Guardia de literatura: reseña a «La mitad oscura»

 

Título original: «The Dark Half»
DEBOLSILLO
2005
Traducción: Hernán Sabaté Vargas 
ISBN: 9788497936743
568 páginas
Una mitad muy oscura que permite un punto de inicio muy interesante, pero cuyo desarrollo y final no están a la altura 

Supe por primera vez de la existencia de este título y de su argumento gracias al lanzamiento de una colección que se publicó hará más de veinticinco años y que decía contener todas las novelas del de Bangor que habían sido llevadas a la pantalla, tanto grande como pequeña. La propuesta de la línea editorial era, como poco, ingenua, pues poco habrá, incluso en aquella, que no pasara de la cabeza de King a la de algún director, productor o guionista. 

Fue entonces cuando me vi arrastrado por la avalancha literaria de este genial escritor. Y, aún a día de hoy, me veo incapaz de “ponerme al día”, pues este tío publica más rápido de lo que yo puedo leerle.

Aquella colección, con su primera entrega, esa a la que todo el mundo se apunta por el precio irrisorio de lanzamiento, se dejaba acompañar de un pequeño catálogo, apenas un tríptico de cartulina de negro brillante, que detallaba las portadas y cerraba con sinopsis de cinco líneas (si llegaba a tanto), suficientes para llamar la atención. Me sedujo la historia de un escritor de fama al que acusan de una serie de brutales asesinatos por cuanto sus huellas dactilares coinciden con las de asesino, que resulta ser su seudónimo, como si se hubiera producido un desdoblamiento de personalidad verdaderamente monstruoso.

Había por ahí otras historias reducidas a frases como gancho; y otras, sobre todo posteriores, que acabé leyendo con el paso de los años y en aquellos instantes en los que me dejaba engatusar por este señor y su particular carrusel del terror y el drama.

Tardé una eternidad en hincarle el diente a este volumen, hasta que nos asaltó el COVID-19.

«La mitad oscura» es una novela de finales de la década de 1980 inspirada en una premisa real. King, al igual que Thaddeus Beaumont, el protagonista de la novela, se sirvió, durante un prolongado periodo de tiempo, de un seudónimo para dar rienda suelta al aspecto más oscuro (si cabe), de su Yo interior como escritor (aunque King también lo creó tras escuchar de labios de sus editores que, ante su constante diarrea sobre la máquina de escribir, acabaría inundando el mercado y no sería rentable). King creó a Richard Bachman, quien “escribiría” títulos que hoy día se atribuyen exclusivamente al de Bangor; un hombre que muchos ahora han olvidado y que “luchó” incluso ante la Justicia, entre querellas cruzadas por plagio; un escritor de biografía violenta que "acabó muriendo".

A pesar de que las novelas de Bachman salieron de una misma cabeza, advirtiéndose una relación de factores literarios coincidentes, muchos expertos en la materia aseguran que bien podría haberlas escrito “otro autor” distinto a King. Esto es muy siniestro y es el punto de partida ideal para una historia que, si bien fue la segunda publicación más vendida en su año de lanzamiento, a mi no me ha convencido.

King la escribió cuando la prensa descubrió el pastel de Bachman. Trasladó a su protagonista, a Beaumont, al momento justo después de “enterrar” a George Stark, alguien a evitar, que “firmaba” las novelas negras con las que se había hecho rico, pero también introduciendo el misterio de los gemelos absorbidos en el útero materno. En un flashback introductorio, Beaumont, a los once años, fue intervenido de un tumor cerebral que, en realidad, eran el ojo, los dientes y las uñas de su hermano, que empezaron a crecer cuando el niño se inició en la escritura. El neurocirujano, para evitar la impresión al chico, modificó su diagnóstico original y ni siquiera se lo comentó a los padres.

Tras la intervención quirúrgica, solo restó en Thad una fea cicatriz (por el momento).

Sin embargo, Thad, a través de ese George Stark que creó para "sustituirle", con pelos y señales, para que encabezase una serie de novelas que escribía en un mal momento, generó una dualidad que nadie querría ver como algo tan terrorífico como termina siendo. Pero tanto él como su esposa, Liz, estaban hartos de Stark y decidieron “enterrarlo” cuando un seguidor que pretendía un chantaje hace acto de presencia en el escenario.

La idea de asesinar a George Stark fue aplaudida por sus agentes literarios. Liz se mostraba encantada, pues cuando Thad “convivía” con Stark, no parecía su marido. Y para dar una repercusión nacional a la decisión y noticia de Thad Beaumont como el hombre tras el seudónimo, se concierta una entrevista con la revista People, incluyéndose una lápida de papel maché en el cementerio para la sesión de fotos que acompañarían al reportaje.

Por desgracia, muchas personas no se mostraron muy a favor con eso de que Stark muriese y, con él, todos los personajes de sus novelas, sobre todo el hiperviolento criminal llamado Alexis Machine.

Stephen King juega bien con la oportunidad que se le concedió de desquitarse con Bachman, explora la dualidad de personalidades, al igual que explota ese miedo real e interiorizado de hacia los fanáticos y que ya mereció una mirada a gran profundidad en «Misery» (se nombra en varias ocasiones, a lo largo del texto de «La mitad oscura», a Mark David Chapman, el asesino de John Lennon, individuo y acto criminal que traumatizaron al autor de Maine (el propio Stark se hace pasar por un seguidor trastornado para engañar a la Policía)). A fin de cuentas, «La mitad oscura» es una revisión de los clásicos literarios «El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde» y «Frankenstein», donde ese reflejo íntimo o creado devuelve una sonrisa fría y salvaje.

Llega a ser interesante saber que el George Stark que se dedica a asesinar a diestro y siniestro en una cacería de los hombres y mujeres que han ayudado a su “entierro” (y de cuantos se pongan en medio), es la materialización física de un fantasma de alguien que no llegó a nacer, del hermano absorbido por Thad, pero la forma en la que King lo trae al mundo y cómo se desarrolla la historia me han dejado un regusto amargo de Serie B. El tipo sale de la nada, mejor dicho, del pedazo de tierra donde se colocó la lápida de mentira y se dirige a Nueva York para cargarse de forma no muy agradable (en más de una ocasión me salté el párrafo en cuestión porque vómito que avisa no es traidor), a los agentes literarios de Beaumont, al fanático chantajeador, a los responsables del artículo de People y a un carro de policías y civiles; luego, de pronto, comienza a desintegrarse y necesita que Thad escriba con él otra novela de Alexis Machine para hacerse “corpóreo”, pasando el relevo de la muerte a su hermano.

Y eso de los gorriones como psicopompos, todo lo relacionado, me parece tan ridículo (no su acepción folclórica, sino su empleo), como el parque de arbustos con forma de animales de «El resplandor».

Lo peor es que desde el minuto dos (que no uno), la Policía se rinde ante la evidencia de que es imposible que Thad haya dado comienzo a la oleada de crímenes de los que se le acusan, por mucho que las huellas dactilares y el grupo sanguíneo de asesino coincidan con las suyas (no así el retrato robot); como que el destino de Stark quede a la vista del lector muchas páginas antes de que llegue a la última página, privándonos, además, de saber en qué queda la investigación policial.

En ocasiones lo que leía me parecía odiosamente absurdo, como me sucedió en muchos capítulos de «La tienda». Estuve tentado de abandonar la empresa superado el ecuador de la novela, pero King sigue siendo un autor genial hasta en sus peores parrafadas y, por ahora, solo hay un título, dentro de su vasta obra, ante la que rendí las armas y salí huyendo: «La chica que amaba a Tom Gordon». A pesar de lo interesante de su presentación, echo en falta las notas propias de una novela policíaca, algo que pusiera en persecución al protagonista, acosado por la autoridad, que le produjera una inquietud e incertidumbre a lo «El fugitivo» (incluso que pudiera hacernos creer que él era el asesino en realidad); pero, como en las novelas de Bachman, King invierte todo en el aspecto más desagradable (unos crímenes en verdad brutales) y un tipo que se va descomponiendo en plan pesadilla de H. P. Lovecraft en unos de sus días de mayor positivismo.

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