Guardia de cómic: reseña a la novela gráfica «El libro del cementerio»

 

Título original: «The Graveyard
Book Graphic Novel»
Dirección: P. Craig Russell
Roca Editorial de Libros SL, 
Barcelona
Traducción: Mónica Faerna, 
Jorge Rizzo
Primera edición: febrero de 2020
ISBN: 978-84-949808-6-2
354 páginas

La adaptación, bajo la batuta de P. Craig Russell, cuenta con varios artistas encargados del dibujo, lo cual permite disfrutar de cada relato gracias a un estilo individual y único (aunque siempre europeo), aumentando su atractivo general y manteniendo la cohesión plástica.

Si alguien es capaz de hilvanar historias en las que la realidad rutinaria se confunda con la intangibilidad, sin duda ese alguien es Neil Gaiman, un hombre entregado a la tarea desde hace varias décadas y que nos ha regalado obras donde la fantasía desborda las tapas de sus libros. Imaginación no le falta.

El otro día descubrí un volumen de más de trescientas páginas que recoge íntegramente la adaptación al cómic de una de sus más icónicos títulos, «El libro del cementerio». Aún sin haber leído la prosa, le lancé con mi habitual alegría, adentrándome en unas viñetas que me dejaban un emboque familiar. Todo estaba allí, lo suficientemente claro como para que mi casi comatosa capacidad de deducción diera con la respuesta sin mucho esfuerzo; aún así, necesité un poco de ayuda y me palmeé la frente ante semejante obviedad. El propio título y los relatos reunidos claman al cielo, y es que «El libro del cementerio» es la versión de Gaiman, con fantasmas y vampiro incluido, de «El libro de la selva», de Rudyard Kipling. 

Me sonrojo ante el hecho.

En esta ocasión, un niño de muy corta edad consigue burlar una muerte segura y prematura. Esquiva el frío filo del cuchillo que se disponía a hendirle el cuello, como ya lo hiciera con el de sus padres y hermana mayor. Pero, por alguno impulso, el niño se escapa y, con paso errático, ajeno al drama familiar y al desconcierto del asesino, llega hasta las puertas de un viejo cementerio que acabará convirtiéndose en su hogar, donde un matrimonio de fantasmas lo adoptarán y dará su apellido; donde los allí enterrados lo protegerán e instruirán; donde un vampiro ejercerá de tutor durante las largas noches. Aquel niño será conocido por el nombre de Nadie “Nad” Owens y deberá permanecer en los lindes del cementerio hasta que se disipe el peligro que amenaza su vida.

A partir de entonces, a lo largo de los años, Nad irá protagonizando distintas y variopintas aventuras, muchas de ellas germen de su determinación por saber qué hay más allá de la verja oxidada que circunda el camposanto. Destacan sobremanera sus dos historias junto con la niña Scarlett, distanciadas entre sí por el transcurso de diez años, y aquella otra en la que Nad convence a Silas, su tutor, de ser matriculado y asistir a un colegio para vivos. Relatos todos ellos, algunos más sobrenaturales que otros, entre los que tendremos tiempo para conocer a un dédalo de espectros, como la simpática bruja Liza, y seres extraños, como la seria pero tierna señorita Lupescu, sobre los que sobrevuela la sombra del asesino Jack, como ese tigre cojo que solo vivía para matar y devorar a Mowgli; Jack, miembro de una sociedad secreta cuya pervivencia está amenazada por la mera existencia de Nad (el saber esto último quizá sea lo que descafeíne al malvado, que quiere anticiparse a la consumación de la profecía, pero, de paso, hacerse con el poder de la logia).

Da igual los años que llevéis de almanaque: disfrutaréis de esta novela gráfica.


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