Guardia de cine: reseña a «Robin Hood» (1973)

Título original: «Robin Hood». 1973. 83 min. EEUU. Dirección: Wolfgang Reitherman. Guión: Larry Clemons

Una producción muy lenta e incoherente, con cierto abuso musical y sin apenas ánimo para reescribir las escenas del mito

Héroe inglés, mito o realidad alterada, reconocido por todo el planeta como el arquetipo de líder de los desamparados y luchador contra la injusticia y el abuso de los poderosos hacia el pueblo llano. Un rebelde y un revolucionario a fin de cuentas que acabó adquiriendo, durante el s. XX y gracias a la docena bien pasada de adaptaciones cinematográficas, un aura de arrebatadora y simpática picardía. Incluso la Disney aportó su grano de arena y prestó a sus dibujantes para la narración, a su manera, de una historia trillada pero con animales antropomórficos como protagonistas que asumen todos los roles humanos.

Confieso: este Robin de la Disney era un recuerdo propio de infancia que quedó desfigurado y, ahora, en la cuarentena, me dio por recuperar.

Los setenta minutos pasados que dura la cinta tiene la rémora de casi todas las producciones de animación de los años 1970: lentitud e incoherencia. La historia, que no va hacia ningún lado en concreto, se te hace larga pues apenas existe tensión ni osadía en la reescritura de los típicos pasajes del mito, como es el concurso de arquería. Llega incluso un punto (tercio final) en el que las canciones se agolpan una tras otra sin mucho tino, como si el departamento de guionistas hubiera recibido la orden de hacer hueco a cierto número mínimo de composiciones y bailes si no querían ver la carta de despido sobre la mesa; ahí es donde la incoherencia narrativa es más honda, apenas salvada por el elemento cómico que es abandonado sobre los hombros del príncipe Juan (doblado por Peter Ustinov) y su pérfido guardián del tesoro real, pareciéndome deleznable que el sheriff de Nothingham no llegue ni a la categoría de malvado como es debido, quedándose en un simple sinvergüenza de baja ralea.

Las escenas de pura diversión son contadas mientras se cuelan en la fiesta incongruencias históricas y gazapos bochornosos (a Robin le aparece y desaparece el carcaj de una forma escandalosa, por ejemplo). 

Me ha quedado claro que los recuerdos de infancia, por muy borrosos y deteriorados que uno los encuentre, es mejor dejarlos como y donde están. Solo hay que guardar el destello de felicidad que la mención del título de la cinta te obsequia.

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