Guardia de televisión: reseña a la primera temporada de «The Mandalorian»
Título original: «The Mandalorian». 2019. Acción, Fantasía, Ciencia ficción, Star Wars. EEUU. Dirección: Dave Filoni, Rick Famuyiwa, Deborah Chow, Bryce Dallas Howard, Taika Waititi. Guión: John Favreau, Christopher L. Yost, Rick Famuyiwa. Reparto: Pedro Pascal, Carl Weathers, Rio Hackford, Gina Carano, Werner Herzog, Nick Nolte
Para algunos, lo mejor que se ha producido bajo la marca Star Wars en 35 años. No creo que estén errados
Cualquier noticia que se divulgara acerca de esta serie provocaba, entre los aficionados al mundo creado por George Lucas hace ya demasiado tiempo, bastante expectación (o, como dirían los más pedantes entre los modernos, hype). Que se renovara para una segunda temporada cuando ni siquiera se había estrenado la primera sonaba un poco a locura transitoria de la Disney y sus productores; a un optimismo desaforado.
La sensación que provocaba en mí era la misma de cuando visionaba los avances de «Rogue One», por lo que me he ido con pies de plomo, no fuera que me presentaran algo que no resultaría ser como me lo imaginaba. Pero ahí estaban los detalles “fronterizos”, los cazarrecompensas, el ambientillo de western clásico y spaghetti con el que tanto disfruta cualquiera con la trilogía de 1977-1983; y «The mandalorian» ha superado con creces las expectativas, escogiéndose para su desarrollo un arco temporal posterior a los eventos de «El retorno de jedi» (cinco años para ser exactos).
El Imperio ha caído y sus huestes están desperdigadas por el Borde Exterior, tratando de hurtarse del control de la recién nacida nueva República. Es un terreno fértil para hacer dinero rápido a cuenta de las vidas de otros, más si te dedicas a la caza del criminal. Los antiguos soldados o se han mantenido fieles a su credo o se han buscado nuevos trabajos con los que sobrevivir a base de emplear la fuerza.
La presentación del protagonista (de quien veremos el rostro (el de Pedro Pascal) y sabremos nombre, Din Djarin, en el último capítulo) es de lo más alejada a la visión de algodón de azúcar propio de la Disney. Se carga a tres tipos, unos de ellos partido por la mitad. No sé si impresionó más la “división” o que unos segundos antes apareciera el logo de Disney+. Una presentación que da pie a una película western con mucho polvo, tiros y malotes (algo que se extenderá a lo largo de los ocho capítulos) y por lo que algunos han entonado un hondo “¡ay!”, pues hasta se puede encontrar el título del film o historia con la que podemos encontrar un símil o comparación («Los siete magníficos» en el capítulo 4, etc.). Pero, como ya dije en mi reseña a la película derivada de Han Solo, Star Wars es puro western, ese que también bebió de Kurosawa y otros. Y, como también dejé caer, prácticamente hemos leído, visto y escuchado el 100% de las historias; no hay ya nada original salvo el formato narrativo.
Puede que el primer capítulo sea el de homenaje más directo al género de vaqueros, hasta con domesticación de una “potrilla” salvaje, en el protagonista trata de cumplir con un encargo que se va a pagar muy bien y conoce a Kuiil (encarnado por Nick Nolte), un lugareño que espera que el guerrero recién llegado traiga la paz a su valle. También el capítulo 4, «Sanctuary», que es un calco a «Los siete magníficos» reducidos a dos, o el capítulo 5, «The Gunslinger», donde la ambición puede ser muy peligrosa.
Pero lo que la gente más ha comentado es ese objetivo que el mandaloriano ha de entregar para obtener la sustanciosa recompensa imperial: un pequeño de cincuenta años de edad, poco más que un bebé de la especie del maestro Yoda, por el que han babeado hasta límites que dan arcadas sobre todo aquellos en edad fértil y con hijos. Me parece un buen recurso el de El Niño, más que nada porque es un bicho simpático y algo cabroncete, pero no me he dedicado a hacer el gilipuertas delante del televisor como he visto a muchos hacer (los mismos que echan pestes contra los ewooks). Ahora entiendo porqué en aquellas series españolas de los años ’90 y siguientes siempre metían de por medio, a calzador, un personaje interpretado por un impúber.
Pero El Niño es algo más que una criaturita verde. El propio Djarin se ve reflejado de alguna manera en él, por su propio pasado, cuando se convirtió en huérfano y quedó al cuidado de los mandalorianos.
Algunos entendidos han aplaudido el gran respeto hacia la saga original. Que Dave Filoni anduviera por ahí era una garantía de calidad y fidelidad. Incluso nos ha hecho gracia todo ese atrezo y hasta zoología de aquella época, desde las motojets a los mynocks (estos últimos causando no pocos problemas en el capítulo 7). Pero sobre todo me ha gustado conocer más a fondo a los mandalorianos, sobre los que supimos superficialmente gracias a los Fett, siendo realmente interesante ese credo a lo ninja (si tenemos que compararlo con algo terráqueo) y la importancia de la forja de metales.
Cada capítulo es un plato muy reducido y el primero hasta me lo vi dos veces seguidas. Pero su parquedad (menos de cuarenta minutos, títulos de crédito incluidos (donde se nos permite otro placer visual como son las láminas de arte conceptual)), creo que es un punto muy a su favor. No es la típica serie que echa y suma minutos por el hecho de “rellenar”, como cuando por España a algún demente se le ocurrió la “genial” idea de que los episodios tenían que duran 70 minutos. El tiempo que se emplea es justo el necesario para contar una historia, con su comienzo, desarrollo y fin.
No voy a decir una gilipollez del tono de que Djarin tiene personalidad porque casi no habla (¡qué *******!), pero es un personaje muy en la honda de todo lo expuesto (sí, spaghetti western), sin que haya melindrosidades por su parte y por los de los demás (que salve a El Niño porque le conmueve no es una debilidad). Incluso es destacable el personaje de la paracaidista rebelde Cara Dune, interpretado por fuertota Gina Carano (suponemos que había que meter una mujer por el qué dirán), que se aleja mucho del concepto típico de heroína y que tanto me recuerda a Chiyoko (véase el manga «Akira», de Katsuhiro Otomo).
A pesar de la diversidad de nombres en guión y dirección, repartiéndose la tarea al limón, ningún capítulo defrauda o se aleja de la media establecida, dejando siempre un buen sabor y con la siguiente pregunta en la punta de la lengua: ¿qué pasará en el siguiente episodio?
Que se renovara para una segunda temporada antes de su estreno no resultó ser una fanfarronada.
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