Guardia de cine: reseña a «Azumi» (2003)
Probablemente una adaptación en anime hubiera sido más apetecible
Las adaptaciones siempre suelen anunciar elementos que no contienen el original, pero como nunca me he acercado a la obra de Yu Koyama (1994), no sé si lo que se muestra en esta cinta es fiel o no en cuanto a trama y personajes, aunque cuenta con esos elementos propios y habituales: el histrionismo mal llevado a la acción real y un personaje, el afeminado psicópata (¿un arquetipo nipón que se me escapa?), que, rosa en mano, se dedica a pasear su cuerpo y su maldad sin una definición y, por desgracia, sin un peso a la altura para ser el contraparte de la protagonista.
Azumi es la protagonista. Recogida de niña al quedarse huérfana, junto a otros nueve infantes, queda al cuidado y enseñanza de un viejo general del clan Tokugawa que tiene la misión de entrenar a un grupo de asesinos con los que cortar de raíz todo conato rebelde contra el nuevo régimen nacido de las cenizas de la batalla de Sekigahara.
La probabilidad de revueltas armadas por parte de los señores feudales aún leales al heredero Toyotomi fue una constante en Japón durante el periodo comprendido entre los s. XV y XVI, por lo que no sería tan difícil que se le encomendase la tarea a un oficial de alto rango. Luego, todo lo demás que se muestra, bebe de la tradición establecida para la época, con sus notas de inseguridad y violencia gratuita.
Azumi, como decía, fue una niña y se convierte en asesina, debiendo pasar ritos y cumpliendo órdenes que la hacen cuestionar, junto a los pocos que sobreviven a su lado, la razón de ser de su propia existencia y entrenamiento. Mientras, va abriendo en canal a criminales que tratan de violarla, a asesinos contratados para dar caza a su grupo y a señores feudales que ponen en jaque la estabilidad de la nación, eso sí, con escenas algunas mejorables en cuanto a coreografía, por no decir que, en otras, su katana no muestra una sola mancha de sangre y, en las siguientes, asombra la facilidad con la que Azumi lleva lavadas sus ropas y libres de restos biológicos. Pero lo peor de todo, si queremos dejar de lado los aún pobres efectos especiales por ordenador o esa capa (fiel al manga) que solo sirve para liarse en combate, es el malote tétrico (por su apariencia de yurei), con su rosa y su psicopatía hueca. Es un as de la espada, pero apenas se le da juego y la poca dignidad que pudiera tener (ninguna), la pierde en la batalla final contra Azumi, donde se le concede un momento de muerte que solo puedo etiquetar de ridículo.
Se trata de soldar un drama histórico con el género de pura acción y la comedia tonta que, aunque puede resultar divertido de ver, carece de un asiento firme.
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