Guardia de literatura: reseña a «Los huevos fatídicos», de Mijaíl Bulgákov
Ediciones Nevsky Primera edición: marzo de 2016 Traducción: Marta Sánchez-Nieves ISBN: 978-84-944666-2-0 154 páginas |
Bulgákov escribe un relato chispeante que debió sentar como una patada en el trasero a los más avispados de entre los de Arriba, aunque es posible que muchos se troncharan de lo lindo ante el reflejo en papel de una realidad que era más exagerada que la propia ficción
Oí hablar por primera vez de Mijaíl Bulgákov en boca de Juan Soto Ivars y, al instante, sentí un flechazo por este escritor ucraniano que, al contrario que otros compañeros de armas en eso de rasgar el papel, no fue arrollado por el sistema autoritario stalinista a través del cobarde asesinato o el más cobarde y sádico billete de ida al gulag. La contraprestación por ser un “revoltoso” fue la censura, la prohibición de publicar a partir de 1930 y el sentir el aliento de Stalin pegado en la nuca día y noche. Quizá fue la recompensa por ser el autor del libreto de la obra de teatro favorita del dictador.
Mijaíl Bulgákov encontró su pasión en la escritura cuando terminó la carrera de medicina y se encargaba de una consulta en la Rusia profunda, pero lo hizo en un periodo demasiado convulso y desaconsejado para ello como era la URSS de los años 1920. Más si cabe si el autor en cuestión estaba apegado en extremo a la sátira más feroz contra los desmanes del nuevo orden soviético.
Una de sus primera obras, terminadas en 1924 y publicada al año siguiente, un momento pletórico para Bulgákov, quien viviría una breve edad dorada como articulista, novelista y dramaturgo, es esta que hoy reseño y que es perfecta para que cualquier neófito se adentre en su bibliografía a través de una novela corta que posee un título tan contundente como es «Los huevos fatídicos». A medio caballo entre la comedia satírica y la ciencia ficción distópica, Bulgákov fabula sobre un Moscú alternativo para el año 1928 (aunque sea el mismo en el que en Ciencia todo valía). En el Instituto nº 4 de la capital investiga e imparte clases el tiránico y estrafalario Vladímir Ipátievich Pérsikov, un zoólogo especializado en batracios que, por casualidades de la vida y la Ciencia, descubre la existencia de un rayo lumínico rojo con asombrosas propiedades cuando incide sobre organismos vivos: aumenta vertiginosamente su velocidad de crecimiento y maduración, así como su procreación, aunque la pega está en que cada nueva generación es más voraz y salvaje que la anterior, dándose constantes casos de canibalismo. Este nuevo hecho científico pronto saltará del laboratorio a la calle por medio de un periodista que más que anotar respuestas se las inventa. La cosa no habría ido a más si hubieran dejado a Pérsikov en paz con su rayo y sus cámaras ampliatorias, pero sucede una catástrofe insospechada: una gripe aviar deja a la URSS sin una sola gallina viva y alguien, que no tiene ni pajolera idea de lo que es la Ciencia y de lo que hace, obtiene el permiso de la Superioridad para llevarse todos los ingenios del zoólogo hasta una apartada esquina del rural ruso y aplicarlo sobre huevos de gallina en las dependencias del sovjós El Rayo Rojo. La cuestión aquí es: ¿qué puede salir mal? Pues todo.
Desde el primer instante, como lectores, podemos deleitarnos del fino humor de Bulgákov en sus descripciones, en apariencia, inocentes e inofensivas. Así, critica el periodo de hambre por la carestía de alimentos que se vivía en la URSS postrevolucionaria, como la harina con la que se alimentaba en exclusiva al bedel del Instituto y por cuya falta muere, al igual que las ranas objeto de experimentación por falta de gusanos de la harina. Otro chiste muy bueno lo protagoniza Pérsikov en su presentación, quien se ve obligado a dar clases acerca de batracios endémicos de áreas tropicales en un aula que siempre está a una temperatura bajo cero, con independencia de lo que marque el termómetro en el exterior. También su descripción sobre los periodistas al servicio del régimen y los miembros de la policía que el Aparato dispone para que dejen al genio loco en paz es afilada.
En una URSS de pantallas gigantes en fachadas y pistolas de rayos de la muerte a la cintura, pero con la misma patina que la real, Bulgákov escribe un relato chispeante que debió sentar como una patada en el trasero a los más avispados de entre los de Arriba, aunque es posible que muchos se troncharan de lo lindo ante el reflejo en papel de una realidad que era más exagerada que la propia ficción.
Os recomiendo «Los huevos fatídicos» como la mejor manera de adentrarse en los desvelos de Bulgákov y pasar un buen rato con una obra corta y fácil de leer.
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