Guardia de cine: reseña a «Good Bye, Lenin!»
Título original: «Good Bye, Lenin!». 2003. 118 min. Alemania. Dirección: Wolfgang Becker. Guión: Wolfgang Becker, Bernd Lichtenberg. Reparto: Daniel Brühl, Katrin Saß, Chulpan Khamatova, Maria Simon, Jürgen Vogel, Michael Gwisdek, Burghart Klaußner, Alexander Beyer, Florian Lukas, Hanna Schwamborn, Jürgen Holtz, Christine Schorn, Jochen Stern, Eberhard Kirchberg, Hans-Uwe Bauer
Película gracias a la cual el mundo descubrió al fantástico Daniel Brühl y que no dejó a nadie indiferente ante semejante retrato de la caída del Muro de Berlín dentro del marco de una relación materno-filiar
En ocasiones amar da miedo. Muchas veces exige un grado de valentía sobrehumano. Esa forma de entrega sin número es propio de las madres hacia sus hijos, incluso mintiéndoles para protegerles. Lo complicado y, ciertamente pavoroso, es cuando los polos del imán de invierten y son los hijos los que tienen que hacer frente a la tarea de amar.
En esta situación se encuentra Alex, un chico apático ante la imposibilidad de alcanzar su sueño de ser cosmonauta (metáfora de algo más profundo); gris ante el drama familiar de haber sido abandonado, junto a su madre y hermana, por un padre que huyó a Occidente y creó una nueva familia. Alex es el hijo de Christiane, una mujer que, ante la ausencia del marido, se “casa” con la RDA y el Socialismo, tanto que se podría decir que ella misma encarna el ideal que el Estado se veía incapaz de alcanzar por imposible.
Pero los tiempos están cambiando. La sociedad del Este, cansada de la vida cuadriculada impuesta desde 1949, exige libertades y el fin de la división del país. Exige de una forma que el aparato represivo estatal no puede frenar más que nada por el mal común de estas repúblicas a la deriva del autoengaño: la galopante crisis económica que las llevó a la ruina y a la necesidad de un cambio de sistema. Alex quiere ser parte de la solución, emanciparse de la RDA, incluso de su madre, quien es casi la RDA, pero Christiane sufre un ataque que la deja en coma justo cuando, el 7 de octubre de 1989, comienzan los acontecimientos más importantes que marcarían la Historia de Alemania del último cuarto del s. XX. El país se reunifica bajo el ala del águila de la República federal y ya nada será igual. Mientras, Christiane “duerme”, ajena a todos los cambios que, una vez despierte, deben ser administrados lentamente para que no sufra un shock por su fuerte idealismo marxista (cambios que disgustan a sus despiertos y viejos camaradas del bloque donde reside).
La cinta proyecta escenas a veces sutiles, a veces absurdas y, otras, muy simples, para retratar ese año de vorágine donde la gente huía hacia la parte occidental, abandonando sus viviendas; donde se cambiaba mobiliario y vestuario como si fuera una urgente necesidad; donde el Burger King e Ikea se anunciaban en las calles sin pudor y la parafernalia comunista nutría los mercadillos dominicales.
Alex toma la decisión de mantener a su madre en una mentira piadosa mientras su hermana, Ariane, tiene otro novio, esta vez occidental, que la deja en estado, representando así la reunificación. Al final convence a todos sus familiares, amigos, vecinos y hasta ciertos alumnos de la clase de su madre, para organizar una mascarada que comienza siendo divertida (la búsqueda de pepinillos socialistas es tronchante, así como el que la Coca-cola sea una patente de la RDA y por eso se anunciaba en el edificio de enfrente), decae y mucho mediado el metraje (tanto que hasta te dan ganas de apagar el televisor), y se rehace al final cuando el propio Alex, junto a su colega Dennis, reorganiza la Historia de Alemania, recreando una unificación, pero a la inversa, todo ello por amor a su madre, quien, a pesar de su defensa de la RDA, estaba decepcionada con su país. Como bien dice Alex, en una de sus narraciones en off, creó una nación que cumplía con sus ideales originales, una en la que sí le habría gustado vivir y crecer.
El único fallo que le encuentro a la película, más allá del seno en el que cae hacia la mitad, es el reencuentro con el desaparecido padre. Es un elemento importante del argumento, pues nos demuestra otra mentira, esta vez la de Christiane hacia sus hijos, a quienes ocultó la verdadera razón de la partida de su progenitor cuando tan solo eran unos niños; sin embargo, apenas se le da desarrollo y peso cuando Alex va a visitarlo para cumplir el deseo de Christiane de verlo antes de morir.
Es una cinta que trata de ser veraz, pero sin renunciar a un fino hilo de humor donde la bola que forma Alex cada vez es más enorme.
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