Guardia de cómic: reseña al cómic «V de Vendetta», de Alan Moore y David Lloyd

 

Título original: «V For Vendetta»
PLANETA DE AGOSTINI, 
Barcelona. 2005
Traducción: María José Giménez
ISBN: 84-674-2092-8
303 páginas
Moore quiere fornicarnos la mente con un cuento anarquista que no me trago, llevándonos por las sendas del dolor hasta una utopía de difícil realización y casi imposible mantenimiento

Excesivamente grande y difícil de manejar, cuando no imposible. En mi vida como lector de cómics me había visto en un brete semejante, teniendo que recurrir a un atril para poder adentrarme aunque fuera en esta archiconocida obra de ficción distópica. El que sea un integral no sirve de excusa. ¿Cuánto pesa el volumen? Ni idea. ¿Por qué en la editorial no pensaron en una versión de menor gramaje, menores dimensiones y con tapas blandas? Menos aún.  «La edición lo merecía», gritarán unos desde los abismos de los despachos y otros desde sus guaridas, ocultos de toda caricia del sol...

Estaban en plena promoción de la película protagonizada por Hugo Weaving y Natalie Portman y había que echar la casa por la ventana.

«V de Vendetta» es una de las obras cumbre del cómic destinado a público adulto, una de las dos que ha permitido a ese chiflado barbudo llamado Alan Moore instalarse cómodamente, sin reprimir un ápice su peculiar personalidad, en el Olimpo de los guionistas incontestables. Es también otra en la que éste despliega la oscuridad y la verborrea que hace furor entre ciertos lectores, sobre todo en aquellos que no se enteran de nada pero que se quedan embelesados ante semejante despliegue pirotécnico de esoterismo lingüístico. 

Creo que Moore es el autor de cómic del que más obras he leído y mi relación con él ha sufrido serios altibajos. Me encanta «Top Ten», pero me puede «Promethea», pues una cosa es entretener de forma seria y otra desvariar o desbarrar. Con «V de Vendetta», la presentación editorial del integral (peso y volumen) es un punto en contra de la compleja trama política y psicológica que Moore presenta con la ayuda de David Lloyd, por lo tanto, hay que estar dispuesto a saber a qué nos enfrentamos desde nuestra más vergonzosa y vergonzante ignorancia.

En principio con paso renqueante y, luego, algo más enlodado, Moore nos lleva a un futuro (cuando se concibió como ficción) en el que el mundo ha sido asolado por una guerra termonuclear, quedando (milagrosamente) indemne Inglaterra (Moore lamentó haber utilizado el manido recurso del conflicto nuclear, pues se percató de que no era necesario semejante punto de partida para que un país diera el giro; no obstante, resulta obvio que el guión es hijo de su tiempo). En la isla, el vacío de poder y el caos hacen que los supervivientes se arrojen al suelo, a la distancia más corta posible del primero que sea capaz de ajustarles una correa al cuello; una Inglaterra fascista donde se hacen realidad las pesadillas de Orwell o Bradbury, de extrema vigilancia pública y autocontrol

En medio de tanto “orden”, dentro (o al margen) de un conjunto de ciudadanos confinados al modo de «1984» (aunque sin llegar a tanto), se alza un siniestro personaje que oculta su rostro tras una máscara de Guy Fawkes, el supuesto cabecilla de la Conjura de la Pólvora, un grupo de católicos que perseguía volar, literalmente, el poder de la Inglaterra protestante en el año 1605. Él mismo se hace llamar V.

La vendetta de V comienza con la caza y eliminación de sus torturadores en el campo de concentración de Larkhill, especímenes cuanto menos odiosos, pero también con una serie de acciones contra los símbolos que entiende corrompidos tras la implantación del fascismo. Destruye el parlamento con su reloj, la estatua de la Justicia, etc., en una línea de lucha anarquista de hombre desquiciado y desencantado. Pero Moore salta como una rana en su exposición de los hechos y la proliferación de personajes e intereses enfrentados solo se mantiene en equilibrio gracias a la acción y a la investigación del agente Finch. Está muy bien crear capas argumentales, pero estas terminan por cargar al lector, llegando a plantear personajes planos, poco más que marionetas a las que se les enredan los hilos, siendo que la decisión del titiritero es cortar por lo sano. Moore habría acertado de lleno si se hubiera quedado solo con los pesos pesados, con la joven Eve, la viuda de Almond y el policía Finch, pues personajes como el mismo líder fascista, el Sr. Susan, terminan siendo una parodia acelerada.

Moore pretende introducir en su guión cartuchos de dinamita suficientes para reventarnos el cerebro, en el buen sentido. Pero el exceso siempre ha sido malo, siempre ha sido agotador. Moore quiere fornicarnos la mente con un cuento anarquista que no me trago, llevándonos por las sendas del dolor hasta una utopía de difícil realización y casi imposible mantenimiento. Más de lo mismo. Lo que se extrae de «V de Vendetta» es, a fin de cuentas, un manual “no de bolsillo” del anarquista, con sus luces y sus sombras, incluidas las incongruencias. Moore “abandona” a su protagonista, héroe o antihéroe, brutalmente torturado por el sistema fascista, roto y rehecho, para que emprenda una cruzada. Podemos simpatizar con él por ser alguien que quiere acabar con un Estado represor, pero, en realidad, V no deja de ser un fanático, alguien con unas ideas que bien podrían emplearse para atacar un país democrático, pues, ¿acaso los terroristas no buscan destruir “aquello que les oprime” y “crear” algo “mejor” por la vía más rápida, sin importar las bajas? Al menos, el propio Moore ya despeja la incógnita de que en el futuro anarquista que el protagonista avanza, no hay lugar para V, pues reconoce que es un asesino.

En su día «V de Vendetta» debió ser polémica, con una visión romántica y exagerada del terrorista entendido como el luchador por la libertad, pero con un toque siniestro que gana matices con el trazo grueso de Lloyd: un hombre, V, que alcanza una especie de percepción superior política y personal, cuasi-divina, pero que desaparece de escena para no recoger los platos rotos pues sería muy ñoño colocarlo de cabecilla de masas.

Por supuesto, «V de Vendetta» tiene fuerza y pasión. Es desgarradora, como un tiovivo desbordado por las virtudes más hermosas y los pecados más horrendos. Pero no podemos confundir la inteligencia del argumento con la ansia vana del guionista de creerse más listo que el lector, de hablar con acertijos, pues, quien cae en semejante juego manipulador, puede salir trasquilado.

Sin duda, Moore acierta con el final; mejor dicho, con la escena de despedida de quien es, para mí, el mejor personaje; un hombre recompuesto que llega a la raíz de quién es V y que alcanza a entender y abrazar de veras la libertad individual. Un buen cierre para una historia, cuanto menos, diferente.

El precio del pasaje es, en esta ocasión, muy barato. Por menos de 20,00 € tienes una ficha y te puedes subir a las rodillas de un obispo pederasta, a la mente del policía que busca un sentido a su vida o al corazón de una chica que ha quedado a merced de la bondad y la rapiña ajenas. 

Algún día de estos me veré la adaptación cinematográfica y comprobaré si no consta (como es habitual), el nombre de Alan Moore en los títulos de crédito y si su negativa es acertada u otra bravuconada más.

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