Guardia de cine: reseña a «La sombra de la noche» (1997)

Título original: «Nightwatch». 1997. 101 min. EEUU. Dirección: Ole Bornedal. Guión: Ole Bornedal, Steven Soderbergh. Reparto: Ewan McGregor, Patricia Arquette, Nick Nolte, Josh Brolin, Brad Dourif, Lauren Graham, John C. Reilly, Anais Evans, Erich Anderson, Lonny Chapman, Scott Burkholder, Michael Matthys, Robert LaSardo

Se aprecia bien fuerte el regusto a cine negro del norte de Europa, tan frío y, a la par, tan visceral, donde la sombra se extiende sobre el alma de los personajes y el de los escenarios por donde representan el drama. Personajes sobre lo que destaca el inspector Cray, interpretado por Nick Nolte, quien se come a todos ante la cámara

Este es un título de la filmografía de Ewan McGregor que quedó grabado, por alguna razón que no logro entender, tras visionar los breves avances que se emitían por televisión hace más de veinte años, cuando se estrenó. Aquellos segundos contados me ponían los pelos de punta, aún sin saber nada de ella. No me la apunté en la lista de pendientes, sino que acabó quizá en el cubo de las películas a “no ver”. Sin embargo, escuchando a David Felipe Arranz hablar de pasada sobre ella hace unos domingos, en un especial de cine de morgues, y sobre la génesis europea de la misma (pues esta «La sombra de la noche» es la adaptación americana, como viene siendo típico y tópico, de «Nattevagten» («El vigilante nocturno), de 1994), me llamó como la luz a la polilla. Pude haber cogido la original, pero la cabra tira al monte de Hollywood, aunque este remake esté dirigido y guionizado por el director y guionista de la original: Ole Bornedal.

El film danés en el que se basa está catalogado como cine de terror (donde lo encontré) y, sin embargo, esta americana estaba en la sección de suspense. Una vez recorridos su hora y media pasada de metraje creo que es un acierto pues es una historia de asesinos en serie necrófilos, un thriller negro.

Martin Bells es un estudiante de Derecho que pasa estrecheces económicas junto a Katherine, su novia. Tiene una vida normal, entre las clases en la facultad y el ocio junto a James, su mejor amigo, un tipo que parece haber libado todas las copas del placer y se siente hueco y huérfano de emociones fuertes que le hagan sentir algo, siendo que su frustración la paga Marie, su pareja sentimental. 

Martin, para estar más desahogado, acepta un trabajo nocturno como vigilante de seguridad. Parece algo ideal, pues cuando no esté haciendo la ronda podrá aprovechar el tiempo muerto poniéndose al día con sus estudios. La nota negativa será que le tocará vigilar el edificio del anatómico forense de su ciudad; un puesto de trabajo que le acarreará más de un disgusto por pura sugestión y, lo más terrorífico, por cosas muy extrañas y reales que sucederán en sus pasillos y cámaras.  Mientras tanto, por ahí fuera, campa a sus anchas un asesino en serie que gusta de matar prostitutas, violar sus cadáveres y arrancarles los ojos.

El escenario, el mismo edificio en penumbra, con sus corredores silenciosos sobre los que brilla el artificial y frío fluorescente cuando la mano temblorosa de Martin alcanza el interruptor, con esa cobertura de plástico negro ondulante que se ve desde la entrada, alcanzará la categoría de personaje, aunque sea secundario, que juega con el protagonista, cada vez más frágil de temple, quien acabará salpicado por los brutales crímenes perpetrados por el hombre más buscado cuando, por intermediación de James, conoce a Joyce, una puta drogadicta de diecisiete años. Pero lo que nadie sabe es que Joyce está al servicio del psicópata homicida a cambio de su siguiente dosis.

La tensión irá creciendo a medida que el mundo de Martin se desmorona entre acusaciones a gritos de ser un esclavista sexual y un necrófilo. Tanto es así que la mirada escrutadora del Departamento de homicidios apuntará a su cabeza.

Con un frenesí final de altura, donde el desenlace feliz no está asegurado en ningún momento, se sabrá la identidad real del asesino (algo que no era difícil de averiguar dada la raquítica lista de personajes que interactúan en pantalla), así como su vinculación con el edificio del anatómico forense.

Me ha parecido una película bastante turbadora, con la pega propia de su época (es como si todo lo filmado a finales de los años 1990 estuviera recubierto por una pátina pringosa), en la que te topas con unos aún jovencísimos Ewan McGregor y Patricia Arquette, justo antes de la entrada en el s. XXI. 

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