Guardia de televisión: reseña a la cuarta temporada de «Stranger Things» (2022)
Cuarta vuelta a la rueda de hámster. Aunque muy ambiciosa en producción, el argumento está aguado
Al contrario de lo que se os ha acostumbrado en otros sitios, aquí no vamos a cantar alabanzas fanáticas a favor de esta cuarta temporada de «Stranger Things», aunque, vamos, más de uno estará con la mosca detrás de la oreja por culpa de todas esas críticas súper lustrosas escritas por lameculos que opinan que «Spiderman: No Way Home» y «The Eternals» son peliculones cuando, en realidad, son un truño concentrado de manada de elefante.
La acción en esta, por ahora, penúltima temporada se retoma a los pocos meses de los eventos sucedidos en la tercera (aunque los chavales están muy creciditos y eso no hay maquilladora que lo tape). El grupo está deshecho, con los Byers y Once en California y el resto en Hawkins, así como con Hopper de prisionero de los soviéticos, perdido en algún lugar de Kamchatka. Es normal, pues así, con la separación, acabó todo en aquel capítulo final, pero esto ha conducido a una separación de tramas y subtramas que diluye el argumento en agua. Es más, ¿era necesaria la de Hopper superviviente en un campo de prisioneros ruso? Es que no tiene ni pies ni cabeza, pero ya se olía que estaba vivo en los títulos de crédito finales del S3E8, como si los guionistas se hubieran hecho de todo en los pantalones con la idea de dar puerta definitiva al simpático jefe de policía y, en cambio, quisieran darle un poco más de oxígeno y tener así a Joyce ocupada (junto con Murray), dejando a los niños jugando solos en el patio del mundo del revés.
Lo positivo de esta cuarta temporada, con unos capítulos que se van de madre en minutaje pero que no cansan, es que el terror es más palpable y mejor traído: es psicológico. Ese Vecna, Uno en realidad, y la historia que lo rodea en la casa de Víctor Creel es una pasada. El malo deja de ser un ser extraterrestre y adopta un halo más humano y, por tanto, más acongojante. El primer capítulo es de infarto, pero el resto… salvo ciertos destellos, es más de lo mismo. Es que se nos obliga a girar la rueda del mismo argumento trillado una y otra y otra vez. Bravo, se explica el origen de todo, que ya era hora, con ese siniestro celador y la masacre que se muestra del laboratorio de Hawkins, pero no hay nada más. Es que hasta los personajes han quedado desprovistos de vida: Jonathan no es más que un fumeta, Robin solo dice una gilipollez tras otra como si su coeficiente intelectual se hubiera caído al suelo, Will sigue traumatizado (dale que dale) con su infancia perdida (no, señores, aquí no es solo el rollito woke de poner a un gay de por medio), Joyce no aporta nada (quizá menos que nunca), Max ha tenido que coger el testigo de niña maldita porque seguir cargando a Will con el sambenito ya era de juzgado de guardia (¿nos apostamos algo a que Vecna se ha escondido dentro de Max?)… Y luego está todo aquello que no tiene sentido, como la reaparición del Dr. Martin Brenner, resucitado de entre los muertos, como si al demogordon le hubiera causado nausea su carne cuando saltó sobre él en no me acuerdo qué capítulo de la primera temporada; o las “correrías” de Argyle y compañía, en esa furgoneta que nadie echa en falta, y con la que se van hasta Salt Lake City para pedir ayuda a Suzie durante dos minutos. Tampoco me encaja el acercamiento sentimental entre Steve y Nancy, así como su separación de Dustin, quien se aferra como una lapa a Eddie (un gran personaje que ha de ser rehabilitado de alguna forma), como nueva figura fraternal quien es, a fin de cuentas, un intruso. Y, siguiendo con Eddie, tampoco tiene mucho sentido que se le siga considerando el líder de una secta satánica, principal sospechoso de los tres asesinatos de alumnos del instituto, y los chavales que formaban parte de Hellfire Club no hayan quedado marcados por cientos de dedos acusadores...
Y hay más, señores: el argumento de la existencia de dos facciones del Ejército y/o del Gobierno se desvanece tras la muerte del Dr. Brenner. ¿Acaso el teniente coronel Sullivan se va a retirar a su madriguera? ¿Qué ha sido del Dr. Sam Owens? Y al volver Hopper a Hawkins, ¿cómo se va a explicar a la población que el jefe de policía sigue vivito y coleando, aunque con muchos menos michelines? ¿Y dónde está el metraje del regreso de los chicos desde el Mundo del Revés tras el "terremoto"? ¿Y el cadáver de Eddie? ¿Por qué los padres siguen adoptando un papel pasivo cuando esta vez han tenido la ocasión de llegar a participar? Y si todo apunta a que la quinta temporada (son rumores), va a acontecer a las puertas de los años 1990 o ya directamente metidos en dicha década, ¿cómo se va a casar eso con el final del S4E9?
Hay muchísimas cosas que no encajan en esta temporada que, al menos, ha servido para que los más mozuelos del lugar hayan descubierto a Kate Bush y a Metallica (qué poca cultura musical, por Dios). Y, ¿cómo esperáis que termine esta reseña? Pues con el aserto de que esta cuarta temporada no es para tanto, pues es la más floja de todas, siguiendo, tras un buen arranque, una estructura invariable y, por tanto, nada sorpresiva. El producto estaba más que agotado con la tercera temporada y la mejor sigue siendo la segunda.
Los Duffer estirarán el chicle hasta lo absurdo y todos tan contentos.
Post a Comment