Guardia de cine: reseña a «Ant-man»
Título original: «Ant-Man». 2015. 1h. y 57 min. Acción. EEUU. Color. Dirección: Peyton Reed Guión: Edgar Wright, Joe Cornish. Elenco: Paul Rudd, Michael Douglas, Evangeline Lily, Corey Stoll
Visionar «Ant-man» ha sido una grata sorpresa por su calidad, siendo un filme inclinado hacia la diversión pura y dura, pero sin abusar de fórmulas estúpidas
Visionar «Ant-man» ha sido una grata sorpresa por su calidad, siendo un filme inclinado hacia la diversión pura y dura, pero sin abusar de fórmulas estúpidas
Stan Lee (DEP) se arriesgó y mucho en aquella temprana época en la que creaba personajes y escribía guiones para una Marvel en plena regeneración tras una década de decadencia. Durante el paso angosto y espinoso que separaba los ’50 de los ’60, Lee se percató de que una araña evolucionaba a lo largo y ancho de la pared contigua a donde se encontraba y pensó en un hombre con los poderes de un arácnido, previamente irradiado (como no podía ser de otro modo, la radiación debía tener los morros metidos en el asunto, pues el autor vivía obsesionado con la energía nuclear y a sus primeras historietas nos remitidos). Una picadura de una inocente arañita mutante y Lee ya compuso en su mente a Peter Parker, pero era consciente de que el común de los mortales ponen cara de disgusto ante cualquier ser perteneciente a un reino animal sobrado de antenas, patas y formas alienígenas. Aún así, acabó siendo unas de sus creaciones más populares: Spiderman, quizá el superhéroe más patoso ante el devenir de su insípida vida y con el que cualquier joven podría identificarse: un don nadie que sacaba buenas notas y un torpe social que acaba siendo el abanderado de la venganza Nerd (aunque, eso sí, menudas mozas que no se buscaba: Mary Jane, Gata Negra, etc.).
Si funcionó con las arañas, otro tanto podría suceder con un tipo de animalitos que causan, ciertamente, menos repelús o ninguno: las hormigas, esas incansables motas que recorren el reposabrazos del banco en el que cualquiera se ha sentado a descansar las piernas en el parque o donde sea; están por todas partes. Ellas podrían inspirar un nuevo superhéroe, diminuto y muy poderoso.
De Ant-man no he leído gran cosa más allá de un par de número muy sueltos, de esos separados por el transcurso de más varias décadas, y algo más en un recopilatorio de las primeros Vengadores que pronto dejé de seguir y para los que Lee escribió unos guiones que no soportan el paso de los años, con los diálogos de, por ejemplo, la Avispa que provocan urticaria y sonrojo; es más, hay que asomarse a sus páginas con un generoso lingotazo ardiendo aún en el coleto.
Escaso es el material que he tocado como para formar una opinión, y lo poco que poseo es en negativo. Pero visionar «Ant-man» ha sido una grata sorpresa por su calidad, siendo un filme inclinado hacia la diversión pura y dura, pero sin abusar de fórmulas estúpidas. Incluso los personajes secundarios más payasos son dignos, aunque de la receta no se desahucie el ingrediente del estereotipo. Ha sido agradable comprobar que los guionistas han sabido evitar hacer el ridículo y poner de lo malo lo justo.
En «Ant-man» parece no existir puntos débiles y ha sido todo un acierto presentar a Scott Lang recogiendo el testigo de Hank Pym; más bien me ha encantado cómo aparecen por primera vez en la pantalla y la historia pública que lo ha conducido hasta ese momento. Eso sí, la trama no puede ser más típica: un superarma que puede caer en manos equivocadas. ¡Qué sorpresa! ¡Qué originalidad! Pero, damas y caballeros, este mundo es en blanco o negro, aunque con mallas de colores chillones; buenos contra malos malísimos, así de simple y efectivo. Incluso la chica mona se enamorará del (anti)héroe (única intervención en pantalla de Evangeline Lily en la que esta chica “me pone”).
La historia se resume así: Hank Pym, traumatizado por sus experiencias como Ant-man, se ha enclaustrado en su mansión, custodiando una tecnología que considera un peligro para la subsistencia de la Humanidad y su familia; sin embargo, uno de sus discípulos ha avanzado mucho en sus estudios y alcanza a descifrar el enigma, pero de su admiración inicial por su mentor pasa, con los años, a una abierta hostilidad toscamente maquillada con cortesía. Entre ambos hombres se encuentra Hope Pym, distanciada emocionalmente de su padre tras la extraña muerte de su madre en 1987.
Por otro lado está Scott Lang, un ladrón con conciencia que acaba de salir de prisión; aunque quiere hacer lo correcto para recuperar a su hija, para quien solo tiene ojos, el mundo exterior pronto lo engulle y apenas dura en un puesto de una cadena de heladerías, como otros tantos delincuentes licenciados. Todo de color de rosa, hasta el punto de que su exmujer está casada con un policía que le tiene ojeriza.
El guión, que no nos trae nada nuevo a la retina, cuenta al menos con suficientes bases para enraizar en una película perdurable y digna para un espectador que solo busca entretenerse, pasarlo bien y encontrar un mínimo de fondo en el que pueda verse reflejada su figura interior. Todo ello sazonado con el acierto de esta regeneración cinematográfica de la Marvel, vinculando su línea argumental con las distintas franquicias abiertas.
Lo mejor es que se le hace justicia al personaje de Ant-man y hasta despierta curiosidad por el mismo: me gustaría leer algo de sus aventuras, por minúsculas que éstas sean. Así como el humor, siempre presente hasta el mismo final, muy de andar por casa, marcado por la procedencia étnica de los secundarios, pero no trasnochado o vergonzante. Y todo ello bien arropado por el buen hacer y presencia indiscutible de Michael Douglas, quien se los come a todos en cada plano.
Publicado originalmente en El Navegante del Mar de Papel, 07/03/2019
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