Guardia de literatura: reseña a «El regreso de El Lobo», de Fernando Rueda
ROCA EDITORIAL Edición de 2 de septiembre de 2014 Versión Kindle Tamaño de archivo: 2599 Kb Longitud de impresión: 368 ASIN: B00MYESLAG |
Mikel Lejarza es una de las figuras más opacas de la Historia reciente de España, alguien que ha dejado una huella perenne. Él es El Lobo, un hombre, en su día casi un imberbe, que llegó hasta la cúpula de la banda terrorista ETA y llevó a la detención a más de doscientos miembros de ésta y otras organizaciones menores de igual calaña. Muchos aún no le han olvidado y le reservan una bala con su nombre grabado.
Lejarza, lejos de ser un hombre que se adaptase a la vida civil por medio de un retiro dorado, no cejó en el empeño de la lucha antiterrorista y de seguridad nacional durante los últimos cuarenta años, aun recibiendo a cambio, según sus propias palabras, la ingratitud de los altos estamentos nacionales y la política española. Disgustos que se suman a la falta de firmeza a la hora de combatir la lacra terrorista y alargar la agonía durante demasiado tiempo. Leyendo un poco su biografía, aquella que solo él ha dejado traslucir, hace honor a aquello de “qué buen vasallo si tuviera buen señor”.
Fernando Rueda, el autor, es un periodista con un aquilatado currículo que se presenta a sí mismo como amigo íntimo del esquivo agente de Inteligencia (Lejarza llega a escribir unas notas que cierran esta novela que hoy reseñamos). Rueda hasta afirma que en las páginas de «El regreso de El Lobo» mezcla ficción y realidad, pero yo diría que la única realidad que hay en este thriller es que El Lobo llegó a crear conexiones con miembros de Al Qaeda y que todo lo demás es fruto de la imaginación del escritor, quien (así lo acuso) “plagia” en parte el argumento de la serie de televisión «Homeland».
En la narración, El Lobo, hacia el 11 de septiembre de 2001, se hace pasar por un anónimo saudí que reside en Dubai, trabaja en una joyería y solo falta a la práctica y fe del Islam durante unas contadas escapadas hasta la zona turística para obtener su ración de sexo y alcohol. Le provoca desazón el ataque a las Torres Gemelas, tanta gente inocente muerta, pero no deja de colaborar, por fidelidad fraternal (y hasta cierto convencimiento como musulmán) con el grupo terrorista cuya cabeza visible era Osama Bin Laden; colabora también como agradecimiento hacia un amigo que le ha facilitado una nueva identidad y una cómoda existencia lejos de España: Karim, un antiguo narcotraficante de tres al cuarto, un excrápula de larga nariz empolvada en cocaína cuando no hundida en los senos de alguna despampanante fulana de la que se paseaba con una mano asida al cuello de una botella de whisky o cualquier otro espirituoso. El Lobo ayudó a su amigo a no caer en la redada policial que él mismo había facilitado, haciéndose acreedor de un gran favor que se cobraría en parte después, cuando se dio cuenta de la transformación sufrida por Karim tras su regreso a su hogar natal: una buena mañana encontró a Dios en la tostada y se hizo más papista que el Papa tras haber agotado los placeres de Occidente.
El disfraz de Lejarza es firme, pero sus escapadas periódicas llaman la atención de la Policía dubaití y la CIA descubrirá que el mítico exagente español, desaparecido tres años atrás, podría postularse como el candidato ideal para infiltrarse en Al Qaeda pues ya está dentro y tiene cierto grado de radicalización. Es entonces cuando el argumento de la novela se “americaniza”, entrando a saco los de Langley y, de paso, los del FBI. Siempre ocurre lo mismo: es como si en este país no pudiéramos leer una historia de espionaje y terrorismo internacional sin que termine como un argumento hollywoodiense.
Como dije, parece una copia de «Homeland». Lejarza no se distingue mucho de Brody, salvo porque es rubio; incluso la relación que comienza y se desarrolla con la agente de la CIA y coprotagonista, Samantha Lambert, es idéntica a la de Brody con Carrie Mathison. Lambert es, además, descrita al igual que Carrie en la novela precuela de «Homeland» («La huída de Carrie»): la chica maravilla, lista, guapa (aunque a mí Claire Danes nunca me lo ha parecido), rubia y provocadora de rotura de braguetas a su paso. Lejarza y Lambert, cómo no, nacen abocados al enamoramiento… Esto es «Homeland», pero con una trama que transcurre entre Dubai, Nueva York y ciertas localidades de Pakistán (Rueda nos explica que visitó los lugares en persona acompañado de su señora, aunque lo que termina haciendo al describirlos es redactar una guía turística de hoteles, nada más).
Resulta muy interesante la etapa de contacto de Lambert en Nueva York, haciéndose pasar por una trastornada auxiliar de vuelo que debería haber muerto en uno de los aviones que se estrellaron contra el World Trade Center, pero todo lleva a la conclusión de que solo Frédéric Leblanc, el controlador español de El Lobo en su etapa etarra, merece la simpatía del lector mientras manipula a Olson, de la CIA, y a Perry, del FBI. Leblanc es el mejor personaje, pero cae en el estereotipo de un George Smiley poco sutil y un viejo calavera que actúa cuan caracol entre las flores cuando Lambert hace acto de presencia.
La narración, si fuera únicamente enhebrada por los hitos, hubiera llevado a la imprenta un libro mucho más corto. Rueda, lejos de escribir algo de mérito para sus personajes, gira sobre lo mismo continuamente, sin saber cómo avanzar. El Lobo estará siempre rumiando sobre su último trabajo para La Casa, cómo se deshicieron de él enviándolo a la cárcel, cómo le impidieron ir al entierro de su madre y su apego exagerado por Karim; Lambert, quien ha de humedecer los calzoncillos de Rueda (contar los piropos que le dedica sería de una laceria insoportable), siempre estará con el asunto de Jim, su amigo/amante asesinado en Beirut por terroristas, desenlace del que acusa a Barret Olson, examante y superior jerárquico en la CIA, con quien solo sabe afilar la lengua; incluso Leblanc no es más que un hojaldre de páginas en las que se repite sin solución su historia con Lejarza durante su infiltración en ETA y su autoflagelación ante el abandono del CESID hacia su hombre. El resto de personajes son más primitivos y planos.
En su día me llamó mucho la atención la sinopsis de la novela, razón por la que la adquirí. Me la leí en unas pocas tardes y la he disfrutado pues es un producto que conozco y suelo consumir, pero hubiera deseado, quitando el hierro de lo anteriormente expuesto, tener entre las manos una historia española, una ficción desde el enfoque del CNI y no dirigida a contentar a las editoriales extranjeras con visos a una posible traducción y distribución en otros idiomas por “su familiaridad”. Señores, se puede anudar en la misma frase las palabras espionaje y España y nadie se pillaría los dedos. Solo cedo en que la novela de Rueda es entretenida, aunque no coge a nadie con el paso mal puesto con su desarrollo; incluso el “malo-maloso” es tan evidente como desastroso el desarrollo personal que el autor le dedica.
«El regreso de El Lobo» es una oportunidad perdida y se sirve del nombre de guerra de Mikel Lejarza para lanzar el anzuelo cerca de incautos como yo y vender. Esta historia habría funcionado igual si el protagonista hubiera sido un desconocido, un fruto de la imaginación, un Perico de los Palotes apodado La Ardilla. No sé si me explico. Otra cosa es el total de royalties que hubiera generado.
Una oportunidad perdida por agradar gustos ya aplanados.
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