Guardia de cine: reseña a «Fahrenheit 451» (2018)
Con las readaptaciones siempre me ando con pies de plomo. Soy muy receloso, más si cabe cuando me formulo la pregunta de si son necesarias cuando los originales arañan las cotas de la perfección. Pero tenía enormes ganas de contemplar una visión moderna de este clásico de la ciencia-ficción y el sello HBO suele ser sinónimo de garantías suficientes para mitigar cualquier riesgo
En «Fahrenheit 451» (2018) queda, de la novela de Ray Bradbury y de la película de François Truffaut), respectivamente, la estructura y ciertos detalles muy brillantes que aplaude un apasionado como yo, pero, por narices, nos traslada a otro futuro cercano y enraizado en la realidad actual que nos ocupa. Como siempre, y es algo que hay que agradecer, la ciencia-ficción es el vehículo capaz de burlar censuras y anunciar críticas y alertas tempranas sobre lo que sucede o es inminente en la sociedad.
Un futuro en el que los EEUU han sufrido otra guerra civil por culpa de la polarización de la población en dos bandos por culpa de la obsesión por opinar todo e imponer una única verdad (¿no os suena de nada?). Quien se lleva la peor parte será la Cultura, sobre la que apuntarán los lanzallamas mas, a diferencia de la tenebrosa representación de Bradbury, la “purificación” no solo se cebará en los libros de soporte papel, sino que devorará discos, cuadros… y, obviamente, ordenadores y servidores de almacenamiento de Internet.
El nuevo Guy Montag, interpretado por Michael B. Jordan (un rostro muy distinto al de Oskar Werner que no chirría pero que, me apostaría algo, es consecuencia del dichoso tema de la “inclusión” racial), es continuador de las pautas del literario y el cinematográfico, aunque se le dota de un pasado palpable y de una relación aún más cercana con su enfermizo capitán, un tipo cuya ferocidad gana enteros tras la escena de la biblioteca ilegal, donde se hace un guiño a Truffaut.
Montag queda igualmente impresionado cuando es testigo de cómo una mujer se quema a lo bonzo junto con sus libros. Y esto lo empuja a cuestionarse la verdad de todas y cada una de las caras de su realidad.
Como ya lo permitiera el director galo, aquí Clarisse tampoco muere atropellada por un coche hacia el ecuador del drama, sino que acompaña al héroe hasta el final, lo cual siempre consideré como un acierto en la pantalla. Sin embargo, en esta adaptación de 2018 echo en falta a Millie, la esposa de Montag, un personaje importantísimo para retratar la hipocresía y la necedad de la sociedad de porvenir pronosticado, y que lo denuncia ante el cuerpo de bomberos.
También me hubiera gustado que apareciera, ahora que contamos con la tecnología para ello, el perro mecánico que los bomberos emplean cuando “salen de caza” y que es el “primero” en percatarse del sutil cambio de comportamiento de Montag.
Esta «Fahrenheit 451» (2018) se debe a los tiempos que vivimos y denuncia el estúpido movimiento revisionista y cancelacionista propio de un mundo pegado a las pantallas y a las redes sociales (me remito nuevamente a la escena de la biblioteca ilegal), advirtiendo que, tarde o temprano, nos dispondremos a un conflicto más allá del dialéctico y a la imposición de la “felicidad”, siendo que la rúbrica final no alcanza el pesimismo de guerra nuclear de Bradbury o el brillo entumecido pero esperanzador de Truffaut, sino una lectura de victoria, con sacrificio personal, sobre el autoritarismo de la turba.
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