Guardia de televisión: reseña a «Stargate Origins: Catherine» (2018)
La patada en la entrepierna que se hace a la película original y a «Stargate: SG-1» es tal que solo puedes poner los ojos en blanco
No sé si hago bien en dedicar mi tiempo a la hora de reseñar esta serie compuesta de diez microcapítulos de 8-10 minutos que, reunidos, apenas cubren el metraje de una película de duración normal. Un producto olvidable y que tiene poco de bueno que contar.
«Stargate». Solo esa palabra nos sirve para que hagamos volar la imaginación hasta 1994, tan solo llevados de la mano de la teoría de los alienígenas ancestrales que Roland Emmerich exprimió para crear una de las películas "recientes" de ciencia-ficción más recordadas, aunque lo mejor siempre me pareció que se quedaba a este lado de la puerta estelar. Luego vinieron muchos productos y subproductos de distinto pelaje (yo diría que siempre yendo en picado), hasta este Origins, centrado en la figura de Catherine Langford, la hija del descubridor de la puerta.
Pues, oye, no parecía malo saber algo de los avatares en los que se vio envuelto el artilugio entre el año 1929 y la misión protagonizada por Daniel Jackson y el coronel Jack O’Neill. Pero esto no, por Dios.
El despropósito es tal que sirve únicamente como excusa para meter a los nazis, que tienen que estar en todo, y algo de amor homosexual, tan de moda de un tiempo para acá. Tras un arranque hasta interesante, si obviamos la caricatura constante que se hace de los protagonistas y la más desaforada del malo, se nos traslada, con los exiguos medios de producción (no hablemos ya de los efectos especiales, simplemente bochornosos), al planeta Abydos, aunque creíamos estar en otro sitio por ese rollo del palacio de la diosa Aset. La patada en la entrepierna que se hace a la película original y a «Stargate: SG-1» es tal que solo puedes poner los ojos en blanco; y las tonterías que se suceden una tras otra para encauzar esa patada hacia una relación directa con los hechos encabezados por Jackson y O’Neill (algo que ya no tiene nombre), son tan lamentables que este guión bien se lo podrían haber metido en un cajón, cuando no por determinado sitio del cuerpo humano.
Y los actores, ¡oh, Dios! ¿Cómo no se arruinaría la empresa de casting? Mejor lo dejamos aquí.
Con lo dicho, si os encontráis con esta obra, hacedme caso: “corred, insensatos”.
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