Guardia de cine: reseña a «Nacido el cuatro de julio»
Título original: Born on The Fourth of July. 1989. 145 min. EEUU. Dirección: Oliver Steone. Guión: Oliver Stone, Ron Kovic (autobiografía). Reparto: Tom Cruise, Willem Dafoe, Raymond J. Barry, Caroline Kava, Kyra Sedgwick, Bryan Larkin, Stephen Baldwin, Bruce McVittie, Tom Sizemore, Vivica A. Fox, Frank Whaley, Jerry Levine, Lili Taylor, Tom Berenger, James Legros, William Baldwin, Holly Marie Combs
En esta ocasión, Oliver Stone se alió con Ron Kovic, una de las figuras más representativas del movimiento de veteranos del Vietnam contra la guerra, para, juntos, trasladar las memorias del segundo del papel a la Gran Pantalla
Éste es un salto muy diferente, a nivel expositivo, al dado con «Platoon». Este segundo filme, Stone ofrece la posibilidad de examinar una radiografía social y política de los Estados Unidos a lo largo de casi dos décadas de existencia del protagonista, desde su despreocupada infancia hasta la escena final en la que se dispone a intervenir en la convención del Partido demócrata de 1976.
La introducción planteada nos acomoda en un mullido sofá, en un saloncito, ante un álbum de fotos de la idílica América de postguerra. Un pueblecito de Long Island habitado por sonrientes rostros blancos que forman perfectas estampas familiares, de esas típicas de anuncio, sin un ceño fruncido siempre que no se cuele la palabra “comunismo” entre mordisco y mordisco durante la comida del domingo. Chavales sanotes que cultivan su cuerpo y mente, quedan para tomar unos batidos y sueñan despiertos y aburridos ante la claridad con la que se dibuja el horizonte de su porvenir. Chicas de rubios bucles y faldas por debajo de la rodilla que ayudan a sus más dulces todavía madres, siempre vestidas con delantales radiantes y almidonados.
Ron Kovic nació un 4 de julio. Era el hijo mayor de un matrimonio de fuertes convicciones católicas y que inocularon a sus vástagos la importancia del sacrificio y servicio a su país. De jugar a la guerra en el bosque, junto a sus amigos, Ron pasa a empuñar un fusil de verdad a miles de kilómetros de casa tras quedarse prendado de las palabras de un sargento de los Marines en el salón de actos del instituto (no sé yo si fue muy acertado volver a fichar a Tom Berenger, como tampoco a Willem Defoe, por muy diferentes que se les represente a los sargentos Barnes y Elías). Ron sabe que ha tomado la decisión acertada y asume la responsabilidad: está dispuesto a sacrificarse, a morir por su país combatiendo el comunismo que se expandía por el sudeste asiático. Incluso deja a la chica que ama.
De ahí, el salto no puede ser más abrupto (cosa que se repetirá salto en un ocasión), sin continuidad. Las cámaras nos llevan a una playa vietnamita (no sé yo si muy lograda), con Kovic ya como sargento de pelotón, durante una refriega con el vietcong que termina con varios civiles muertos (mujeres y niños), por fuego estadounidense (aunque no a propósito, al contrario que sucede durante la matanza de «Platoon»), y con el soldado Wilson acribillado por Kovic quien, asustado, lo confunde con un enemigo. El llanto del bebé que no le dejan rescatar de la choza y la rápida agonía de Wilson acompañarán a Kovic a lo largo de la cinta, más si cabe cuando es herido y queda paralítico.
El siguiente capítulo nos abre las puertas de un mugriento e infecto hospital donde los lisiados y mutilados esperan el alta médica. Aquí es donde el guión incide en el patetismo de la guerra, en los despojos que deja, muy en la onda de las obras del género, tanto literarias como cinematográficas, donde se toma conciencia de que los soldados son piezas de una enorme máquina que, sin se rompen, no valen nada. De un brillo esperanzador pasamos a un fondo de vómito y diarrea, con un Kovic que no quiere que le amputen la pierna, por muy inútil que ésta le sea ya.
Sin un enlace claro, Kovic regresa a su casa, donde las barreras del distanciamiento, el embarazo y la silla de ruedas van cayendo, pero engañando al protagonista, a quien convencen de que es un héroe y se tiene que sentir como tal. En realidad, Ron es el único de su pueblo que ha regresado vivo de Vietnam; más vale sobre una silla de ruedas que no en una caja. Kovic mantiene incólumes sus convicciones, las mismas que le llevaron a presentarse voluntario al cuerpo de Marines y partir para Vietnam, pero todo se va desarmando a medida que se amarga y se va sintiendo como lo que es: carne de cañón picada en una guerra que se sabía que no se podía ganar de una forma convencional. Kovic necesita reconciliarse consigo mismo y con el mundo, por ello ha de huir de su hogar antes de que lo destruya todo con su simple presencia, siendo bien recibido por una comunidad de veteranos lisiados que se pasan los días jugando a las cartas y las noches en las camas de cuantas prostitutas sea posible, importando bien poco que sus miembros no se pongan erectos o, como en el caso de protagonista, sean inexistentes. Junto al personaje que interpreta Willem Defoe, Kovic encontrará una razón para confesar aquello que lo va matando poco a poco y luchar contra la clase política que engañó a una generación para entregarla a un martirio innecesario.
La película, como ya he dicho antes, sufre de saltos abruptos entre “capítulos”. Dura dos horas bien pasadas, pero Stone podría haberlo hecho mucho mejor si hubiera dedicado menos tiempo al Kovic niño y adolescente, por ejemplo. También en el aspecto musical se aprecia el mismo “mal hábito” que en «Platoon»: una sola pieza instrumental sirve para toda escena, aunque esta vez se permitió el lujo de acompañar el metraje con piezas archiconocidas de su tiempo.
Con respecto a Tom Cruise, aunque nunca me ha parecido un interprete merecedor de algo más que un suficiente alto y aquí parece hasta sobreactuar en alguna escena, tampoco lo hace tan mal. Llega a ser creíble la transformación que opera en Ron Kovic, tanto a nivel anímico como moral, aunque en maquillaje no estuvieron muy finos.
Por último, no entiendo esa manía de presentar personajes, dejarlos en la despensa, recuperarlos y, luego, hacerlos desaparecer para no saberse más de ellos, como en el caso de la novia de Kovic.
Si «Platoon» retrata una experiencia durante un traumático “tour”, «Nacido el cuatro de julio» permite analizar el conflicto del Vietnam “en casa”, desde sus inicios hasta la caída de Saigón, afectando a los cuerpos y mentes de los soldados combatientes y de la sociedad norteamericana, sobre todo de esa parte que desprecia a unos hijos que han fracasado, recordatorios vivientes de la primera guerra perdida por los Estados Unidos.
No es una película tensa. Puede aburrir y uno se queda a verla para saber qué le ocurrió a Ron Kovic. Si fuera un norteamericano testigo de la época, bien poco podría decirme el film de Stone, pero, como no lo soy, es una forma rápida de conocer aquellos años y a un hombre.
Post a Comment