Guardia de cine: reseña a «El caso Sloane»

Título original: «Miss Sloane». 2016. 132 min. EEUU. Drama político. Dirección: John Madden. Guión: Jonathan Perera. Reparto: Jessica Chastain, Mark Strong, Gugu Mbatha-Raw, Alison Pill, Michael Stuhlbarg

Lo interesante de la cinta es que se trata de levantar el telón tras el que se desenvuelven los grupos de presión, su motivación y funcionamiento interno, así como mecanismos de influencias económica y mediática sobre la considerada como Democracia más grande del mundo

Cada vez que se elige Presidente y Cámaras alta y baja en los Estados Unidos de América, su eco llega hasta nuestros noticiarios, al igual que cuando se está debatiendo una Ley que afecta de algún modo a los que no vivimos precisamente al Norte de la frontera del Río Grande. Hablo de los lobbies que, en castellano, se ha sabido traducir como “grupos de presión”. Son de sobra conocidos los del petróleo y tabaco, así como unos que reaparecen cada tantos meses, con motivo de alguna matanza en institutos u otros lugares: los de las armas de fuego y defensa de la Segunda enmienda.

Con estos últimos son con los que se da pistoletazo de salida a este thriller político protagonizado por Jessica Chastain en el papel de Elizabeth Sloan, una lobista astuta y retorcida que deja las enseñanzas de «El Príncipe» de Maquiavelo a la altura de libro para niños de preescolar. El fin justifica los medios en una brutal partida de ajedrez.

Lo interesante de la cinta es que se trata de levantar el telón tras el que se desenvuelven estos grupos, su motivación y funcionamiento interno, así como mecanismos de influencias económica y mediática sobre la considerada como Democracia más grande del mundo. Y uno da gracias al Cielo de que aquí, viendo de qué palo va el personal, su presencia sea discretísima.

Se toca el siempre peliagudo tema del control de las armas de fuego como Ley Federal, un constante tira y afloja desde las altas instancias con una soga dividida por el pañuelo de la Segunda enmienda a la Constitución: el derecho a portar armas, unas líneas escritas tras la libertad de expresión y de prensa, y que se consideran, por el motivo que sea, más importantes que las primeras. Un derecho que obedece a la época en la que concibió, con un Ejército regular y una policía inexistentes; los ciudadanos debían protegerse a sí mismos en un clima de plena inseguridad, sobre todo si eran arrojados pioneros que se echaban la vida por montera y se plantaban en el Medio Oeste. A ello se ha de sumar el texto contenido en el juramento a la nación: todo ciudadano está obligado a defender el país de cualquier agresión, externa o interna (doméstica, si queremos ser literales).

Las consecuencias de esta Enmienda y Juramento en un entorno inicial de falta de tradición nacional de Ejército, favorece la conservación de tan discutible derecho en nuestros días, y que se den casos de familias de contados miembros provistos con un arsenal que ya quisieran muchos cuarteles.

Cada norteamericano tiene el derecho-deber de defender por sí mismo a los Estados Unidos de América, algo que no debemos confundir con otra figura legal como nuestro extinto servicio militar obligatorio, que también se concebía como derecho-deber.

El guión de «El caso Sloane» gira entorno a una ley que limite el acceso a las armas, no que lo impida, con un examen previo de antecedentes penales de los sujetos intervinientes en la compraventa. En contraposición se aduce la protección del individuo ante toda inmisión a su esfera personal y privada, algo que no se corresponde con todos los tipos de delitos a los que uno puede ser enjuiciado en ese país. La libertad siempre ha de quedar por encima de la seguridad, como defendería Benjamín Franklin.

La protagonista, con esa patina psicopática, es la que permite a los artífices de la historia se liberen de la tentación de hacer el imbécil y echar mano a la ñoñería barata de pancartas anti-NRA o manifestaciones sobradas de pañuelos de papel, explotando el dolor para exprimir nuestros corazoncitos de planos espectadores. Liz Sloane es la pieza capital para la trama, más que el debate de las armas; a fin de cuentas, lo que se narra es una venganza contra la corrupción de Washington, caiga quien caiga, con una previsión que puede rallar el absurdo, pues cuesta ser creíble. Sloane es presentada al comienzo como cabeza a machacar en una comisión de investigación por supuesta vulneración del código ético de la Cámara; pero el círculo que se va cerrando desde entonces es tan limpio que no tiene visos de realidad, como si alguien pudiera engañar a tanta gente y urdir semejante plan y que, encima, le saliera tan bien.

El final es brutal tanto por las palabras del discurso de Sloane ante la presidencia de la comisión, como por las consecuencias políticas para un estamento sólido en apariencia, pero podrido por dentro.

«El caso Sloane» denuncia los tejemanejes de los lobbies más agresivos, sin llegar a criticar al resto, pues, reconozcámoslo, hasta los más humildes y bienintencionados actúan gracias al impulso que les da el motor del dinero y el interés, no por el compromiso social o político.

Aunque nos rechinen los dientes cada vez que sale proyectada en la cabecera la palabra “política”, ésta es una película sobresaliente por el personaje de Jessica Chastain, dotada de una gran capacidad de réplica y juego, por su deseo oculto de convertirse en una diosa de la destrucción

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