Guardia de cine: reseña a «El viento se levanta»
«El viento se levanta» es una película que gustará a los que nos tira la fantasía, pero también asomarnos al muerto real, alcanzándose aquí un punto intermedio
Resulta chocante tropezar con títulos dentro de la filmografía del Studio Ghibli en los que la fantasía no nos arrolle y envuelva con su calidez. Pero los hay y suelen ser los menos valorados por crítica y público, pues parecen perder la esencia innata del proyecto. Quizá sabedores de este inconveniente, con «El viento se levanta» se quiso retratar la biografía del ingeniero aeronáutico Jiro Horikoshi con el acompañamiento de un fuerte aporte onírico, desde el primer minuto de metraje hasta el momento de los títulos de crédito.
Jiro Horikoshi fue el responsable de uno de los aviones más renombrados de la segunda guerra mundial, el Mitsubishi A6M Zero de la Armada imperial japonesa, un caza que dominó los cielos del Sudeste asiático y el Pacífico hasta que los Aliados pudieron desentrañar sus misterios tras recuperar un aparato prácticamente intacto. Y esta biografía parte de su infancia, cuando encauza sus pasos hacia la ingeniería, devorando revistas occidentales especializadas y soñando con el italiano Giovanni Battista Caproni, primer conde de Taliedo y diseñador de aviones muy extravagantes (como tantos otros de aquella época). Veremos cómo crece y consigue hacerse un hombre que persigue el anhelo de crear bellas naves capaces de surcar los cielos a pesar del tenso clima prebélico, cuando advierte del peligro de las corrientes ideológicas imperantes, pero sin que haya manifiesta inclinación o toma de partido, tan solo resignación: Jiro es consciente de que sus diseños se emplearán para la guerra, como bien le hace saber Caproni, aunque los aviones no nacen para combatir.
Mientras, en un segundo plano, se narra de forma intermitente la relación de Jiro con la que sería su “esposa”, Naoko Satomi, a la que conoce durante el terrible terremoto de Kanto (1923), y con la que se reencontrará años después, viviendo una de las historias de amor más bonitas y tristes que jamás haya conocido y que te deja durante los últimos quince minutos con el corazón encogido y al borde del llanto. Es imposible no sentir simpatía por la joven pareja y pesar por el destino de Naoko, aunque esta parte es inventada, pues Jiro nunca tuvo una esposa aquejada de tuberculosis ni tampoco con tal nombre.
Hayao Miyazaki volvió, por medio de «El viento se levanta», a tratar un tema que le apasiona: la aviación. Y se toma la licencia de colar escenas de «Porco Rosso», con ese río plateado e inabarcable de aparatos que surcan el cielo tras ser derribados, el mismo al que se unirán los Zero de Jiro; y de otras cintas, como «El castillo ambulante», con ese dirigible tripulado por extrañas formas que ensombrece el sueño del protagonista.
Me apostaría algo a que Miyazaki fue duramente criticado en su día por no posicionarse más abiertamente en el plano político con «El viento se levanta», aunque sea indiscutible su antibelicismo. Todo se ha de ensuciar con la política y el maniqueísmo, pero, por suerte, Miyazaki es inteligente y sabe distinguir la paja del grano cuando estudia y crea.
«El viento se levanta» es una película que gustará a los que nos tira la fantasía, pero también asomarnos al muerto real, alcanzándose aquí un punto intermedio; aunque he de reconocer que, al principio, le costó hacerme entrar en calor.
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