Guardia de televisión: reseña a «Freedom project» (2007)

Título original: «Freedom». 2007. 360 min. Japón. Dirección: Shuhei Morita, Hiroaki Ando, Hirotaka Endo, Hitoyuki Matsui, Kazuyoshi Katayama, Kôji Yamazaki, Kou Matsuo. Guion: Shuhei Morita

Una obra por encargo bastante entretenida, pero que debe demasiado a «Akira» y que cuenta con algunos detalles argumentales no muy bien traídos

Si algo caracteriza la trayectoria de Katsuhiro Otomo, aún cuando no sea como director, son sus historias futuristas ambientadas en escenarios industriales, de enormes estructuras y rascacielos, donde siempre hay lugar para la acción y la violencia, así como para el desastre y, por qué no, la esperanza.

En estas siete OVAs (Original Video Animation), encargadas por la empresa Nissin Cup Noodles, donde su logotipo y producto estrella salen publicitados de forma poco sutil y hasta la hez, se retrata, al compás inicial, un siglo XXI en el que se produce un grave accidente ecológico tras la caída de la megaestructura de la estación espacial internacional sobre el planeta Tierra, causando un súbito cambio climático que llevará a la vida a la completa extinción. La humanidad quedará entonces confinada en Edén, un conjunto de cúpulas de la colonia lunar preparatoria para la conquista de Marte, cuyo proyecto expansionista se frena en seco, pues se hará prioritario que los humanos permanezcan seguros y controlados en un ambiente y sociedad aburridos, pero de alta calidad de vida.

La historia en sí comienza en el año 2267.

Existe una franja clave de edad entre los habitantes de Edén: la adolescencia. Es un periodo en el que los individuos gozan aún de cierta libertad antes de integrarse como miembros de la sociedad activa y útil. Y en ese delicado momento de crecimiento se encuentran Takeru, Kazuma y Bismarck, tres amigos aficionados a las carreras de bólidos y a meterse en embrollos, aunque no al nivel de Kaneda y compañía; la consecuencia directa de sus malas decisiones es la de tener que trabajar como “voluntarios” en las tareas de mantenimiento de las cúpulas de Edén. Y es durante uno de estos “voluntariados” cuando Takeru es testigo de un impacto sobre la superficie lunar. Parece que un meteorito ha chocado contra la corteza y quiere inspeccionar el lugar, llevándose la sorpresa de su vida pues, en el lugar, encuentra restos muy extraños, destacando la fotografía de una chica muy mona de tez morena rodeada por unos niños, con una plataforma de lanzamiento de fondo. En el reverso se puede leer que en la Tierra todos están bien y alguien pregunta (la chica, se entiende), si en la Luna también lo están. Takeru, sin ser capaz de ocultar su estado de enamoramiento por la chica, acude a Alan, un anciano que constantemente se rebela contra el Consejo de administración de Edén y que en sus tiempos mozos fue el director del Instituto de Colonización de Marte, quien le confirma que la foto ha de haber sido tomada en Florida, pero… ¿cómo? Se supone que la Tierra es un planeta muerto y en el papel se ve vida tanto vegetal como animal.

El amor es un sentimiento poderoso e idiota, y empuja a Takeru, quien arrastra a su vez a sus amigos en su aventura, a encontrar la forma de abandonar Edén y viajar hasta la Tierra para conocer a la chica por la que suspira. Y sus ánimos son renovados cuando, durante una exploración no autorizada, Takeru y Kazuma llegan a la cara visible de la Luna y comprueban que la Tierra no es un orbe requemado y seco. Con el paso del tiempo se ha regenerado y es posible que allí abajo haya humanos que estén bien y traten de contactar con Edén.

Por supuesto, Takeru conseguirá llegar a la Tierra, pero acompañado por Bismarck, quien no quería oír del asunto, mucho menos abandonar la confortabilidad y seguridad de la colonia. Por suerte para Takeru, será Bismarck y no Kazuma quien ocupe el segundo sillón de la nave, pues sus conocimientos de ingeniería serán vitales para el héroe durante todo el argumento, sobre todo una vez llegados al planeta.

No voy a seguir narrando la historia porque corro el peligro de destriparla por completo. Basta con decir que es otra historia de ficción futurista distópica en la que Otomo, aunque supuestamente se limita a diseñar personajes e ingenios, siendo toda la responsabilidad del director Shuhei Morita (con un estilo también muy industrial), prefiere dar mayor protagonismo a la Naturaleza limpia, fértil y viva en contraposición a su habitual horizonte mecánico, industrial y ruinoso.

La trama es entretenida, pero es un tanto discutible en su nudo y punto final, pues cuesta creer que alguien, por muy enamorado que esté por una foto que podría tener siglos de antigüedad, arriesgue tanto como para… Bueno, es que, ¿cómo se supone que saben pilotar una nave espacial?, ¿cómo resuelven los problemas de cálculo?; si son niños en una sociedad decadente que se niega a mirar más allá de su ombligo, ¿cómo saben de ingeniería espacial a nivel práctico? Y, ya en la Tierra, ¿cómo viven en medio de una involución tecnológica pero son capaces de manejar conceptos aeroespaciales como para reconstruir el Saturno V? ¡Es que no se puede concebir!

Tampoco está bien traído el tratamiento de los personajes a nivel físico, pues Takeru y Bismarck no acusan la gravedad terrestre; los niños de la Tierra que conocen no crecen a pesar de que todo el arco necesita cuatro años de desarrollo; tras dos siglos de separación el lenguaje no ha variado y creado confusión entre terrestres y selenitas… Parecen olvidos muy absurdos.

Puede que lo que más ponga a uno en contra de este «Freedom Project» sea el descubrir que es una herramienta de márquetin, de entretenimiento cuya función sea colar una y otra vez el producto Cup Noodles. Saber este detalle, mediado el visionado de los siete capítulos de los que se compone esta OVA, me sugestionó para entornar los ojos y alimentó mi susceptibilidad. No es que el terreno conocido se enfangue y pierda interés, pues hay mucha acción, calidad de animación y no aburre para nada (al contrario que con la anterior obra de Otomo que reseñé: «Steamboy»), pero tiene problemas, como el acelerón sorpresivo y final que se le da a la trama para cerrar la historia en los capítulos asignados, haciéndose uso forzado de voces en off, para desvelar un futuro de armonía y de recuperación del anhelo de conquista espacial con la unión de los pueblos terrestre y lunar: dejar atrás el miedo, ese miedo a repetir errores, y volver a ser navegantes.


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