Guardia de televisión: reseña a la primera temporada de la serie de television «Motherland: Fort Salem»

Título original: «Motherland: Fort SAlem». 2020. 10 capítulos de 45 min. EEUU. Dirección: Eliot Laurence (Creador), Steven A. Adelson, Haifaa Al-Mansour, M.J. Bassett, Rebecca Johnson, Shannon Kohli, Amanda Tapping. Guión: Eliot Laurence, Nicole Avenia, Joy Kecken, Maria Maggenti, Nikki McCauley, Christopher Oscar Pena, Brian Studler. Reparto: Taylor Hickson, Amalia Holm Bjelke, Lyne Renee, Jessica Sutton, Ashley Nicole Williams, Annie Jacob, Kai Bradbury, Tony Giroux, Guilherme Babilônia, Linda Ko, Jill Morrison, Lorraine Colond, Miranda Edwards

Mientras visionaba esta serie, mi frente sufría los estragos de un combate en el que se enfrentaban dos bandos, uno a favor de no perder un solo segundo más y, mucho menos, en escribir una reseña, y otro que vencía solo con la excusa de saber en qué terminaría todo. No eran bandos antagonistas, a decir verdad

Si, a fin de cuentas, continué hacia adelante, hasta llegar a los títulos de crédito de décimo y último capítulo de la primera temporada, es porque «Motherland: Fort Salem» es una ucronía y ya sabéis cómo me pirran las ucronías. En esta ocasión se nos permite acceder a un mundo en el que una bruja de Salem, a finales del s. XVII, alcanzó un pacto con el paleto vulgo, ofreciendo sus artes y las de las hijas de toda bruja para servir y combatir en los ejércitos norteamericanos por los siglos de los siglos y, en una década que me da a entender que son los años 1980 (por los aparatos de televisión más bien), el mundo se mueve en una “espiral” de violencia con ejércitos formados por brujas (y brujos), con grupos terroristas que usan su magia y atacan a civiles, etc., etc.

Eso es lo bueno que tiene la serie (aparte de, quizá, su fotografía), pues ahora viene lo que me escama soberanamente de la misma. 

Bien, seguro que habréis escuchado barbaridades de todo tipo loando los capítulos, pero no son más que patrañas, y la mayor de todas es el aserto de que sus argumentos son impredecibles. Aquí limito mi sarcasmo esbozando una breve sonrisa, pues lo que se oculta tras la siguiente puerta es tan evidente que no hace falta tener el don de Tally Craven para anticiparse. «¡Vaya, qué “sorpresa”!». No, no hay nada de eso y si hay algo que no me esperaba fue lo que sucedió en los últimos diez segundos del capítulo de cierre; eso sí que me cogió con el paso mal dado, pues si hubiera sido mejor fisonomista, otro gallo habría cantado.

Hay que tener más horas de “vuelo”, amigos.

Otro punto negativo se lo llevan directamente los guionistas (si es que no se los llevan todos), quienes, en no pocos pasajes, parece que se hayan quedado en los quince años. Incontables intercambios tontos de fluidos y escenas que me llevaron a meter la cabeza bajo la sudadera a la espera de que pasaran a otra cosa, como sucede en la práctica totalidad del capítulo dedicado a la festividad del Hail Beltane, con bailecito de instituto y bacanal nocturna incluida. Por Dios, ¿hemos escrito esto mientras hacíamos corrillo y nos pasábamos una revista porno esperando no ser cazados por nuestras madres o haciendo el juego de la botella? 

También se dijo que es una serie inclusiva en el aspecto sexual. Sí, bueno, porque la que se presenta como cabeza del trío protagonista (perdón: tres y una “escuela”… ¿soy el único que encuentra cierto paralelismo con cierto mago con la frente cruzada por un rayo?), es lesbiana, la otra es ninfómana y la de más allá está más salida que el pico de una plancha. Volvemos a los quince años sobre el teclado. Lo curioso es que la única relación de la que se desprende amor es aquella que nos haría sangrar por la nariz a la mayoría de los tíos (que son unos cuantos al guión): la que une a Raelle y a Scylla.

Pero lo que ya cansa de veras es la mutabilidad de los personajes. Me explico: Raelle y Tally (y también la arrogante Abigail), te machacan durante varios episodios consecutivos (cada una tiene los suyos, cuando no se solapan), con esto y aquello, poniendo morritos contra el mundo, luego les lanzan un discursito de medio minuto y se opera el milagro, como un chasquido de dedos.

Cuando se dejan de estas tonterías, como el rollo feminazi de medio pelo y el de superioridad yanqui sin freno, la serie remonta, aún con sus diálogos pobres y su predictibilidad (incluso las muertes son predecibles). Remonta con la acción, cuando las cadetes dejan la confortabilidad de Fort Salem y hacen algo más que quejarse, pues las devora, con cada aparición, cualquiera de las brujas superiores, como la sargento Anacostia Quatermain o la general Sarah Alder, sobre la que tenemos que estar muy atentos, pues su personaje se las trae. Incluso Scylla Ramshorn es más interesante que las tres protagonistas.

¿Veré la segunda temporada cuando se dé la oportunidad? Mucho me temo que sí, pues hay cosas sobre las que quiero saber más (como la marca de la Cesión que cruza los EEUU de Norte a Sur y la naturaleza de la pared nebulosa del edificio de las Necro), pero estas belicosas embrujadas ya pueden ir espabilando si quieren sobrevivir.


No hay comentarios

Con la tecnología de Blogger.