Guardia de cine: reseña a «Jojo Rabbit»
La cinta es divertida, irreverente, emotiva sin llegar a la ñoñería, sincera y antibelicista, así como contraria a todo fanatismo
El nombre de Taika Waititi se ha ido haciendo conocido de unos años para acá; desde que dirigió «Thor: Ragnarok» o participó en «The Mandalorian». Por lo visto, es un tipo muy particular, por lo que era de esperar el que se hiciera cargo de un proyecto tan surrealista como «Jojo Rabbit» (y ya se notando con los títulos de crédito iniciales, con imágenes de fervorosas mareas de nazis al ritmo de los Beatles).
Jojo Betzler es un niño alemán, miembro de las Juventudes hitlerianas, como prácticamente el ciento por cien de la población de su franja de edad. Es muy tímido e inseguro, hijo de un soldado desaparecido en Italia y de una mujer con ideas propias y peligrosas; por si fuera poco, su amigo imaginario es Adolph Hitler, una versión divertidísima y alocada del dictador, pero que no renuncia ni un ápice a la violencia gestual de sus discursos.
Como todo pequeño nazi, Jojo es enviado a un campamento de verano de las Juventudes, donde se ganará el apodo de rabbit por no ser capaz de matar a un conejo. Tratando de restaurar su dañada imagen, Jojo no tiene mejor idea que arrebatar una granada de la mano del instructor durante un ejercicio de guerra y demostrar que puede ser un buen soldado alemán; lástima que su lanzamiento no fuera de los mejores que se puedan recordar.
Herido en el rostro y en la pierna, Jojo regresa a casa y las Juventudes, a través del patético (pero buen hombre a fin de cuentas) capitán Klenzendorf, le buscarán trabajos para que se sienta útil a pesar de su “fealdad” e “inutilidad” adquiridas tras el accidente. Un día que Jojo regresa a casa antes que su madre y descubre que, tras la pared de la habitación de su también desaparecida hermana Inge, vive oculta una adolescente judía, llamada Elsa. Todo un shock para el chaval y su amigo imaginario, pues tienen al “enemigo” en casa, encontrándose en una encrucijada en la que todos los caminos conducen a las salas de interrogatorios de la GESTAPO y la muerte. Solo le resta guardar el secreto.
A lo largo de la cinta, a través de una visión única e, incluso, alterada de Jojo, asistiremos a su cambio o, mejor dicho, al abandono de la crisálida nazi para mostrarse como lo que siempre ha sido: un niño inocente. Su relación cada vez más estrecha con Elsa, mientras el III Reich se desintegra, ayuda a ello.
La cinta es divertida, irreverente, emotiva sin llegar a la ñoñería, sincera y antibelicista, así como contraria a todo fanatismo, con independencia del color del uniforme, de la bandera y de la idea, no pudiendo tener mejor final que David Bowie interpretando “Heroes” en alemán ante un nuevo amanecer esperanzador.
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