Guardia de televisión: reseña al capítulo piloto y la primera temporada de «Twin Peaks» (1989-1990)

Título original: «Twin Peaks». 1990. 45 min. EEUU. Dirección: David Lynch (Creador), Mark Frost (Creador), David Lynch, Lesli Linka Glatter, Caleb Deschanel, Duwayne Dunham, Tim Hunter, Todd Holland, Tina Rathborne, Diane Keaton Guion: Mark Frost, David Lynch, Harley Peyton, Robert Engels, Barry Pullman, Tricia Brock, Scott Frost. Reparto: Kyle MacLachlan, Lara Flynn Boyle, Michael Ontkean, James Marshall, Sherilyn Fenn, Dana Ashbrook, Mädchen Amick, Richard Beymer, Ray Wise, Peggy Lipton, Joan Chen, Harry Goaz, Eric DaRe

Lo más atractivo de «Twin Peaks» no son los sueños del agente especial Cooper y los momentos ridículos (que también), sino las líneas cruzadas de los personajes, todo ellos con secretos inconfesables y muy turbios, sobre todo Laura Palmer

A comienzos de los años 1990 no estábamos preparados para el tsunami que traería hasta nuestras costas las primeras cadenas privadas de televisión, terminando así con la unidireccionalidad pública. Para mí, que por entonces tenía 9 años, fue una explosión multicolor progresiva, al igual que para el resto de mis compañeros de quinta, con unas tardes que se irían cargando de contenido principalmente protagonizado por la familia Aragón (Miliki y sus hijos, Rita Irasema y Emilio Aragón Milikito, quien, como un tiburón en frenesí, aparecía por todos lados y estaba hasta en la sopa y en las tiendas de discos, ya sabéis: “cuidado con Paloma que me han dicho que es de goma”). Eran los tiempos para series como «Caballeros del Zodiaco», «X-Men», etc. Y si había material vespertino infantil, también lo había adulto y noctámbulo que fue a lo que los ojos menos indicados se asomaban por el impulso acelerado y arrítmico de la preentrada en la adolescencia. No hablo de las Mamachicho o la saga «Porky’s», sino de aquel producto que puso la misma pregunta en boca de todos, incluso de los que no sabíamos nada de nada: ¿Quién mató a Laura Palmer? No recuerdo haber visto un solo minuto de la serie por aquel entonces, como tampoco me consta que en casa la vieran mis padres, pero todo el mundo parecía conocer a Laura Palmer y se prestaba a otros cuarenta minutos de televisión incomprensible. La primera emisión de «Twin Peaks» en España data de noviembre de 1990, aunque llegaría hasta mis oídos y los de todos con la reposición de 1993.

Tres décadas más tardes he subsanado esta deficiencia en parte. Treinta años en los que «Twin Peaks» ha seguido bombeando sangre y buscando respuestas y conservando en hielo lo absurdo de las escenas escritas por David Lynch y Mark Frost.

Sin liarnos mucho, «Twin Peaks» es la historia de un pueblo encerrado dentro de una pompa de jabón, donde nunca pasa nada; quizá otro abeto Douglas que acaba hecho tablas en el aserradero local. En el estado de Washington, muy al Norte, junto a la frontera con Canadá, la vida pasa lenta y aburrida, gracias a Dios, hasta que un hecho inesperado lo trunca todo: el descubrimiento en la playa del cadáver de la joven Laura Palmer, una chica de instituto, guapa y popular. El envoltorio de plástico que recubre su cuerpo es la crisálida en la que muta o se revuelve lo que realmente se oculta entre las calles y bosques de Twin Peaks: asesinatos transmutados en accidentes, tráfico de drogas, prostitución, ajustes de cuentas, conspiraciones criminales, especulación urbanística… junto a males más íntimos como la violencia de género, el adulterio, la desestructuración del seno familiar, etc. Todo lo que debía ser ajeno a sus pobladores sale a flote con una reina del baile en descomposición en la morgue.

La historia en sí es la de un pueblo ensombrecido por el crimen y en el que juegan muchos intereses encontrados. Es muy del estilo Stephen King. Podríamos trasladar el argumento a una de sus localidades ficticias de Maine, a uno de sus libros, y apenas notaríamos la diferencia. Incluso el agente especial Dale Cooper, del FBI, es muy King, un hombre que se guía por sus sueños para resolver un caso de asesinato, aunque no así (¿seguro que no?) el absurdo ridículo que humedece a ciertos personajes que nos descolocan, como el doctor Jacoby o la tuerta Nadine Hurley (para abrir boca), siguiendo con el tímido ayudante Andy Brennan, la sensual y turbadora Audrey Horne, etc., etc. Entre los que podría estar el padre de la difunta, Leland Palmer, quien junto a su esposa protagonizan un marco de dolor como nunca se ha visto en televisión, no exagerado, pero sí abusivo. También podrían estar entre las páginas de King la no corta lista de psicópatas que rondan el pueblo y circulan por sus carreteras (Bobby Briggs y Leo Johnson, entre otros). 

Y es lo ilógico lo que más permanece de este drama, siendo su episodio 1.3 una maldita obra maestra de lo absurdo en el que Lynch se pasa tres pueblos.

Entre una cosa y la otra, uno se mantiene pegado a la pantalla durante cada sesión de cuarenta minutos de telenovela, pero observando una recua de altibajos que no son de ritmo, sino de exposición. En unos episodios lo extraño y lo cómico (porque provoca risa), ejerce una vis atractiva que destroza las escenas. En otros, se aparta todo elemento estrambótico y nos devuelve a la tensión y a un cruce de caminos en el que no sabemos hacia dónde va a tirar el argumento (tenemos el ejemplo de las muchas bandas a las que juega la viuda Jocelyn Packard). Aún así, no se renuncia a forzar el acto, como cuando Audrey Horne está en el casino-prostíbulo “Jack el tuerto”, a punto de conocer al dueño.

Otra señal de desequilibrio la tenemos en ciertos personajes que aparecen para luego no tener peso alguno ni presencia. Es como si Lynch y Frost se hubieran dado cuenta de que se habían pasado con el número de actores y rompen con ellos. Y parece haber un momento para ello: el funeral de Laura Palmer. Desde entonces no se le ve el tupé a Mike el víbora Nelson, el violento novio de Donna Hayward y comparsa de Bobby Briggs, quien a la postre es el también violento novio de Laura Palmer. ¿A dónde se ha ido Mike? Y así hasta cuatro personajes.

Lo más atractivo de «Twin Peaks» no son los sueños del agente especial Cooper y los momentos ridículos (que también), sino las líneas cruzadas de los personajes, todo ellos con secretos inconfesables y muy turbios, sobre todo Laura Palmer. Es comprensible el éxito que la serie alcanzó, porque es diferente a todo, llegando incluso a dar una pátina de veracidad al drama de los padres de la asesinada (pues en otras, en vez de a un hijo parecen que han perdido un botón); por esa cornucopia siniestra de deseos que encierra y que se escapa de la normal comprensión, más si cabe en el arranque de la década de 1990; por ese costumbrismo exacerbado tamizado por la somnolienta mirada de Lynch, como bien se dice en Fotogramas.

Pero todo esto lo he percibido al ver la serie a un ritmo de un episodio por noche. Un pseudo maratón tranquilo que ni empacha ni permite que la historia de deshilache, como sucedía entonces, cuando se emitía una ración por semana y con anuncios.

Para la segunda temporada me concederé un tiempo de descanso. Mucho más extensa en el número de episodios y dicen que de peor calidad, su visionado tendrá que esperar, igual que el agente especial Cooper, en el suelo de su habitación del Gran Hotel del Norte de Twin Peaks, herido por impacto de bala.


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