Reseña a la primera (y única) temporada de «Watchmen»
Título original: «Watchmen». 2019. capítulos de 60 min. EEUU. Dirección: Damon Lindelof (Creador), Steph Green, Nicole Kassell, Andrij Parekh, Stephen Williams. Guión: Damon Lindelof, Nick Cuse, Lila Byock, Christal Henry, Cord Jefferson, Carly Wray. Reparto: Regina King, Jeremy Irons, Yahya Abdul-Mateen II, Don Johnson, Tim Blake Nelson, Louis Gossett Jr., Adelaide Clemens, Andrew Howard, Tom Mison, Frances Fisher, Jacob Ming-Trent, Hong Chau, Dylan Schombing
Si «The Mandalorian» es casi una declaración de amor hacia el Star Wars 1977-1983, esta «Watchmen» lo es para el cómic y todo el universo contenido entre sus viñetas
La habréis encontrado referenciada en artículos y posts del rollo “las 66 series de televisión de el otoño de 2019 que no te puedes perder”. Así, a lo bruto y sin vaselina.
Pero «Watchmen» es una serie que, para entenderla, primero hay que leerse el mítico cómic firmado por Alan Moore y dibujado por Dave Gibbons hace treinta y pico años. Esa obra monumental del género ucrónico y de superhéroes con la que Moore se sirvió de personajillos sin suerte de algunas editoriales absorbidas por aquella en la que trabajaba y con los que se permitió escribir un 1985 diferente y distópico, con referencias directas al peligroso viraje que tomaba el mundo en la época más caliente de la Guerra fría (y con un marcado aroma a nostalgia).
Muchos os toparíais con el título por medio de la adaptación cinematográfica de 2009, dirigida por Zack Snyder, de la que reniega el propio Moore (para variar, lo cual me fuerza a hacerme la pregunta de para qué vende este hombre sus derechos si se puede saber), y muchos de los más recalcitrantes fans de «Watchmen». Yo doy mi brazo a torcer y reconozco que Snyder se dejó mucho por ahí, pero aquí rompo la pica a favor de la película, que logró darle un cierre más creíble que lo que parió el amigo Moore, porque eso del supercalamar extraterrestre que “se da un tropezón cósmico” y cae sobre Nueva York sembrando muerte y caos a discreción (pido perdón a aquellos que estáis a punto de comprar la tonelada de papel que es «Watchmen» en vuestra librería de referencia), es, cuanto menos, digno de discusión y juicio.
La serie de la HBO «Watchmen» ni es una revisión de la obra en cómic ni una secuela (gracias). Es una historia ambientada en el mismo plano ucrónico, en un 2019 que es coherente con los cimientos de Moore. Internet y la informática no se han desarrollado por miedo a interacciones alienígenas; las invenciones del Jolly Blue Giant (como me gusta llamarle) o Jon Osterman, aka Doctor Manhattan, han permitido un desarrollo tecnológico sostenible; Robert Redford es el presidente de los Estados Unidos de América y es odiado por una ingente masa redneck; y además, existe un estado llamado Vietnam que es miembro de la Unión y toda la pesca. Tenemos una pátina de avance hacia el futuro, con un pasado transformado, pero también una sensación de desaceleración.
Os advierto, insisto, que si no os habéis leído el comic andaréis largo rato perdidos.
La acción principal se desarrolla en Tulsa, Oklahoma, con una historia que avanza y retrocede al más puro estilo multitemporal del colega Manhattan. Comienza con un suceso real, como es la matanza de Tulsa de 1921: una supuesta agresión sexual por parte de un hombre negro hacia una mujer blanca (muy habitual en la bibliografía de los linchamientos racistas), provocó una oleada de sangrientos disturbios contra la floreciente población afroamericana del lugar. El número de muertes ronda entre el casi centenar y los trescientos, según atendamos a fuentes oficiales o civiles, aunque no sé si los ataques serían tan “espectaculares” como en la serie, con un biplano soltando bombas.
Un niño sobrevive a ese horror, quien nos enlazará con Angela, su nieta, ya en 2019, una mujer que se retiró (en apariencia) de la policía. Ella es Hermana Noche, una vigilante encapuchada y con placa, como varios de sus compañeros, que trabaja para un Departamento de Policía que oculta la identidad de sus miembros tras la llamada Noche Blanca, un ataque terrorista combinado en el que decenas de agentes fueron asesinados en sus casas por el Séptimo de Kaballería, un grupúsculo supremacista blanco que ha adoptado al psicopático Rorschach y su diario como símbolo y guía (aquí está un detalle por el que necesitaréis leer antes el cómic).
La violenta muerte del jefe del Departamento, Judd Crawford, sienta la base para una historia de investigación policial, pero, a medida que ésta avanza, comprobaremos que las cosas son bien distintas una vez levantada la primera pátina de maquillaje encubridor. Estamos ante un plan para conseguir un fin terrible (que no le veo mucho sentido en su desarrollo, pero puede que se me hayan pasado muchos detalles (como tampoco tiene sentido que al retornado Manhattan se le ponga rostro afroamericano)), con un rodaje exquisito en cada capítulo, sobre todo el octavo.
La serie se permite traer al 2019 a algunos de los personajes originales, como Laurie Blake, una Espectro de Seda ahora dedicada a capturar vigilantes bajo las siglas del FBI, o a Adrian Veidt, el perturbador Ozymandias, que luce mejor que nunca en la piel de Jeremy Irons. Éste último merece un inciso aparte, pues interpreta una historia dentro de la historia principal: ¿qué diantres hace en su castillo de la “campiña inglesa”, con una corte de lacayos y sirvientas clonados con los que hace experimentos de todo tipo para huir de esa cárcel y hasta entretenerse? Es casi una locura de arco argumental, pero es genial.
El espectáculo visual y sonoro es de impacto: tiros, sangre, puñetazos y palabrotas, mientras se desliza un drama familiar como es el de Angela y su ancestro vivo más próximo. Cierto es que la pátina de “realidad” va cediendo hacia la ciencia-ficción, mientras una nerviosa y ladina vietnamita se va deslizando entre los episodios. Es televisión de calidad.
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