Guardia de cine: reseña a «Blade Runner 2049»
Título original: «Blade Runner 2049». 2017. 163 min. EEUU. Ciencia ficción. Dirección: Denis Villeneuve. Guión: Hampton Fancher, Michael Green. Reparto: Ryan Gosling, Harrison Ford, Anna de Armas, Jared Leto, Sylvia Hoeks, Robien Wright, Mackenzie Davis
Una secuela impactante pero vacía de poesía. Una película con un metraje considerable en el que quedan colgando muchos flecos
Una secuela impactante pero vacía de poesía. Una película con un metraje considerable en el que quedan colgando muchos flecos
No debe haber título que le haga sombra a «Blade Runner» en el dudoso mérito de ser la cinta con mayor número de versiones ofertadas (siete en total). Con voz en off, sin voz en off, con final feliz, sin final feliz, con tal o cual detalle que te haga dudar sobre la naturaleza de Deckard, etc. Una obra impactante a nivel visual y sonoro que adaptó muy libremente la novela «¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?», de Philip K. Dick (aunque a este le encantara el escaso metraje que se le mostró semanas antes de fallecer).
Aunque película de culto, fue un rotundo fracaso en 1983. Ridley Scott, que se las vio canutas con la producción, fue tachado por la crítica de efectista y el público le daba la espalda, saliendo de las salas casi sin haber comprendido una jota del argumento o de lo que sucedía. Aparte de todo esto, el universo extraído de la novela friccionaba quizá con la concepción de la ciencia ficción más arraigada a nivel cultural popular tras 1977 y aquella Guerra de las Galaxias. Un futuro distópico, como tantas veces se había filmado en la anterior década, pero bañado por una eterna lluvia radiactiva y una nostalgia hacia una vida pasada sobre la que se duda acerca de su veracidad (muy Dick); sucio y decadente, en el que el Hombre había prácticamente asesinado toda vida sobre la Tierra y lanzado a las estrellas, sirviéndose para ello de unos seres humanos creados para ser esclavos, con una función determinada y una longevidad ridícula.
En la adaptación cinematográfica se perdieron muchos detalles de la novela original, pero se presentó a los replicantes (andrillos), de una forma más comprensible; todo ello para trasladar las obsesiones de Dick respecto a distintas realidades psíquicas alternativas y la queja amarga del ser creado hacia su dios, Tyrrell, sobre el porqué de una vida tan miserable y corta.
Pasados tantos años, en un futuro continuista al mostrado por Scott a comienzos de la década de 1980, el agente replicante K, un blade runner encargado de perseguir y retirar a los suyos, llega a una extensión, en las afueras de Los Ángeles, donde medran granjas de producción de proteínas. El lugar escogido para aterrizar es, cuanto menos, inquietante, destacando un gran árbol blanco seco. Allí K se enfrentará a un replicante que había vivido aislado y en paz, y lo que le dice antes de morir es lo que comienza a mellar al agente, más si cabe al descubrir una inscripción en la corteza muerta y el enterramiento de una mujer replicante que había muerto al dar a luz.
Si en la primera cinta la cuestión replicante se encontraba en su limitada longevidad, aquí se nos presenta la posibilidad de que unos humanos mejorados genéticamente se reproduzcan de forma natural, como parece que hicieron Rachel y Deckard, poniendo en riesgo a la cúspide de la evolución. Es entonces cuando comienza una extraña carrera para descubrir la identidad del niño nacido de replicante.
La película, larga como pocas, presenta un universo conocido (el primer minuto es una copia del título ochentero), sin saturaciones tecnológicas de nuestra realidad alternativa, pero conduce a varios callejones sin salida a través de sus distintos personajes. Mantiene la pátina noir y hasta pretende rescatar el personaje literario de la esposa de Deckard con la inteligencia artificial de nombre Joi (Ana de Armas, con quien se emplearon a fondo los de diseño de vestuario), quien presenta en sí un nuevo debate sobre un siguiente paso evolutivo, pero poco más, en un metraje que se me ha antojado como silencioso en unos pasajes y fútilmente ruidoso en extremo en otros, habiendo sido el trabajo del gran Hans Zimmer bastante mediocre en comparación al de Vangelis.
Los personajes que pueblan este futuro no llegan a anudar un vínculo narrativo firme con la trama, siendo que o mueren de forma anticipada (la teniente Joshi o Joi), desaparecen de escena sin casi haber aportado algo (Niander Wallace) o se limitan a liarse a mamporros (Luv, quien parece un desquite de Scott, en la sombra ejecutiva, respecto a Rutger Hauer, quien eliminó, con su influencia, del metraje original toda coreografía marcial, pasando la pelea final entre Batty y Deckard a una especie de juego del gato y el ratón). El silencio es todo lo que queda para ellos, siendo que la muerte de K o Joe, como termina haciéndose llamar, aun con la pieza sonora de Vangelis que enmarcó las últimas palabras de Batty, no nos llegar a decir nada. Incluso nos preguntamos por esa rebelión o revolución de replicantes, cuando los títulos de crédito nos atropellan.
La cinta se mantiene lineal, con cierta tensión, pero sin que tengamos muchas dudas a la hora de identificar correctamente quién es en realidad el vástago de Rachel y Deckard. Apenas queda nada de esa enigmática poesía de 1983. ¿Volvería a ver «Blade Runner 2019»? Sí, aunque sentiría de nuevo ese vacío, no de incomprensión, como en aquella lejana producción, sino de corte con tijeras de guión bajo una abrumadora saturación visual.
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