Guardia de cine: reseña a «El último hombre... vivo»

Título original: «The Omega Man». 1971. 98 min. EEUU. Dirección: Boris Sagal. Guión: John William Corrington, Joyce Hooper Corrington, William Peter Blatty (Novela: Richard Matheson). Reparto: Charlton Heston, Anthony Zerbe, Rosalind Cash, Paul Koslo, Lincoln Kilpatrick, Eric Laneuville

Con este hombre Omega, la novela de Matheson pasa del plano de serie B a uno de primera línea con una producción de altura, con una mayor intensidad

El sobrecogedor argumento que Richard Matheson convirtió en una de sus más renombradas novelas, «Soy leyenda», regresó de nuevo a la gran pantalla en 1971, en color y con Charlton Heston a la cabezaquien nos legó otro papel en un film abiertamente antibelicista (hecho que tanto sorprende a aquellos coetáneos míos de parca y parcial visión que pasan las tardes denostando la memoria de este hombre tachándolo de fascista porque era el presidente de la Asociación Nacional de Rifle, opinión ésta que está necesitada de ciertas matizaciones y aclaraciones a las que no voy a dedicar un solo segundo hoy y aquí).

Como iba diciendo, «Soy leyenda» volvió, pero de lo que Matheson trasladó al papel tan solo queda una estructura de cimientos, pues esta película pretende ahondar en el alma humana y acaba siendo una especie de fábula cristiana (recordemos que también algo de esto sucede en la cinta protagonizada por Vincent Price y de la que ya hablé en su día).

Robert Neville, con el físico de Heston, es un coronel médico que se sabe vivo en un mundo muerto y devastado por los efectos de un guerra que, desde la frontera sinosoviética, alcanza todos y cada uno de los puntos de la Tierra desde el momento en el que emplea una incontrolable arma biológica, liberando en el aire un tipo de virus para el que no hay una cura. La gente cae muerta tras solo unos minutos de exposición y sufrir los síntomas; incluso el propio Neville está a punto de compartir el camino hasta el Estigio si no fuera porque, en un esfuerzo desesperado, es capaz de inocularse una dosis de un suero experimental de efectos desconocidos. Tras el desastre, Neville queda como el único hombre vivo y deambula por la ciudad vacía a toda velocidad en un descapotable. ¿Vacía? No, la ciudad no está vacía, pues en ella habitan también seres que, en su día, fueron seres humanos. Hablo de los integrantes de La Familia, una secta fanática tecnófoba de mutantes albinos y psicópatas liderada por un antiguo locutor de noticias que responde al nombre de Mathias y cuya principal obsesión es capturar y ajusticiar a Neville, el último recuerdo de un mundo que ya no existe y que no debe recordarse; un Neville que no duda en ir matándolos uno a uno cada vez que tiene la oportunidad.

Al contrario que en «Soy leyenda» como novela y en su primera adaptación con Vincent Price como protagonista, los “otros” supervivientes no son vampiros, pero hostigan a Neville de una forma más violenta y eficaz mientras, ante los ojos del extraño héroe, van destruyendo piedra a piedra todo aquello que consideran impuro, lo que llevó a la Humanidad al “Castigo”. Si antes afirmé que eran tecnófobos creo que lo hice a la ligera, pues atacan y queman bibliotecas, museos… rechazan la Ciencia en todos sus campos, incluso la medicina, como si fuera el cáncer a extirpar de la sociedad, condenada desde el instante en el que se probó el fruto del Árbol prohibido, analogía que también encontramos en ese reducto humano que Neville encuentra y que está formado por dos adultos jóvenes, Dutch y Lisa, y unos niños que, aún infectados, no desarrollan la mutación. Como dice Dutch cuando sabe que en breve abandonarán la ciudad y partirán hacia las montañas para empezar de cero como únicos humanos libres y curados: «un Edén en el que no escucharemos a ninguna serpiente»

Interesante es la escena en la que Richie, el hermano de Lisa que es curado por el suero desarrollado por Neville, se enfrenta el héroe en la azotea de su bastión y le plantea la cuestión de si salvará a los miembros de La Familia, enfermos terciarios del virus, o simplemente se limitará a asesinarlos. Aquí se da pie a una variación en el argumento que lo acaba vinculando con el momento más crítico de las escrituras referidas a Jesús de Nazaret, con una traición, aún inocente, y un necesario sacrificio para salvar a la Humanidad (no los he contado, pero me apostaría algo que el reducto de adolescentes y niños que logra dejar atrás la ciudad suma doce miembros; y esa imagen final de Jesús en la cruz es inequívoca).

Con este hombre Omega, la novela de Matheson pasa del plano de serie B a uno de primera línea con una producción de altura, con una mayor intensidad, y salvando el desenlace original, el cual nunca terminó de encajar por precipitado. También se nos libera, como espectadores, de la narración estática en off y se nos lanza a una dinámica total.

Es difícil encontrarle algo malo a esta cinta, pero lo tiene y es su banda sonora, falla común en muchas producciones de la época. Aunque la pieza principal es reconocible y popular, hay otras que no casan nada con la acción, como cuando Neville vuelve a la carrera desde el palacio de Justicia y es emboscado por La Familia.

Como ficción distópica, éste es otro título a tener muy en cuenta y que nos lleva a la reflexión, más que nunca en los tiempos que nos están tocando vivir.


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