Guardia de cine: reseña a «Asalto a la comisaría del distrito 13»
No soy muy de John Carpenter (salvo por «Golpe en la pequeña China»). La generalidad de su obra se desajusta a mis gustos, tan alejados del exceso de sangre y vísceras, pero este título en cuestión, su segunda película como director, me llamó mucho la atención por su sinopsis, en la que se dice que es una revisión del western «Río Bravo», cuya aura envuelve la práctica totalidad de la cinta, y «La noche de los muertos vivientes», aunque los zombies que aparecen aquí son de otra “calaña”
El guión nos traslada a Los Ángeles, donde el teniente de policía Ethan Bishop vive su primer servicio en su nuevo destino. El cometido que se le asigna es la de dirigir y echar el cierre definitivo a la vieja comisaría del distrito 13, donde se ha retirado buena parte del material, se están dando de baja los servicios de luz y teléfono, y solo quedan dos secretarias en la centralita para informar a los ciudadanos del cambio de ubicación. Tendría que ser un día tranquilo y hasta aburrido, incluso la inesperada parada de un autobús de presos en el garaje de la comisaría no debía ser cosa del otro mundo, ni aún llevando abordo al cáustico Napoleón Wilson, un asesino que va de cabeza al corredor de la muerte. Pero pronto todo escapará al control de Bishop y Wilson, los dos protagonistas de la cinta.
La película comienza con la noticia de un tiroteo entre la Policía y una banda criminal que ha conseguido hacerse con un pequeño arsenal de guerra. Los pandilleros juran vengar a sus compañeros caídos y lo hacen con su propia sangre y alcanzando un estado alterado de conciencia (que no se explica), siendo poco menos que zombies que ni sienten ni padecen. Durante las evoluciones de los bandidos por los suburbios, un grupo decide matar a un heladero que parece un agente de policía encubierto a los ojos de todos. De paso, como si de una oferta de 2x1 se tratara, el homicida le mete una bala en el pecho a una niña que está ahí, junto al camión de los helados (todo un escándalo para la época), mientras su padre está en una cabina telefónica cercana, tratando de obtener información para orientarse en unas calles que le son todas idénticas. El hombre, fuera de sí y ante el cadáver de su hija, coge el revólver del heladero y persigue al coche de los pandilleros, logrando acabar con la vida del asesino de su hija; luego, en estado catatónico, llega a las puertas de la vieja comisaría, donde empezará un sitio y ataque que diezmará a los contados policías y presos que hay dentro, siendo que los supervivientes de la primera oleada, a ambos lados de la Ley, solos y sin poder comunicarse con el exterior, deberán aliarse para poder volver a poder ver el amanecer del siguiente día, y todo ello sin saber qué ha pasado con ese hombre que no suelta palabra y porqué lo persiguen las decenas de criminales armados hasta los dientes que esperan fuera.
El aroma western se colará a través de las ventanas rotas a tiros, más si cabe con la interacción de Wilson con Leigh, una de las dos secretarias, cuyo aplomo es mayor que el de los hombres allí presentes; los diálogos entre ambos se hacen impropios de la época en la que se filmó la película, de ahí que gane interés. Y el personaje del asesino múltiple Wilson destaca y mucho; se lo caracteriza de sarcástico, de enemigo declarado de la Ley y del Orden, pero también es un hombre inteligente, gentil y empático, capaz de ver a los policías más allá de la placa y el uniforme.
La película es entretenida, aunque su corta banda sonora, a cargo en exclusiva de Carpenter, es odiosa y monótona, solo permitiéndose una pieza dispar y cantada en la escena final que no pega para nada. También resulta ridículo que las persianas venecianas por donde tratan de colarse los “zombies”, a pesar de ser diana de un sinnúmero de descargas de perdigones, queden intactas, pero ésta es una película de serie B, con un presupuesto bajísimo (100.000 $ de la época) y una plantilla exigua (en mi vida había visto unos títulos de crédito tan cortos).
Esta «Asalto a la comisaría del distrito 13» se me antoja una pequeña joya que no debe ser olvidada ni arrinconada, pues sirvió a Carpenter para darse a conocer con una producción muy barata y que obtuvo el respaldo del público.
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