Guardia de literatura: reseña a «Harry Potter y el Cáliz de fuego»

 

Título original: «Harry 
Potter and the Goblet of Fire»
Traducción: Adolfo Muñoz
García y Nieves Martín
Azofra
Ediciones Salamandra
40ª edición: julio de 2019
ISBN: 97884-7888-645-6
665 páginas


Una novela muy completa, espléndida y  divertida

Otra Navidad que ha quedado atrás y otro título de la saga literaria de Harry Potter que tacho de mi lista. Ya es una costumbre pasar el trámite de diciembre y comienzo del año recién entrado dentro de un mundo que me gustaría que existiese de verdad y del que por supuesto no me importaría formar parte. Pero la realidad es la realidad, y ahora toca hacer una reseña con las peripecias de Harry, Ron y Hermione, tríada perfecta, en los pasillos y terrenos de Hogwarts.

Y como siempre, he disfrutado mucho al dar con esos puntos y pasajes que no fueron incluidos en la adaptación cinematográfica. El tomo tiene 665 páginas y la tarea de condensar todo lo que sucede en una película potable de dos horas y poco más debió ser un trabajo arduo. La prosa de Rowling no es nada cinematográfica y dedica muchos capítulos a acciones que podrían haber sido más directas, pero la verdad es que esas páginas extra son lo que aporta un sabor distinto, así como nos permite entrar en habitaciones que teníamos vedadas y profundiza en ciertas relaciones. No hablo, por supuesto, de la obcecación de Hermione por dotar de espíritu sindical a los elfos domésticos, sino al propio plan de Voldemort y la participación (con su drama familiar) de Barty Crouch hijo. Incluso me hubiera gustado saber cómo habría sido retratado en la pantalla en inepto de Ludo Bagman.

La esquematización de tan ancho título condujo a dejar sin lijar ciertas aristas en el cine, como la de no explicar cómo huyó Crouch Jr. de Azkaban, así como dejarnos a un Cornelius Fudge sobrepasado para la siguiente entrega. Tampoco quedó muy clara la razón principal del enfrentamiento entre Harry y Ron después de que el Cáliz escupiera el nombre del primero para ser campeón y optar al Torneo de los Tres Magos (la envidia), y se hizo obrar a ciertos personajes de cierta manera para que asumieran los actos de otros. El mundo que se nos presenta en la novela es más rico, pero solo digno de ser degustado en la tranquilidad y relajación de la lectura, aunque la imaginería de Rowling se queda en mero afluente en relación a la visual cinematográfica.

En esta ocasión, Potter se las veía muy felices, sobre todo cuando es invitado por Arthur Weasley a ser espectador en los Mundiales de Quidditch, algo que supone prácticamente el arranque en la pantalla, pero que nos lleva hasta la página 80 en la novela (tronchante las piruetas que deben realizar los agentes del Ministerio para controlar a todos los magos allí reunidos y por evitar que sean vistos por los muggles), tras una nueva intervención de los Dursley, quienes tendrán sus más y sus menos después de que Arthur conectase la chimenea cegada a la red Flu. Sin embargo, tras un partido que resulta brutal en el campo entre Irlanda y Bulgaria (atención a la que montan las mascotas de ambos equipos), comienza la cosa a torcerse con la aparición de unos mortífagos quienes, curiosamente, no tienen nada que ver con la Marca Tenebrosa, la cual sale de la varita de Harry, tras haberla perdido, y que es encontrada en manos de Winky, la elfina doméstica de Bartemius Crouch, quien la despide en el acto por haber abandonado la tienda de campaña (tardaremos mucho en saber la razón de tan impulsiva decisión y la relevancia del personaje, uno de los dieciséis que no se les incluyó en las películas).

La suerte de Winky será lo que espoleará a Hermione a encabezar un proyecto de dignificación de los elfos domésticos, aunque bajo la desafortunada nomenclatura de P.E.D.D.O. Pero es algo que termina cayendo prácticamente en el olvido incluso para la autora, más interesada en desarrollar la historia de Harry como campeón y la crisis que esto provoca en su reducido núcleo de amistades, siendo que su distanciamiento con Ron es mayor y más violento. Rowling gusta de crear este tipo de crisis en todos sus libros (de los que llevo leídos, diría que no hay uno en el que uno o varios integrantes del trío se enfada con el resto durante semanas); podría decirse que se regodea, pero no deja de ser señal del crecimiento de sus personajes, pues aquí Ron se ha cansado de ser el “amigo del mago famoso” y, de paso, se siente traicionado, porque él, Harry y los gemelos Weasley estaban ideando la forma de poder acceder al Cáliz.

Enfrentamientos que afectan a muchos otros personajes, como Hagrid y Madame Maxime. Incluso Molly Weasley ve con recelo a Hermione por culpa de los artículos de la impertinente Rita Skeeter, quien no duda en atacar a todo el que “se le oponga”.

El Torneo monopolizará las vidas de los habitantes de Hogwarts, así como de los que se interesan por Harry, pudiendo disfrutar de la presencia física de Sirius Black, y apenas saber algo más de los colegios de Beauxbatons (que es mixto, al contrario que en la película) y de Drumstrang, cuya ubicación física es un misterio bien guardado.

El desarrollo de las pruebas no resulta muy creíble ni dinámico. Rowling siempre viste a sus personajes con pesadas túnicas (incluso en verano, como sucede en el último capítulo, de vuelta en el Expreso a la estación de King’s Cross), y cuesta creer que nadie en su sano juicio se metería con semejante prenda en el lago, por ejemplo. 

Y el regreso de Voldemort es casi calcado al que se filmó, con la salvedad de que vemos a los mortífagos, incluido Colagusano, más aterrados que contentos por el retorno de su señor. 

Pero lo que me parece insustituible es la parte final de la novela, donde se aclaran tantas cosas y se pone de manifiesto la necedad del primer ministro mágico, así como la identidad de distintos mortífagos, todo ello advirtiendo de que los protagonistas se enfrentarán pronto.


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