Guardia de cine: reseña a «Tokyo godfathers» (2003)
Título original: «Tôkyô Goddofâzâzu». 2003. 88 min. Japón. Dirección: Satoshi Kon, Shôgo Furuya. Guion: Satoshi Kon, Keiko Nobumoto. Historia: Satoshi Kon
Lejos de pretender embarcarnos en un apasionante viaje de introspección al subconsciente humano, Satoshi Kon, con esta película de 2003, prefirió adentrarse en el mundo de las relaciones puramente humanas y de las conexiones casi invisibles que nos vinculan los unos a los otros
Ésta es una película que es una suerte de cuento de Navidad, protagonizado por tres sintecho que una noche, revolviendo entre la basura, encuentran a un bebé abandonado junto a una nota. Estos tres modernos reyes magos (no cabe duda de ello), son Gin, un hombre de mediana edad que miente sobre las razones que le llevaron a la indigencia, Hana, un travesti muy dado al frenesí pero que termina siendo el personaje más interesante, y Miyuki, una adolescente que lleva unos pocos meses malviviendo en la calle tras huir de su casa.
Lo más lógico hubiera sido llevar a la pequeña, a la que nombran como Kiyoko (niña pura), hasta el puesto de policía más cercano, pero Hana se niega. En su negativa hay tanto egoísmo, pues quiere saber lo que siente una madre cuidando de la pequeña, como genuino amor y preocupación ante el posible destino del bebé si entra en el sistema de asuntos sociales. Guiados por el temperamento de Hana, el singular trío de vagabundos recorrerán la ciudad buscando a los padres de Kiyoko, aunque más en concreto a su madre para saber las razones que le impulsaron al abandono. Y su particular odisea nos permite recorrer un Tokio físico y emocional desde los ojos de tres parias de la sociedad, a los que nadie se quieren acercar, salvo aquellos que son capaces de ver en ellos lo que en realidad son: seres humanos. Lo peor no es solo la separación física y la indiferencia, sino también que algunos los ven como objetos sin derechos que pueden recibir, como regalo de Navidad, una paliza. Aquellos que los ven como personas son justo los que son capaces de generar el suficiente sentimiento de amor y de agradecimiento por lo que Hana, Gin y Miyuki están haciendo, como también aquellos elementos del pasado que son recuperados y les permiten dar un giro a sus vidas de indigencia. Pero, ojo, no hace falta estar viviendo en la calle para estar perdido.
Con el paso del metraje, los recuerdos de los tres protagonistas se abrirán como una flor al sol, aunque sea invernal, con la misma belleza de los haiku que compone Hana en distintos momentos. Igualmente sucederá con los hilos que los interrelacionan a todos, llegando a un drama final que da impulso a la película; una emoción que el espectador necesitaba y que Kon supo poner en el momento correcto.
En las escenas se puede no solo ver buena parte de los detalles que caracterizaban ya la forma de dirigir de Satoshi Kon, sino también otros que veríamos en realizaciones posteriores. Por ejemplo, las vecinas tratando de averiguar el paradero de Yasuo y Sachiko, los supuestos padres de Kiyoko, recuerdan mucho a cierto episodio de «Paranoia Agent».
Pero lo que es indiscutible, una vez más, es que tras ver otra película de Kon me embarga una tristeza profunda pues, como ya sabréis, este gran director falleció en 2010 por culpa de un cáncer de páncreas. La maldita enfermedad nos privó de seguir disfrutando de su genialidad.
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