Guardia de cine: reseña a «Los hombres que miraban fijamente a las cabras»

Título original: «The men who stare at goats». 2009. 93 min. EEUU. Comedia. Dirección: Grant Heslov. Guión: Peter Straughan (basándose en la obra de Jon Ronson). Reparto: George Clooney, Ewan McGregor, Kevin Spacey, Jeff Bridges

Una comedia diferente, absurda, con una lectura tan positiva como el que todos nos enfrentamos a un mundo que podemos cambiar para bien

Nos formulamos preguntas continuamente. Ciertas voces autorizadas aseguran que tener conciencia de esta tan, en muchas ocasiones, molesta realidad es lo que en verdad nos diferencia del resto de los animales; nada tiene que ver el saber emplear herramientas y sacarle filo al sílex. Preguntas para las que mendigamos respuestas inalcanzables a pesar de ese desarrollo cerebral que nos ha hecho más inteligentes, pero que nos ha dejado desamparados en mitad de la Naturaleza.

Hemos ido perdiendo el contacto con esa vida primigenia y con sus signos y advertencias. Un gato huirá horas antes de que un tsunami arrase su hogar y sus dueños se darán cuenta demasiado tarde. ¿Qué y cuánto hemos arrancado de nuestro ser en este azaroso camino de los elegidos por la mano de Dios en la Creación? Y, claro, entre tanto interrogante se dispara la imaginación hasta territorios fértiles y fangosos, donde medran disciplinas como la paranormal, con ciertas habilidades que han de existir en ciertos y especiales individuos, no lo dudo, capaces, quizá, de estar desempolvando un poder olvidado o mermado por una mutación genética, pero común en la Naturaleza, encumbrados en silencio entre los caminantes hacia una frágil superioridad. Y no estoy hablando de los consabidos e inevitables charlatanes de feria, que emergen de sus madrigueras con cierta periodicidad en las secciones de anuncios por palabras.

En este film no nos hacemos este tipo de preguntas, aunque parezca junto lo contrario. Se plantea una presentación cómica, casi ridiculizante en primera instancia, de una unidad de las Fuerzas espaciales del Ejército de Tierra de los EEUU dotada con efectivos provistos de supuestos poderes parapsicológicos de diversa índole, para trasladar el texto de la novela firmada por Jon Ronson, el cual toma prestados algunos detalles de realidad documentada.

El protagonista es el periodista Bob Wilson, el típico tío encajado tras una mesa, encadenado a una vida rutinaria y gris, convencido de que es feliz y que lo tiene todo; incluso le parece normal entrevistar a chalados para “animar” el periódico de vez en cuando. Sin embargo, Wilson es un ingenuo y un hecho como el que su esposa lo abandone por su jefe es suficiente para que comience a correr como pollo sin cabeza. Son los primeros meses de la segunda guerra del Golfo y Wilson decide cubrir el conflicto, poniendo de su bolsillo todo lo necesario para un equipamiento básico y un billete de ida. En Irak, por si fuera poco, es ninguneado por los veteranos y, en su desesperación de Martini kuwaití, necesitado de algún titular contacta con un taciturno contratista quien resulta ser Lyn Cassady, uno de los integrantes originales del Ejército de la Nueva Tierra y que se ha desplazado hasta el país árabe en busca del comandante Bill Django, un excéntrico oficial obsesionado con crear una unidad que podría ganar guerras sin usar armas, quien contó en su día con el apoyo incondicional de un general fanático de “Star Wars” y las monografías de parapsicología. Así es como Wilson comienza a vivir su propia aventura mientras se empapa con la Historia de los guerrero jedi de Django y empatiza con su doctrina.

El argumento es antibelicista, que no antimilitarista. Es una comedia que, no pocas veces, cuesta un poco comprender y tomársela “en serio”, sobre todo por su falta de credibilidad en las escenas de la propia unidad del Ejército de la Nueva Tierra ejercitándose a la vista de todos en Fort Bragg o, llegados al final, cuando más que un atracón de LSD lo que me parece es que se dan uno de THC. Aún así, es una crítica hacia el giro que dieron los EEUU tras el 11-S en materia internacional (también doméstica), dejando a un lado la neutralización para optar por la destrucción para, luego, construir con renglones torcidos.

Tanto la guerra de Irak como el Ejército de la Nueva Tierra son excusas mutuas donde se amarra el cabo de la historia. Un sendero por donde el protagonista aprende a caminar, a seguir con vida y superar lo que parece imposible, incluso atravesar paredes. Que Wilson se imbuya del espíritu jedi (ya tiene coña siendo Ewan MacGregor quien encarna a Wilson), por encima de las risas que nos podamos haber echado a costa de Django y los demás (risas que solo están aseguradas si queremos ver el absurdo), es justo aquello por lo que los guionistas sueñan que haga la sociedad norteamericana. Wilson, quien tras su experiencia iraquí regresa a la rutina, a la realidad, a la mesa-escritorio, es consciente de los réditos que ha obtenido gracias a Cassady y Django: tiene un mundo para cambiar y está dispuesto a hacerlo.

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