Guardia de cómic: reseña a «Soy una matagigantes», de Joe Kelly y Ken Niimura (2021)

Norma Editorial, Barcelona
2021
Traducción: Sergio Colomino
ISBN: 978-84-679-4413-6
308 páginas

Una historia desbordante de fuerza y emoción que trata de dar respuesta a una pregunta planteada en el peor de los escenarios

Para llegar a la novela gráfica «Soy una matagigantes» hice el camino a la inversa: primero me vi su adaptación a la Gran Pantalla, cosa que aún considero un grave error, aunque he comprobado que el mensaje original mantuvo su fuerza a pesar de la sensación de vacío que me acompañó durante la proyección. Tanto fue así que pasé olímpicamente de escribir una reseña sobre la película dirigida por Anders Walter (2007). Pero me surgió la necesidad imperiosa de leer el libro salido de la mente de Joe Kelly durante una tarde en la que el autor esperaba a que su padre terminase una sesión de fisioterapia y que desarrolló a lo largo de cuantiosos meses junto con el dibujante Ken Niimura, quien aportó un estilo a medio camino entre el manga y el fanzine.

La imagen en viñetas no difiere mucho de la mostrada en la pantalla, con esa Bárbara Thorson, una niña lenguaraz que vive en una casa en la que todo está patas arriba y que afirma ser una matagigantes. Esto último, lo que podría entenderse como un choque ilógico entre la realidad y la fértil imaginación de una aficionada a “Dragones & Mazmorras”, nos arrastra hasta parajes de un realismo mágico mucho más profundos que los representados por el equipo de Anders Walter, con unos matices oscuros centrados en el cáncer que consume a un miembro de la familia, hecho que se va intensificando hasta la confirmación final y llegado el momento de desvelar la verdadera naturaleza de los gigantes contra los que la lucha de Bárbara, que están en su imaginación o puede que no.

La historia es esta y no quiero contaros nada más. Mejor será que la descubráis por vosotros mismos, así que paso a tratar los asuntos más técnicos de la obra, como es el dibujo de Ken Niimura, que no es apto para aquellos que quieran encontrar líneas preciosistas o cierta profundidad abismal estética entre las páginas. Sus trazos son rápidos y rabiosos (aun siendo fruto de innumerables bocetos). Se podría decir que son descuidados, pero no es así. Todas las viñetas guardan una perfecta composición y los personajes (algunos en planos realmente complicados), son correctos. Si le queremos echar algo en cara a Niimura es su aparente alergia por el digno empleo de la regla. En resumidas cuentas, su dibujo no es bonito, pero sí está cargado de fuerza y expresividad necesarias para ayudar a que el texto de Kelly alcance un nivel superior. Y una prueba de ello está en las últimas páginas, donde nos arrancará más de una y mil lágrimas.

Por su parte, aun si saber porqué hablo primero del dibujante y luego del guionista, Kelly traza una historia que hacía mucho le rondaba por la cabeza: ¿cómo se enfrenta un niño a una enfermedad terminal? No es un asunto fácil de tratar ni de plasmar. El enmascaramiento de todo el sufrimiento converge en un personaje principal que es de todo menos típico. Bárbara es una chica de instituto que “mata gigantes” y se enfrenta a la abusona del centro, aunque eso le acarree consecuencias; incluso no le teme a los adultos, manteniendo con ellos una actitud hostil y hasta agresiva (casi psicótica), en su deriva solitaria por mantener su casa libre del acoso de las criaturas que la amenazan.

La edición que he leído es una de lujo, de tapa dura y con abundante material extra (casi la mitad del libro), que es inmanejable sin una mesa donde siempre apoyar semejante mostrenco. Entiendo el interés de la editorial por presentar esta fantástica obra con todo el mimo que se merece, pero cuando hablamos del tamaño y el peso, a veces, menos es más. El gramaje de las páginas, sobre todo para una obra en blanco y negro (y es mi opinión), es exagerado, así como la distribución de los apéndices que, a fin de cuentas, son unas cuantas ilustraciones y bocetos, un poco del “así se hizo” y unas decenas de páginas de guion; todo ello interesante, hasta cierto punto.

Pero estos puntos negativos subjetivos no son suficientes para impediros disfrutar de este «Soy una matagigantes». Incluso para que os sintáis identificados como la protagonista, compartiendo sus terrores por la misma necesidad de huir de la realidad, hasta darnos cuenta (tarde) de lo que en realidad es importante.


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