Guardia de cine: reseña a «Cazafantasmas II» (1989)

Título original: «Ghostbusters 2». 1989. 110 min. EEUU. Dirección: Ivan Reitman. Guion: Harold Ramis, Dan Aykroyd. Reparto: Bill Murray, Sigourney Weaver, Dan Aykroyd, Harold Ramis, Rick Moranis, Ernie Hudson, Annie Potts, Peter MacNicol, Harris Yulin, David Margulies, Kurt Fuller, Janet Margolin, Cheech Marin, Brian Doyle-Murray, Ben Stein, Philip Baker Hall, Kevin Dunn, Chloe Webb, Wilhelm von Homburg

«Cazafantasmas» salió un producto tan redondo que cuesta creer que se tardara cinco años en darle una continuación en la gran pantalla, aunque esta secuela distase mucho de estar a la altura

Su argumento arranca en el mismo año 1989. Por entonces, nadie quiere acordarse de los cazafantasmas ni de lo que hicieron. Son ninguneados sin miramientos (ni agradecimiento) por la Administración y el Ayuntamiento, que los demandaron por los daños causados a la ciudad. Otro tanto sucede con los ciudadanos de a pie, que los han reducido a charlatanes y estafadores de poca monta. Tanto es así que Stantz y Zedemore deben sacarse un extra como animadores de fiestas infantiles, aunque el primero sea también el propietario de una poco concurrida librería especializada en ocultismo. Spengler, quizá el mejor parado, dirige experimentos psicológicos, y Venkman es el presentador de un programa de televisión de misterio y entrevistas de muy baja estofa, que vive amargado por haber roto su relación sentimental con Dana Barret tiempo atrás, la cual se casó con otro hombre (del que ya se divorció), y tuvo un hijo, Óscar.

Por supuesto, todos estos personajes, junto al contable Louis Tully y la secretaria Janine Melnitz, volverán para redimirse cuando lo paranormal se cebe sobre la Gran Manzana.

Me gustaría, si me lo permitís, entrar en materia y harina con lo negativo de este guion de «Cazafantasmas II» escrito nuevamente por Dan Aykroyd y Harold Ramis:

1.- Estamos ante un descarado autoplagio de «Cazafantasmas» en cuanto a su estructura narrativa, desarrollo y conclusión; incluso se repiten los personajes secundarios con distinto rostro (el cercano y tonto coladito por Dana, cuyo testigo pasa de Rick Moranis a Peter MacNicol, y el funcionario idiota, cuyo papel pasa a manos de Kurt Fuller), así como una figura gigante se pasea por las calles de Nueva York, aunque esta vez no provocando el caos. Mantener este aserto es fácil por cuanto encontramos demasiados paralelismos y situaciones familiares: unos héroes debiendo sobrevivir como sea ante el bofetón institucional, una Dana que será la primera en entrar en contacto con la manifestación paranormal, esta vez en forma de mucosidad que se filtra hasta la superficie…

2.- Se tardó demasiado en estrenar una segunda parte y lo afirmo así porque «Cazafantasmas» era un producto muy de comienzos de la década de 1980 en toda su magnitud y estilo. «Cazafantasmas II» tiene ya demasiados elementos de la inminente 1990 y toda su cutrería adjunta. Puede que lo peor de todo sea su BSO.

3.- No sé si es negativo o no, esto me lo tendréis que decir vosotros. Nuevamente todo el peso cómico y de la narración cae sobre Bill Murray. Si él (y sus líneas de diálogo) no estuviera en pantalla sería muy costoso permanecer sentado la hora y pico de metraje.

4.- El personaje de Zeddemore es tan prescindible en esta segunda parte como lo fue en la primera. Sigue siendo un tío que no sabemos qué pinta ahí y lo digo aún con todo el cariño que me inspira Ernie Hudson. 

Y hasta aquí las notas negativas que he querido trasladar. Es hora de tirar el palo al suelo y darle a lo positivo, ¿no?

1.- Rick Moranis, otro tanto con Annie Potts en su papel de Janine, está mucho más aprovechado para la comedia. Si en «Cazafantasmas» era un vecino tonto que no hacía más que flirtear de forma patética con Dana, Tully ahora es el contable y abogado de los Cazafantasmas, y se le otorga un papel más activo y con más minutos y chistes, lo cual es un acierto.

2.- El guion mete el dedo en el ojo en ciertas cuestiones que podrían disgustar a más de un espectador (o no). Primero está la facilidad con la que la Administración y la población en general se deshacen de aquellos que han hecho un servicio, un sacrificio (algo no exclusivo o propio de España). Así mismo, está la burla directa hacia la sociedad de la Nueva York del momento, a la que términos como amabilidad, cortesía y respeto le resultaban del todo desconocidos, algo que cambió radicalmente tras el 11 de septiembre de 2001. Hasta entonces, y lo decían los propios neoyorquinos, si te caías al suelo en una acera nadie te echaba una mano para ayudarte a levantarte; algunos, si podían, te propinaban un puntapié en las costillas para que siguieras ahí tirado. Así estaba la cosa y Dan Aykroyd y Harold Ramis supieron transmitir ese mal social identificándolo con un río de mocos de mala hostia que fluía bajo la superficie de la brillante ciudad.

3.- Aunque no sea mérito de esta cinta sino del desarrollo tecnológico de la industria del cine, vistas ambas películas con escasos días de diferencia se puede apreciar una mejora en los efectos especiales en la secuela con respecto a «Cazafantasmas». Se mantienen ciertas fórmulas, pero ahí está el paso hacia adelante.

Vale.

Estar, lo que se dice estar, no está a la altura de «Cazafantasmas». Es un autoplagio a veces bochornoso y una excusa muy pobre para seguir sacando del filón de oro con una segunda parte en acción real, pero es divertida y apta para pasar otro buen rato.


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