Guardia de cine: reseña a «Passengers» (2016)
Título original: «Passengers». 2016. 116 min. EEUU. Dirección: Morten Tyldum. Guión: Jon Spaihts. Reparto: Chris Pratt, Jennifer Lawrence, Michael Sheen, Laurence Fishburne, Andy García, Julee Cerda, Kara Flowers, Conor Brophy
La Literatura y el Cine son garitos habituales para Robinsones de toda ralea y condición, de héroes (o no tanto), que se enfrentan a uno de los grandes miedos de la Humanidad: la soledad más brutal y accidental. Obviamente, el espacio, al ser nuestra última frontera, ha marcado un cariz diferenciador a la representativa aventura del náufrago. La ciencia ficción, por supuesto, no faltó a la cita, aunque con «Passengers» se realiza un guión apenas dramático en el que se sube al Robinsón de turno a un Titanic interestelar
La nave Avalon, de la compañía Homestead, se encuentra en viaje de ciento veinte años hasta el planeta-colonia Homestead 2, surcando el espacio a la mitad de la velocidad de la luz. Se podría afirmar que es una máquina perfecta, a prueba de todo gracias a su escudo protector, como aquel dichoso transatlántico de la White Star Line. Pero los ingenieros subestimaron el tamaño de los objetos que vagan por el cosmos y, nada más comenzar la cinta, admiramos cómo la Avalon sufre una colisión con un meteorito de proporciones épicas. Dicho encontronazo dará pistoletazo de salida a una serie de errores en cadena a la que nadie podrá hacer frente al estar la nave en piloto automático, con sus trescientos cincuenta tripulantes (y sus cinco mil pasajeros), en animación suspendida. El fatídico día no solo provocará un fallo y una sobretensión de sistemas que llevaran al ingenio al colapso en poco más de un año, sino que afectará a una única cápsula, la del pasajero Jim Preston (con la cara de Chris Patt, quien se resiste a visitar el espacio solo con los ropajes de Peter Quill), un mecánico que despierta y, para su horror, comprueba que se encuentra solo en una nave inmensa y a ochenta y ocho años de su destino. A pesar de sus conocimientos técnicos y esfuerzos, tragará con la amarga realidad: no podrá variar el funcionamiento de su cápsula y volver a dormirse para unirse al resto del pasaje; nadie de la tripulación podrá ayudarle pues no puede acceder a sus dependencias y reanimar a alguien, y el mensaje de socorro que envía a la Tierra tardará cincuenta y cinco años en tener respuesta.
A pesar del buen talante con el que Jim se enfrenta a su desgracia cuando deja pasar los primeros días de desesperación, gracias a las sabias palabras del androide Arthur, a cargo del bar, el protagonista cae en una debacle anímica y física, así como forma una idea que le acarreará un fuerte dilema moral. Entre los pasajeros, a los que va conociendo gracias a sus fichas, hay una joven, Aurora Lane, de la que se enamora perdidamente (últimos papeles en los que hemos visto a Jennifer Lawrence antes de tomar sus "dos" años sabáticos que el tiempo dirá si son un acierto o un disparate monumental). No estamos hablando solo que la Lawrence, como Aurora, esté como para cargarla de bebés (como en todas sus películas), sino que Jim se enamora de su inteligencia y personalidad. Por ello, como un Robinsón con herramientas de Dios, decide dejar de estar solo en el Edén artificial que la Avalon dispone para él y se procurará una “costilla”.
Jim provocará un cortocircuito en la cápsula de hibernación de Aurora y la despertará, aunque se guardará mucho de ocultar su intervención como otro accidente “fortuito”, similar al que le hizo a él salir del sueño profundo. Con un plan que se podría tachar de artero, Jim tratará por todos los medios que su nueva compañera acepte su nueva realidad y, de paso, juntos se reconozcan como personas afines que comparten un sentimiento. El protagonista lo consigue, pero, entonces, el androide Arthur la fastidia cuando la pareja le confiesa que entre ellos no existen secretos. Arthur, entonces, considera lógico contar a Aurora la verdad, con lo que la Lawrence comienza a dar rienda suelta a eso que se le da bien: ponerse iracunda.
A la par que la relación entre los dos personajes se hace pedazos, la Avalon hace otro tanto, sumando errores que ya no se pueden considerar normales, momento en el que la pareja conocerá a Gus Mancuso, un oficial reanimado por otro fallo de nefastas consecuencias médicas para él. Lawrence Fishbourne interpreta un papel que parece muy propio de él: un uniformado seriote hasta las cejas, pero que dista de poder considerársele como un deuteragonista, pues lo único que hace de mérito es compartir la reprobación hacia la acción de Jim, aunque justificándola (pues un hombre que se ahoga hace cualquier cosa para seguir con vida), y exhortar a ambos protagonistas para que dejen de lado sus diferencias y cuiden el uno del otro, pues no les queda otra; no le dan tiempo a más.
El inminente naufragio de la Avalon obligará a Jim y a Aurora a enfrentarse a sus destinos y a desnudar sus almas.
Reconozco que la premisa de «Passengers» es interesante por colocar a un Robinsón en una nave que realiza una travesía que supera la esperanza de vida de un ser humano. Más aún cuando lo rodea de miles de personas con las que no se puede comunicar, pues Arthur no deja de ser un androide (¿es ésta una metáfora de la Humanidad ante el horizonte creado por Internet?). Jim tiene sus necesidades humanas y, aunque sea contrario a toda ética, debemos estar con Mancuso al comprender sus actos y saber perdonarlos, pues solo Jim sabe lo que ha sufrido durante esos largos meses de aislamiento y desesperación.
El problema de «Passengers» es que la propia ambientación, eso que recubre la película como una bufanda, no es creíble. El propio concepto de la Avalon rechina pues estamos hablando de un viaje interestelar de más de un siglo de duración hacia un punto del espacio que, igual, para entonces haya cambiado radicalmente por tensiones políticas, guerras, desastres naturales, etc.; divertido, eso sí, me ha parecido que Homestead 2 sea propiedad de una empresa privada (Elon Mask anda por ahí, fijo), pero nada más. Muchas preguntas se agolpan a las puertas de mi boca: si la Avalon está en rumbo fijo y solo reactivará el programa de reanimación de tripulación y pasaje con una antelación de cuatro meses antes de llegar a destino, ¿cómo es posible que la nave reconozca a una pasajero despierto con una antelación de ochenta y ocho años y no le parezca raro? ¿Por qué los servicios de atención al pasaje están activos cuando queda casi un siglo para que alguien los utilice (restaurantes, comedores, áreas de juego, etc.)? ¿Por qué se gastan recursos y energía en ese sentido? Tendría lógica que Jim apareciera en una nave en “stand by” y manipulara algunos sistemas, incluso al robot del bar, para poder disfrutar de los mismos; pero se le manifiesta una nave viva y dispuesta a satisfacerle, como si se hubiera subido a un velero con la comida caliente sobre el plato. Y, más aún, no es muy plausible que un viaje interestelar tan prolongado se organice con un programa de piloto automático que no recurra a la tripulación humana ante los graves fallos que iba sucediendo, como el que dejara de recibir diagnósticos para lo que necesitara una comprobación manual. Supongo que lo lógico, una vez más, habría sido establecer tripulaciones mínimas (mando y mantenimiento), que se fueran sustituyendo durante periodos más o menos prolongados, interrumpidos por rehibernaciones, hasta llegar al destino final. Pero, claro, esto son cosas mías y debería de dejar de buscarle fallos de guión a Hollywood y sentarme a ver las películas sin cuestionarme nada…
Y si esto no mosqueara suficiente, está la falta total de dramatismo en la cinta. Vale, Jim está solo en una nave y morirá antes de que nadie se despierte, pero no hay nada más. Incluso su tormento interior ante la idea de despertar o no a Aurora es como un champán que lleva días abierto. Claro está, el final, aunque plausible (y visto), es del todo descafeinado, como un cuento de hadas que se cierra con un sinsentido.
Entiendo perfectamente el fracaso de público y crítica de «Passengers», aunque aplaudo la intención. ¿Quién sabe dónde se torció todo?
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