Guardia de cine: reseña a «El pacto de Berlín»

Título original: «The Holcroft Covenant». 1985. 105 min. Reino Unido. Dirección: John Frankenheimer. Guión: Edward Anhalt, George Axelrod, John Hopkins (Novela: Robert Ludlum). Reparto: Michael Caine, Anthony Andrews, Victoria Tennant, Lilli Palmer, Mario Adorf, Michael Lonsdale, Bernard Hepton, Richard Münch, Carl Rigg, André Penvern

El menos paciente puede sentirse abrumado ante el número de filmes protagonizados por Michael Caine donde el espionaje, la conspiración, la mentira y la confusión son los platos fuertes. Desde los lejanos años 1960 hasta fechas recientes, es un actor que ha puesto su arte a la hora de interpretar hombres de toda condición que participan en una carrera a la desesperada para evitar un desastre, y «El pacto de Berlín» no es ajena a su filmografía

En esta ocasión, Caine pone rostro a Noel Holcroft, un reputado arquitecto de la Gran Manzana neoyorquina que siempre ha huido de un incómodo origen: su padre era el general Heinrich Clausen, uno de los más destacados y fanáticos nazis, criminal de guerra a título póstumo. 

El comienzo de la cinta nos traslada al Berlín de 1945, bajo las bombas aliadas. Allí presenciamos una extraña escena en la que los oficiales Clausen, Von Tiebolt y Kessler firman un pacto y se suicidan, centrando toda la atención en un curioso maletín que será la herencia del entonces aún bebé Noel. ¿Qué es ese pacto que da nombre a la cinta? ¿Qué se esconde tras él? Tal y como le es presentado a Holcroft en Ginebra, su padre y sus dos compañeros se dedicaron durante los últimos meses de contienda a desviar fondos del III Reich en un intento, para el futuro, de compensar todo el horror causado al darse cuenta del error en el que incurrieron al seguir a Hitler y su loca camarilla. A fecha del encuentro con el banquero Manfredi, encargado de custodiar los documentos, la cifra asciende a 4,5 billones (sí, con b) de dólares, lo cual hace cambiar el gesto a Holcroft ante las posibilidades que ofrecen poder disponer, como presidente de la sociedad por ser el hijo del cabecilla, semejante cantidad.

La particular curiosidad de Holcroft le empuja a entrar en el juego por reunirse con los herederos de Von Tiebolt y Kessler y estampar su firma en un nuevo contrato. Y entra en un juego muy peligroso que se desarrolla en las calles de Nueva York, Londres, Berlín y Ginebra, en el que los enemigos no lo son tanto y los amigos, cuanto más lejos, mejor. 

Lo que puede descolocar al que la visiona es lo fácil que es para el guionista poner a Holcroft de marioneta, a merced de unos hilos accionados desde un misterioso agente secreto a su madre, pasando por personajes de dudosa calidad ética. Tal vez demasiado para alguien que está llamado a ser el héroe y a destapar la trama, pero Holcroft es el hombre inocente, el confiado y el que será traicionado, el mismo que se rebelará contra un destino de muerte. Quizá la forma en la que “despierta” sea un tanto abrupta, sin escenas intermedias que permitan una transición más oportuna.

La película es oscura pero sosegada (a pesar del reguero de cadáveres que Holcroft va dejando tras de sí, para horror suyo). Otra en la que desbarata una conspiración que, por el modo en el que se pensaba alcanzar el éxito, me ha sorprendido gratamente.

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