Guardia de cine: reseña a «Redada asesina» (2011)

Título original: «Serbuan maut». 2011. 101 min. Indonesia. Dirección: Gareth Evans. Guion: Gareth Evans. Reparto: Iko Uwais, Doni Alamsyah, Joe Taslim, Yayan Ruhian, Pierre Gruno, Ray Sahetapy, Tegar Satrya, Iang Darmawan, Verdi Solaiman

El título no deja lugar a confusión

La primera y única vez que escuché hablar de esta película fue en un programa del podcast La órbita de Endor, de ubicación sobre el almanaque y en la relación de IVOOX ahora imposible. Y me quedé con el rollo, lo poco que pude porque eso de trabajar y estar con la oreja pegada  es una empresa extenuante. Y ese poco fue que era una película oriental en el que los tiros y las coreografías de artes marciales copaban el 99% del metraje. Y como digno hijo de padres como Sylvester Stallone y otros tantos, pues mi destino era acabar viendo esta película, aunque tardara años.

Y esos años han transcurrido, hasta este momento. La terminé de ver ayer y aún sigo impactado. El argumento es pobre de veras, y el drama apenas se vislumbra en la relación fraternal entre uno de los policías que forman parte de la unidad de asalto y uno de los segundos del gánster al que hay que cazar.

Para meteros en harina, deciros que todo comienza con una operación de redada en la que unidades de fuerzas especiales de la policía de Jakarta han de tomar al asalto un edificio de viviendas de varias plantas (más de diez), que sirve de refugio y habitación para una comandita de criminales que forran las paredes de las comisarías, además de gente normal que no tiene mejor hoyo en el que meterse que dentro de tan cochambroso lugar. Un edificio en el que todos están armados hasta los dientes, ya sean fusiles, machetes, manos y pies (hasta las cucharas). Hay que tomar el inmueble y capturar el jefe de esa organización protectora criminal. Y lo que llama primero la atención es el escaso número de policías que se adentran en un lugar como aquel, cuando es obvio que habría que hacerlo, para empezar, con unidades blindadas y apoyo de helicópteros, con un asalto desde el tejado y un afianzamiento a nivel de suelo (lo dice uno que no tiene ni idea, pero que lo dice).

Cuando sepamos la razón de tan poca presencia policial será tarde para los desgraciados uniformados que estén en los pasillos, víctimas de los criminales que defienden su territorio y de un superior que va con ellos y que está corrompido hasta la médula.

Todo se reduce a disparos a bocajarro reventando torsos y cráneos, machetes hendiendo la carne fresca y coreografías extremadamente largas y agotadoras de artes marciales en el que los policías y los criminales dan y reciben con el mérito de poder ser rostro de la campaña de pilas Duracell, sobre todo el perillas, que hasta que no se lo cargan, el tío no para. Y es que estamos hablando de golpes que a cualquiera de nosotros, con solo uno (contra paredes, mesas, escaleras…), nos habría mandado al fisioterapeuta para toda la vida, nos habría hecho adictos al Flogoprofen y llevaríamos encima más cardenales que la Capilla Sixtina en un Cónclave. Vamos, dan y reciben como en los espectáculos de lucha libre, y casi con los mismos efectos: te dejan medio muerto y sigues como si nada, a no ser que te rajen el cuello, que es la única manera de que en esta película los contendientes se queden quietecitos. Jo… 

Hay quien ha visto en esta película una revisión a la inversa del clásico «Asalto a la comisaría del distrito 13», a la oriental y sangrienta, y puede que tenga razón.

¿Tendré ganas de ver la secuela? ¡Buf! Para estas preguntas estoy yo hoy…


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