Guardia de cine: reseña a «Las veinticuatro horas de Le Mans»

Título original: «Le Mans». 1971. 108 min. EEUU. Dirección: Lee H. Katzin. Guión: Harry Kleiner. Reparto: Steve McQueen, Siegfried Rauch, Elga Andersen, Ronald Leigh-Hunt, Fred Haltiner, Luc Merenda, Christopher Waite, Louise Edlind

«Le Mans» es una hora y media larga de película que vale más como documental exhaustivo, con notas ficcionadas (muy en boga hoy día), de la carrera de resistencia del año 1970

Hablar de Steve McQueen es hacerlo de un pícaro del Cine y un amante del automovilismo. Una figura de inconfundible virilidad al volante de un bólido de carreras, un muscle car o, incluso, al manillar de una BMW nazi, que consiguió unir trabajo y afición en más de una ocasión, siendo «Le Mans» una película que pasaría a los anales de la Historia de los dramas deportivos con él como protagonista  . 

Tras visionar «Le Mans ‘66», me acordé de esta cinta de McQueen, otra de tantas que conoces de oídas y que has ido picando a ratos cuando la emiten por la televisión de vez en cuando. Como quien no quiere la cosa, sobre todo en mi caso, pues me he reconciliado con las carreras hace bien poco, me puse a la tarea para terminar estrellándome contra un guardarrail mal anclado.

A pesar de un comienzo prometedor, con un piloto secuestrado por el dolor latente de un accidente mortal acaecido al año anterior, en el que se vio involucrado junto a otro compañero que perdió la vida, y unas frases monumentales referentes al hombre y las máquinas más veloces sobre cuatro ruedas, la película carece prácticamente de argumento y vale mil veces más como documental al ponerse una y mil cámaras en todas partes, retratando a la perfección la carrera de resistencia más mítica de este particular mundillo.

Michael Delaney es un piloto de la escudería Porsche que regresa a Le Mans para enfrentarse a ese punto kilométrico fatal y también a la mirada de Lisa, la viuda de ese hombre que murió abrasado. Muchos han visto en esta relación distante pero cordial entre hombre y mujer una especie de enamoramiento del personaje masculino hacia el femenino, pero yo encuentro en ellos más bien a dos individuos que necesitan encontrarse para quitarse de encima el peso de la culpabilidad y la pérdida. A pesar del corto desarrollo de estos dos individuos, los hay que tienen menor recorrido, como Ritter —cuyo objetivo es retirarse para alegría de su mujer, aunque, al menos, algo sabemos algo de él—, o Stahler, de quien nada se nos susurra.

La única tensión se dará en el tercio final de metraje, tras un nuevo accidente en el que Delaney destroza su Porsche 911S y comienza la lucha final con Ferrari por el título. Un periodista pica a Delaney, comparando este choque con el del año anterior, pero el taciturno piloto se desquitará en la pista, sustituyendo por sorpresa a Ritter por ser más agresivo, no sin antes mantener una conversación con Lisa sobre lo estúpido de las carreras, algo muy tratado en este tipo de producciones: arriesgar la vida solo por ir más rápido.

«Le Mans» es una hora y media larga de película que, reitero, vale más como documental exhaustivo, con notas ficcionadas (muy en boga hoy día), de la carrera de resistencia del año 1970. Ahí está la transformación de un pueblecito francés en La Meca de la velocidad, en la pista más exigente, con su lado deportivo y su lado de mero pasatiempo para el público; pero poco o nulo entretenimiento encontrará en esta cinta aquel que quiera algo más que coches a máxima potencia y jugar con los controles del mando a distancia para no quedarse sordo con cada pasada de los bólidos.

Me he aburrido visionándola, pero puede que, ahora, que sé lo que sucede, sea capaz de disfrutarla como lo que es en realidad: una mirada inigualable y a pie en tierra del fenómeno Le Mans.

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