Guardia de cine: reseña a «La Comunidad del Anillo» (2001)

Título original: «The Lord of the Rings: The Fellowship of the Ring». 2001. 180 min. Nueva Zelanda. Dirección: Peter Jackson. Guión: Fran Walsh, Phillippa Boyens, Peter Jackson, basándose en la obra de J. R. R. Tolkien. Reparto: Elijah Wood, Ian McKellen, Viggo Mortensen, Sean Astin, Sean Bean, John Rhys-Davies, Orlando Bloom, Dominic Monaghan, Billy Boyd, Cate Blanchett, Hugo Weaving, Liv Tyler, Ian Holm, Christopher Lee, Lawrence Makoare, Craig Parker, Andy Serkis, Marton Csokas

Por mucho que se critique a Jackson aún al día presente, nadie puede negar que esta trilogía y, sobre todo, «La comunidad del Anillo» son obras maestras del cine

Resulta harto desagradable tener conciencia plena del paso de los años, más cuando rescatas un DVD de la estantería y compruebas que hace dos décadas que la película en cuestión fuera rodada y que, para más inri, fuiste a verla a una sala de cine. Esto ocurre a la fuerza con la trilogía de «El señor de los anillos», de cuya primera parte conservo incluso copia en formato VHS, aunque haga mucho que no contemos en casa con aparato alguno que sea capaz de reproducir estas cintas; una copia con la versión cinematográfica que habré visto, hasta la irrupción en el hogar de la tecnología digital, más de una docena de veces. Más a la vista, tenemos la edición extendida de la producción de Peter Jackson, de todo lo que quiso o fue capaz de meter y que no le permitieron proyectar en su día por cuestiones económicas.

Recuerdo que la primera vez que vi este montaje extendido y “final” fue cuando me interné en el club de cine universitario (experiencia que no repetí). Falté a clases y, encima, llegué a casa mucho más tarde de lo acostumbrado, y todo por ver un archivo desenfocado y descargado de aquel impúber Internet de entonces.

Tanto se dio por saco con «El señor de los anillos», antes, durante y después, que acabé aborreciendo todo lo relacionado con esta obra y con la fantasía, lanzándome de lleno a los géneros literarios más apegados a la tierra. Y lo hice más que nada por la gente con la que traté en aquellos tiempos y en aquellos foros, desde individuos que se creían elfos de verdad (no es coña), a otros que no habían leído un solo libro aparte de estos, pasando, obviamente, por aquellos que ponían a parir a Jackson porque no dejó sitio en el guión para Tom Bombadil (que, a ver, ¿qué diantres pinta este señor cuando los cuatros hobbits están siendo perseguidos por los Nazgul y tienen que llegar echando chispas al Poni Pisador?), que odiaban a Liv Tyler por alguna razón desconocida, que se orinaban de emoción al ver a Orlando Bloom, etc., etc.

Mucho ha llovido desde entonces. Es más, «El retorno del rey» fue la última película que vi en una sala de cine. Entonces, compartiendo espacio en una macrosala del Bilbao más céntrico, con capacidad, según recuerdo, para setecientas personas (igual me quedo corto), y ahora convertida en una enorme tienda de ropa, grité “¡basta ya!”. Estaba harto de todo, sobre todo del público, y es que hubo hasta un grupito de adolescentes que se puso a discutir a grito pelado sobre si la Tyler era guapa o no. Había hasta gente que ni se había tomado la molestia de esperar al final de la cinta para levantarse, por no decir que estaban los payasos de siempre que entonan el consabido “¡me abuurrroooo!” (pues os vais al baño y os hacéis una cuca conjunta y nos dejas en paz…)

Estaba harto de ir al cine con gente.

Pero, como decía, ha llovido mucho y temía de veras el momento de recuperar este metraje de la edición de coleccionista, casi colocado como elemento ornamental en una cargada vitrina. He vuelto a ver la trilogía y poco o nada se puede decir ya aquí sobre la misma, pero para algo esto es una sección de reseñas.

«La comunidad del Anillo», tanto en libro como en película, es la parte que más me gusta y disfruto de la trilogía tolkieniana. Y reitero mi confesión de que prefiero las largas horas montadas por Jackson que leer las novelas pues comprendo mejor el mensaje que el autor introdujo en las páginas; también porque aún me embarga la emoción por un Sean Bean en el papel del moribundo Boromir, atravesado por las venenosas flechas de los uruk-hai de Saruman, acompañado por Aragorn durante sus últimos instantes de vida, así como por la escena final de Samsagaz Gamyi, tras casi ahogarse, al mostrar una fidelidad inquebrantable.

La adaptación del libro a la pantalla es bastante fiel, a pesar de sus licencias, muchas necesarias y aplaudidas por el que suscribe, pues las entiendo capitales para darle una coherencia y ritmo a la narración, algo de lo que la novela carece en muchos puntos. Ejemplos los tenemos con el ya mentado Tom Bombadil, cuyo pasaje literario es muy hermoso, pero que no deja de ser un bache al dinamismo propio del cine (aunque ciertos pasajes de este personaje son recuperados por otros, como sucede con la dama Galadriel en la introducción a esta primera entrega o Bárbol ya en «Las dos torres»). Me gusta cómo se adaptó y, si hablamos de personajes en concreto, prefiero y mucho al Aragorn cinematográfico, al menos en «La comunidad del Anillo», siendo más tangible su temor a repetir los errores de sus antepasados y, de paso, más agradecido que se tome por él la sabia decisión de evitar que un montaraz anónimo se pasee por la Tierra Media con los restos de la quebrada espada Narsil, la cual está mejor bajo custodia de los elfos en Rivendel (aunque, esos sí, me quedo con el Aragorn literario en «El retorno del rey»).

Quizá el tratamiento de los integrantes del drama no haya sido del todo correcto con otros. Meriadoc Brandigamo y Peregrin Tuc, y luego Gimli, se les enfoca hacia la comedia más simplona, aunque a estos dos hobbits se les dignifique en la tercera parte (cosa que no sucede con Gimli), lo cual no deja de provocar cierta irritación.

Lo mejor de la cinta es la capacidad que tiene de llevar al espectador desde un paisaje despreocupado, verde y tranquilo, como es el de la fiesta del centésimo decimoprimer cumpleaños de Bilbo Bolsón, hacia otros de auténtica desesperanza y división, sin sacrificar los momentos más épicos y de introspección personal, todos ellos acompañados por algunas de las partituras más bellas jamás compuestas para el cine. En esta última revisión, además, he podido percatarme de que Jackson emplea primeros y primerísimos planos, así como de detalle, en prácticamente todas las escenas, lo cual me ha recordado mucho a la forma de exponer y narrar del cómic japonés o manga: permite que los rostros, los silencios y los gestos transmitan más que las palabras que componen las líneas de diálogo.

Por mucho que se critique a Jackson aún al día presente, nadie puede negar que esta trilogía y, sobre todo, «La comunidad del Anillo» son obras maestras del cine y una demostración de pasión y sacrificio que llevó a un equipo de rodaje compuesto por cientos de personas a convivir durante los años que necesitó la producción. Cierto es que le han salido arrugas y el CGI falla en algunos momentos, pero la impronta visual de Jackson es difícil de superar y, al menos yo, en mi más alocada imaginación, nunca hubiera podido crear un mundo tan rico en matices, colores y sentidos.

 

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