Guardia de cine: reseña a «Estación lunar 44»

Título original: «Moon 44». 1990. 98 min. Alemania. Dirección: Roland Emmerich. Guion: Dean Heyde, Roland Emmerich, P.J. Mitchell, Oliver Eberle. Reparto: Michael Paré, Lisa Eichhorn, Dean Devlin, Brian Thompson, Malcolm McDowell, Stephen Geoffreys, Leon Rippy, Jochen Nickel, Mehmet Yilmaz, John March, Drew Lucas

Cuarta película dirigida por Roland Emmerich, a medio caballo entre el género policíaco y de prisiones en una atmósfera de ciencia ficción industrial, muy tributaria de la obra de Ridley Scott

En un futuro lejano (a fecha de su estreno y no ahora), en el año 2038, los recursos mineros de la Tierra se habrán agotado y las compañías se lanzarán al espacio a tomar posesión y explotar cuantos cuerpos celestes estén a su alcance. Las tácticas mercantiles contra la competencia no serán precisamente compasivas, formando ejércitos privados de hombres y/o robots y organizando y ejecutando ataques militares contra las estaciones “enemigas” y expulsar a la empresa contraria de dicho terruño abandonado de la mano de Dios. Pocos supervivientes quedarán tras cada incursión.

En dicho futuro existirá una empresa llamada Minería Galáctica que irá perdiendo la guerra contra sus hostiles competidoras. Primero, porque será incapaz de contrarrestar la agresividad de aquellas empresas que ambicionan sus posesiones estelares y, segundo, porque sufrirá perjuicios económicos al “perdérsele” varios transbordadores repletos de material en bruto.

Minería Galáctica ordenará a uno de sus agentes de Servicios internos, un tal Stone, un cínico y amargado policía que en su día fue piloto de caza, que se desplace hasta el satélite 44 y descubra qué se esconde allí. Para infiltrarlo, se lo ingresará en prisión y se unirá a un grupo de violentos reclusos condenados por crímenes contra Minería Galáctica que conmutarán su pena por servicios de pilotaje y defensa aérea en el satélite 44.

El aspecto turbio inicial continúa cuando Stone llega a su destino. El satélite 44 es una infecta luna, oscura y sin la caricia del sol, donde el único espacio habitable será su propia estación, una especie de prisión en la que se impondrá la ley marcial y los recién llegados quedarán en manos de sus copilotos, apenas unos chavales, que los dirigirán en tierra por apretados desfiladeros y perennes nieblas. Por supuesto, no tardará mucho en estallar el conflicto entre los reclusos y sus jóvenes compañeros, con desagradables consecuencias, siendo un argumento muy del género de prisiones.

Stone protagonizará, por su lado, una trama policíaca aunque el que cuente de entrada con un confidente y la escasa tripulación de la estación serán sinónimo de ausencia de quebradero de cabeza a la hora de averiguar quién está modificando la trayectoria de los transbordadores mineros y haciéndolos desaparecer en la noche espacial.

Roland Emmerich siempre ha sido un fanático de la ciencia-ficción. Por algo es el padre de cintas como «Soldado universal», «Stargate» o «Independence day», y en esta cuarta película dirigida por él demostró una carencia alarmante de imaginación. Para empezar, esta «Estación lunar 44» es demasiado deudora de «Blade Runner» en el aspecto general (incluso diría que se aprovechó parte del plató de la película de Scott para la sala de reuniones de los gerifaltes de Minería Galáctica), con esos exteriores siempre cubiertos de niebla densa y su atmósfera asfixiante que permite ocultar los hilos que sostienen las maquetas de las naves. También debe mucho a otra cinta de Scott, como es la película de ciencia-ficción industrial por excelencia: «Alien, el octavo pasajero», por esos escenarios plagados de maquinaria, monitores, asientos…

Lo que se me antojó como un filme interesante en su arranque inicial, cuyo atractivo se mantiene hasta el último tercio, termina convirtiéndose en un despropósito cuando arranca lo que podemos calificar como “acción pura”. No es que los efectos especiales sean repetitivos y pobres (los de la mencionada «Blade Runner», para tener un década de antigüedad, son muchísimo mejores), es que el planteamiento de que un solo piloto pueda hacer frente como si nada a un ataque masivo, mientras el resto de “cachitas” huyen como gallinas mojadas, dista de tener lógica alguna; más con ese detalle de hermanamiento recluso-copiloto final. No digamos ya cuando se descubre el pastel del culpable de los robos y cómo se soluciona, en una escena hecha a trompicones.

Ese tercio final se carga por completo la película y es una pena, por cuanto está dotada de detalles muy interesantes, haciéndome especial gracia que Emmerich mostrara fijación por una serie de nombres sobre los que volvería en «Stargate» (Jack O’Neill, Kowalski, Tyler…).

Si me tengo que quedar con algo, aunque no sea original, es con el plató por donde los actores han de interactuar en medio de un ambiente febril y apático.


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