Guardia de cine: reseña a «La fortaleza escondida», de Akira Kurosawa
Título original: «Kakushi-toride no san-akunin». 1958. Japón. B/N. Aventura, drama. 2 h. y 19 min. Dirección: Akira Kurowawa. Guión: Ryûzö Kikushima, Hideo Oguni, Shinohu Hashimoto y Akira Kurosawa. Elenco: Toshirô Mifune, Minoru Chiaki, Kamatari Fujiwara, Susumu Fujita, Takashi Shimura, Misa Uehara
Una película que inspiró a George Lucas para escribir «La Guerra de las Galaxias» y en la que encontraremos a los personajes de Obi-wan Kenobi, la princesa Leia y los androides C-3PO y R2-D2
La cámara sigue muy de cerca, a escasos pasos de distancia, a dos harapientos y rezagados ashigaru pertenecientes a un ejército ya inexistente. Su deambular es tan quejumbroso como las frases nada amables que se dedican el uno al otro, lamentándose de la suerte que comparten, incluso la de seguir penando juntos a lo largo de aquella cadena de catástrofes que no parece tener fin y que comenzó cuando decidieron abandonar su vida campesina, vender todas sus posesiones para comprar armas y partir a una guerra civil que prometía generosos botines y no la miseria que ahora se ceba con ellos. Las desventuras y los insultos serán la constante para estos dos individuos graciosos y patéticos, carcomidos por la mala suerte y la codicia más extremas, más si cabe cuando realizan un descubrimiento asombroso: de un palo, que han recogido como leña para un fuego que les desentumezca y cocine un poco de arroz, surge una delgada barra de oro y no resultará ser la única que hallarán, momento en el que son sorprendidos por un hombre recio que responde al nombre de uno de los altos generales derrotados y que los arrastrará hasta una fortaleza que se resguarda de miradas curiosas y aviesas en las estribaciones laberínticas de unos valles baldíos; un lugar prácticamente inaccesible donde ha encontrado refugio la última descendiente del clan vencido y que ha de sobrevivir para restaurar su dinastía, debiendo antes regresar a los dominios familiares.
En la carátula del DVD de la colección «Grandes maestros del cine japonés» no hay escrúpulo alguno para que, con palabras de buen tamaño, rece que ésta es «La película de aventuras que inspiró “La Guerra de las Galaxias”». Para todo aquel que sea aficionado al próvido universo creado por George Lucas, tal aserto no ha de resultarle novedoso, pues el propio cineasta así lo reconoció en su día: los dos personajes protagonistas de buena parte del filme son aquellos dos en los que se reflejan los androides C-3PO y R2-D2, siendo ambas historias paralelas durante los primeros minutos, con pelos y señales (incluso el reencuentro en la fortaleza tomada por el enemigo-transporte de los jawas), aunque los humanos resulten ser censurables por egoístas, codiciosos (en ellos anida la propia codicia de Han Solo para ayudar a la princesa y a la rebelión), cobardes, estúpidos y lastimeros, incluso aborrecibles.
George Lucas adoptó también como suya la forma de Kurosawa de ir trasladando al espectador de una escena a otra en el que sería titulado como Episodio IV, con cortinillas, recurso que marcaría buena parte de la saga, así como otros elementos y personajes: el general Rokutora Makabe suministra las notas básicas para Obi-wan Kenobi, incluso haciéndolo combatir con un amigo que está a las órdenes de un señor que lo desfigura y lo humilla; un amigo, en general Hyoe Tadokoro, al que consigue atraer hacia su bando. La princesa Leia también nace de los recovecos de la obra de Kurosawa, con la altivez y el genuino sentimiento de Yuki hacia el sufrimiento de su pueblo, trasladando a la cinta el principio que debían cumplir los daimyos: el pueblo no es vasallo de su señor, sino que el señor ha de ser vasallo de su pueblo, ha de estar a su servicio (nota que pudimos escuchar de S. M. Felipe VI en su primer discurso de Navidad), actuando con rectitud y justicia, rehusando las armas de la humillación y la crueldad. Y, estirando un poco, esa poza donde la fortaleza se surte de agua dulce, ¿no se parece a la charca de Yoda en Dagobah?; la entrega del premio a los desventurados Tahei y Matashichi, ¿no recuerda a la ceremonia de reconocimiento a Luke y Han Solo, aunque con menos grandiosidad?
La cinta resulta divertida en muchos aspectos y hasta épica en sus contados combates en los que Toshiro Mifune vuelve a demostrar su fuerza expresiva y vocal, pero resulta ser demasiado larga, como muchas producciones de Kurosawa, pues se obliga a dar espacio para una ventana por la que nos asomaremos al Japón feudal. Llegamos a aborrecer hasta el hartazgo a los andrajosos y codiciosos Tahei y Matashichi en escenas que no tienen cierre aparente y que solo ganarán impulso cuando dejan atrás la fortaleza, cargando con el oro del clan de la princesa.
Por su parte, el mismo final es en sí es excesivo, preñado de distintos términos, sensación que nos ha embargado a igual que les sucedía a los espectadores de «El retorno del rey» de Peter Jackson que no se habían tomado antes la molestia de haberse leído la obra de J. R. R. Tolkien, causando la resuelta y nada meditada impresión de que podría haberse solucionado de otro modo, sin perderse por ello el mensaje de servicio y de reconocimiento hacia los leales.
Publicada originalmente en El Navegante del Mar de Papel, 15/01/2019
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