Guardia de cine: reseña a «Contrato en Marsella»
Título original: «The Marseille Contract». 1974. 90 min. Reino Unido. Dirección: Robert Parrish. Guión: Judd Bernard. Reparto: Michael Caine, Anthony Quinn, James Mason, Alexandra Stewart, Maureen Kerwin, Marcel Bozzuffi, Gene Moskowitz, Maurice Ronet, Catherine Rouvel
Un conglomerado de venganza y ruindad nos llevará a un final sorprendente, aliñado de cierta justicia poética
El narcotráfico comenzaba a ser un tema recurrente en las películas del género de intriga policial y espionaje desde la mitad de la década de 1960. Y cuando se filmó este título, el problema era cotidiano, advirtiendo un horizonte muy oscuro que caería como plomo sobre la sociedad durante los años 1980.
Anthony Quinn y Michael Caine (por delante del mejicano en los títulos de crédito aunque resulta meridiano que el suyo no es el personaje de mayor peso), protagonizan una cinta que mezcla el sórdido mundo de la droga con la de los criminales que actúan previo concurso de voluntades para dar caza al hombre, creando unos personajes creíbles y empáticos, datados de cierta elegante naturalidad.
Todo comienza con el brutal asesinato de uno de los agentes de campo de Steve Ventura, responsable de la oficina de antinarcóticos de la embajada de los Estados Unidos de América en París. Ventura tiene clara la identidad de quien ordenó la eliminación: Jacques Brizard, un pez gordo de Marsella, y la venganza será la prioridad del policía mientras capea con sus problemas sentimentales (es el amante de la reciente viuda), y con la sorpresa que le causa saber que uno de sus mejores amigos, John Deray, se ha convertido en un asesino a sueldo que no ha perdido pizca de su humor británico, picardía y fraternidad.
La trama, que parece sencilla, comienza a complicarse cuando Deray se infiltra en la organización de Brizard sin que el capo termine de confiar en él, quién sabe si receloso porque lo hace del brazo y entre las piernas de su bella hija. Todo el conglomerado de venganza y ruindad nos llevará a un final sorprendente, aliñado de cierta justicia poética.
Memorable es el ambiente sucio de la producción, tan propia de los años 1970: gris, con escenarios urbanos donde es fácil encontrarse con el brillante filo de una navaja sedienta de sangre; así como entre el lujo que ofrece el comerciar con la Muerte.
En verdad que, cuando di con este título, pensé que sería la típica producción de sesión doble, de la que algunos actores famosos participaban para ganar un alto salario a cambio de un trabajo fácil y apenas unas semanas grabando un guión mediocre, pero me equivoqué y estoy feliz por ello, pues «Contrato en Marsella» me dejó un excelente sabor de boca.
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