Guardia de cine: reseña a «El tiempo contigo»
Una preciosa botella para el sentido visual, pero vacía de contenido
El cine de Makoto Shinkai se adereza con una lista casi inamovible de pequeños ingredientes que vertebran la narración. Ingredientes como son una relación de incipiente amor adolescente; la vinculación emocional de sus personajes con los planos de naturaleza urbana, rurales y/o de bosque virgen; el realismo mágico como forma de enfrentarse a nuestra forma descreída de vivir; un evento que crea una ucronía; y, lo más complicado de todo, unos argumentos de base difíciles de seguir.
«El tiempo contigo», como cada nuevo título de Shinkai, superó el listón para el equipo de ilustración que dirige y en postproducción ya se anunciaba como un paso más allá en cuanto lo mostrado en la, para mí, inigualable «Kimi no na wa» («Your name»). Pronto batió records de taquilla; sin embargo, a mí me ha dejado bastante frío (no es la primera de su filmografía que provoca en mí semejante sensación), por cuanto no es hasta bien pasada la hora de metraje cuando Shinkai permite vislumbrar un argumento; hasta ese instante, es una cinta sin pies ni cabeza, con un planteamiento que llega a ser absurdo.
Hodaka, el protagonista masculino, es un quinceañero procedente de una pequeña y remota isla (no nombrada), que se escapa de su casa (sin que se nos explique en absoluto porqué, aunque suponemos que será debido a una mala relación con sus padres), toma un ferry y se planta en la bahía de Tokio, en pleno verano de lluvias. La primera persona que conocerá es Suga, un hombre que lo salva de caer por la borda durante un sorpresivo temporal que ha de atravesar el barco en su ruta hasta la capital; un tipo simpático y rufián que dirige y publica, junto con su sobrina, una discutible publicación centrada en el ocultismo y el misterio. Suga será quien saque a Hodaka del apuro, una vez en tierra, pues el chaval pasará serios apuros al ser un menor sin blanca en una gran ciudad, debiendo incluso dormir en la calle cuando no le llega para pagar una noche en uno de esos cibercafés con habitación. En una de estas ocasiones, encontrará una pistola.
Durante esos primeros días de vagar sin rumbo, en una hamburguesería donde Hodaka se deja caer durante tres noches seguidas, Hina, una de las camareras (y protagonista femenina de la cinta), se apiadará del chaval y le ofrecerá gratis una hamburguesa.
No será la última vez que Hodaka vea a Hina. Para ser exactos, se la encontrará ejerciendo de escort para un payaso prepotente que el protagonista pone en su sitio de un disparo de automática que bien podría haber acarreado serias consecuencias. Hina es una chica que asegura bordear los 18 años (y no hay porqué no creerla), que vive sola con su hermano pequeño, ambos huérfanos (hay que ver la facilidad con la que los adolescentes viven a su aire en los anime y manga), y que posee un extraordinario y curioso poder: es capaz de modificar el tiempo atmosférico y hacer que se alejen las nubes, permitiendo que la ciudad sea bañada por la luz del sol durante un buen rato.
Hodaka conseguirá un puesto de becario en la revista de Suga y convencerá a Hina para que emplee ese poder de rezar al cielo para que el tiempo se calme y salga el sol, algo muy reclamado en la estación de las lluvias, a cambio de dinero.
En verdad que la premisa no deja de ser absurda por muy acostumbrado que esté yo al realismo mágico, que me encanta. Pero la cinta corre y corre para que veamos a un estático Hodaka, quien pasa inadvertido por Tokio, hasta que la Policía cierra el círculo a su alrededor, pues una cámara de seguridad le ha captado disparando un arma de fuego y su descripción coincide con la de un chico cuya desaparición ha sido denunciada. Igualmente corre y corre con los “encargos” que Hina recibe para hacer que salga el sol y haga un buen día para un mercadillo, una boda, etc. (las escenas de Hina rodeada por Hodaka y su hermano haciendo aspavientos me provocaban cierta vergüenza ajena).
No voy a seguir, de verdad que no, con esta exposición de hechos, pues creo que ya he sido bastante explícito.
Hasta que no se llega a ese momento ucrónico, ingrediente habitual, que cambia literalmente un mundo como es Tokio, no hay mensaje, aunque exista cierta transformación en los personajes secundarios. También se abandona parte de aquello que no se ha contado expresamente a una serie de canciones encadenadas y en sucesión cuya traducción tenemos que leer para entender qué sucede.
Al final, a apenas unos minutos de los títulos de crédito de cierre, podemos dar con esa moraleja de cuento que Shinkai quiere transmitir, que es la de mostrarnos la inutilidad de querer cambiar lo inevitable, que es mucho mejor adaptarse como la propia agua a todos los cambios. De nada sirve lamentarse, solo mirar hacia adelante y actuar es lo importante.
Probablemente revisionaré otros títulos de Shinkai, pero ésta ya os digo que no por cuanto no puedo estar de nuevo casi dos horas delante de una pantalla para que una película me “diga algo” a falta de cinco minutos del final. No quiero estar delante de una sucesión de imágenes con la certeza de que son una botella preciosa, maravillosa y extasiante para el sentido visual, pero vacía de contenido.
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