Guardia de cómic: reseña a «Mara», de Brian Wood (guionista) y Ming Doyle (ilustrador)

Brian Wood (guionista)
Ming Doyle (ilustrador)
Jordie Bellaire (color)
IMAGE COMICS, Berkeley, 2013
EDITORIAL PLANETA, Barcelona
2014
6 grapas en tapa dura
ISBN: 978-84-16051-37-3
168 páginas
Relato distópico protagonizado por una adolescente mutante con el que se pretende homenajear a Superman y a la ciencia-ficción distópica. Lástima que su desarrollo y concepción no estén a la altura de lo anunciado

«Superheroína de diecisiete años en un deprimente futuro distópico». Así de fácil se podría resumir el argumento de este cómic, aunque no sea del todo exacto si queremos ser fieles a la verdad. La protagonista, como el personaje de Jonathan, interpretado por James Caan en «Rollerball», es una rutilante estrella de un equipo deportivo de fama mundial (voleibol en este caso), centro del foco de cámaras y televisiones a nivel global, poderosos patrocinadores y enloquecidos fans que pueden llegar al paroxismo con cada victoria de la atleta quien, al igual que el resto de sus compañeras, fue separada de su familia a los seis años de edad e internada en un campo de entrenamiento. Mara despuntó en deporte, así que su sino era desarrollarse en ese ámbito y convertirse en una incontestable campeona; el de su hermano gemelo, Mark, el de ser parte de la élite militar en una guerra atascada en las montañas de Asia Central.

Y tras una presentación demasiado familiar, el problema que se le presenta a Mara no es que destaque de tal forma que esté minando la conciencia colectiva impuesta a la sociedad por las corporaciones mercantiles de “trabajo en equipo frente a la individualidad”, sino que, sin más explicación (y es así), la protagonista se convierte en una especie de cruce entre mutante de la Marvel y Doctor Manhattan de «The Watchmen» (siendo que en estos casos sí sabemos su génesis como entes con poderes sobrehumanos).

Las sorprendentes y nuevas facultades de Mara se manifestarán sin previo aviso durante la celebración de un partido cualquiera, desplazándose la chica a una velocidad increíble, algo de lo que será testigo el mundo entero a través de la televisión. La campeona gradualmente irá cayendo en desgracia bajo la (estúpida) acusación de hacer trampas (aquí Wood podría haber sido un poco más profundo o menos necio), perdiendo fans y lo que es peor, patrocinadores que sostengan su alto y desahogado tren de vida. Entonces, Mara será el objetivo de los militares para ser convertida en un arma perfecta para una guerra fría en las sombras; un último recurso de destrucción total, una última garantía de supervivencia, pero que no se pliega a ningún gobierno o ideología mientras sus poderes se expanden hasta lo increíble o lo infinito (sin explicación, repito), así como su animadversión contra la Tierra y sus habitantes, a los cuales podría aplastar con solo cerrar el puño de la mano.

El relato nace a modo de homenaje a distintos títulos clásicos de la ciencia-ficción, desde «Superman», como modelo arquetípico de superhéroe y sobrehumano, a «Un mundo feliz» por la plena entrega del individuo al Estado, o «Fahrenheit 451» por la predominancia de la televisión, todo ello arrojado sin miramientos a una mezcla empalagosa de mutaciones descontroladas en una adolescente buenorra y la respuesta de repulsa de aquellos que se ven en inferioridad ante un ser todopoderoso y extraño (hilo conductor nada original y de desventurado desarrollo).

La narración contenida en la seis grapas de IMAGE (unidas en un tomo para la ocasión por obra y gracia de PLANETA), no lleva aparejada la posibilidad de ofrecer una lectura completa, satisfactoria y sencilla, pues Wood apenas razona o revela nada, como si creyera que no hiciera falta en ese sentido, pero inunda las viñetas con incontables cartelas que llegan a apabullar, con extractos de noticiarios, narraciones en off y pensamientos de la protagonista (muy al contrario de lo que sucede en una obra anterior del mismo guionista y que me parece sublime: «DMZ. Sobre el terreno» (2006)). Llega a ser agotador y desquiciante, más aún cuando se nos pone filosófico. Es como si Wood tuviera entre las manos un elemento inestable, como la propia Mara, y se ve incapaz de reducirlo al espacio planificado de maquetación; y esto no sería gran cosa si se hubiera acompañado por unas buenas ilustraciones, extremo que no se contempla en esta obra, pues el ilustrador, Ming Doyle, se ve hasta necesitado de un repaso urgente de anatomía humana en sus primeras páginas, por no decir que debió perder todas sus reglas o no tenía ganas de bajar a la papelería para comprarse una, aunque fuera una para hacer los trazos de edificios y vehículos, todos deformes y como con abolladuras.

Los hay que han alucinado con esta serie, pero, tras leer sus reseñas, considero que ven más lo que Wood ha dejado fuera (aceptándolo de forma tácita) que lo que está dentro de las viñetas. El resultado es decepcionante a pesar de que la sinopsis de contraportada puede picarnos la curiosidad y engañarnos para que nos llevemos el tomo a nuestra casa.

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