Guardia de cine: reseña a «El ascenso de Skywalker»
Una película a la altura de una trilogía digna de olvido
Puede que ya estuviera sobradamente sugestionado ante las pésimas referencias que amigos y conocidos daban de esta «El ascenso de Skywalker», quizá por eso su visionado ha sido más mortificante de lo que cabría esperar.
La primera hora de constantes chistes huecos, con un trío protagonista que parece una torpe imitación de los Tres Chiflados, remueve las entrañas y crea ácido estomacal como para llenar un par cubas de varios hectolitros de capacidad. El resto, cuando Rey y los suyos llegan a los restos de la segunda Estrella de la Muerte, trata de remontar, desahuciando el humor y centrándose en la oscuridad más profunda; sin embargo, este giro llega muy tarde como para compensar el metraje/bazofia tragado hasta entonces. Por no decir que no se pone freno a uno de los males endémicos que aqueja a esta cinta desde el minuto número 1: las escenas no guardan coherencia entre ellas y saltamos de un punto a otro sin saber cómo; otro tanto sucede con ciertos personajes, que se “materializan” aquí y allá como por arte de magia. La posproducción ha sido pésima, como la producción, de lo cual acuso con el dedo a J. J. Abrams por haber parido semejante guión y haber pasado de unos actores que distan mucho de “dar el callo” como es debido.
Si quitamos todo el hierro, el fino hilo que queda indica que la historia en sí no es mala; al contrario, es interesante. Pero no hay por donde cogerla tal y como está servida.
Lo primero que raya es la sorpresiva reaparición del emperador Palpatine en los títulos iniciales. Así, hala, a lo bruto, como si tal cosa cuando no se ha mentado su figura para nada en las anteriores cintas. De pronto, emite una señal o comunicado y toda la Galaxia se pone a temblar. Obviamente, la continuidad de Palpatine en las historias posteriores a su “asesinato” por parte de Vader para salvar a su hijo se hizo realidad gracias a sus malvados clones en el universo expandido creado durante los años 1980-2000 (triturado y regurgitado por Disney desde la adquisición de Lucasfilms, incluso modificando el color del filo de la espada láser de Leia, que pasa de ser rojo rubí a azul por eso de “no confundir”); sin embargo, aquí parece que es el tipo “real y auténtico”, superviviente de una explosión termonuclear y de la caída de los restos de la estación a un planeta con atmósfera; luego aparece en la Zona Desconocida, blablabla.
¡Buf! Yo no sé, pero esto es para darse de morrazos. Y, encima, ¿cómo se hace con semejante flota sin llamar la atención de nadie, incluso a espaldas de la Primera Orden?
Pero esto es una punta de tantas de este iceberg, casi nimia, ante la cantidad de despropósitos tales como que el general Hux es un espía al servicio de la Resistencia, más que nada para ocupar el puesto de Kylo Ren o para que éste caiga en desgracia. Su aparición y eliminación son lamentables, como también lo son el que Abrams y los demás al guión sigan plagiando escenas de la trilogía original: hay hasta cuatro momentos, si no más, en los que vemos exactamente lo mismo, solo cambiando actores y escenario (algo sobre lo que prefiero no soliviantarme y extenderme, como con la “muerte” de Chewbacca, la más patética y poco a la altura de un personaje de la saga original, que me hizo alzar el puño reclamando venganza contra Abrams). Y, cómo no, volvemos a los planes meditados durante medio segundo que logran una victoria in extremis (esta vez con una batalla sobre la cubierta de un destructor estelar que puede que sea la más vergonzosa de las nueve películas).
Salvo por los combates entre Rey y Kylo, que son espectaculares, sobre todo cuando luchan a distancia, el peor capítulo de la serie The Mandalorian le da mil vueltas a esta película que va de menos a más, sí, pero cuyo vuelo roza las copas de lo infumable.
(No quiero terminar sin entonar mi más cariñoso adiós a nuestra princesa).
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