país extranjero (Santo Tomé y Príncipe), y, por tanto, con inmunidad diplomática, pero que había estado jugando a muchas bandas en el mercado de las armas y al colaborar con los servicios de Inteligencia españoles. Acabó acumulando amigos, créditos, deudas y muchos enemigos, incluso en ETA y la Audiencia Nacional. Pero, un buen día, se le presenta en su despacho ni más ni menos que Luis Roldán, el director general de la Guardia civil, quien necesita de los servicios de Paesa para hacer desaparecer propiedades y dinero ante el terremoto que se avecina con la publicación de un artículo que lo pondría todo patas arriba. Entonces arranca la relación de Paesa con Roldán, quien le ayudará a ir moviendo los activos de un sitio para otro, asustando un poco la facilidad con la que hizo girar el dinero de una punta a otra del globo en un solo día, y eso que estamos hablando de tiempos en los que había que ir personalmente al banco, no como ahora. Era la época dorada en la que los escrúpulos era algo desconocido en los despachos de las entidades bancarias (y no sé si eso habrá variado mucho la cosa), y el que alguien se plantara ante la ventanilla con un maletín a reventar de billetes para ingresar y transferir a una cuenta de un paraíso fiscal no levantaba sospechas ni ampollas.

Pero lo que sorprende de la cinta es el retrato que se hace de Roldán. Al contrario de la imagen que nos habíamos hecho todos de él, parece un hombre atormentado, roto, que sufre por su destino en ciernes y el de su mujer, encarcelada y embarazada de su primer hijo. Un individuo que se da cuenta demasiado tarde de la tontería que ha cometido al no resistirse a coger un dinero que parecía que nadie iba a reparar en él.

Sin embargo, Roldán no es más que un ejemplo para que el público tire de memoria, aunque sea de hemeroteca, para poder quedarse anclado a Paesa, quien es el auténtico protagonista, sibilino y traicionero, pero que empatiza hasta el punto de hacer que todos confíen en él, lo cual es un error, pues es un estafador consumado que no duda en desprenderse de quien no le sea útil. Un argumento que nace de la adaptación libre del libro «Paesa, el espía de las mil caras», de Manuel Cerdán, y que podría haber sido una película de espías, pero que termina en una de encantadores farsantes que se llevan toda la pasta, aunque no al nivel de simpatía de los once de Ocean, claro. Aquí solo hay un ganador y es Paesa, quien se burló de todos. Un auténtico Big Fish del mundo entre bambalinas, donde la línea entre la legalidad y el crimen es más tenue que nunca. Una película clásica que gusta.


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