Guardia de cine: reseña a «Las hijas de Drácula» (1974)
Tetas por doquier, escenas lésbicas, sexo y mucha sangre en los ataques, muy en la onda de la filmografía del barcelonés José Ramón Larraz
Aún sin reparar en el poco sutil cartel de la película, la primera escena en la que dos jóvenes amantes, totalmente desnudas, se están dando el lote es señal más que suficiente de que esta película de terror está más cerca del género erótico (y festivo) que de otra cosa. Las tetas, los culos y las rozaduras serán exhibidas con una generosidad exponencial y matemática.
Esas bellas mujeres de las que hablo serán asesinadas a punta de pistola sin agotar el primer minuto de metraje y encarnarán a las vampiresas de este pequeño cuento en el que se dejan muchos interrogantes en el aire, por ejemplo, cómo se convierten en criaturas de la noche, si es que en realidad lo son. Me explico: al contrario que la tradición, estas vampiresas no usan colmillos para herir y desangrar a sus víctimas, sino que emplean medios más de andar por casa, como cuchillos o cristales rotos. Tampoco existe una vinculación con el vampiro por excelencia y del que el título en castellano hace referencia, más allá de una burda operación de márquetin y de que en la bodega haya un excelente vino procedente de los Cárpatos. Es más, uno hasta se hace la pregunta de si son en verdad una especie de espectro vengativo que se nutre de sangre únicamente por placer sexual y no por necesidad, y el término vampiro sea una excusa para atraer al público que quiera mezclar fluidos.
Fran y Miriam, los nombres a los que responden las vampiresas, son un par de damiselas en aparente estado de fragilidad y que hacen autostop en una carretera secundaria de Escocia esperando que algún hombre sobrado de tiempo y excitación, pase con ellas la noche en una mansión enorme y abandonada. El hombre que caiga en sus garras será encontrado muerto al día siguiente, atrapado entre el amasijo de hierros en el que se ha convertido su automóvil tras un brutal impacto contra uno de los cuantiosos árboles que jalonan la carretera (sorprende que a ningún policía le parezca raro que haya subido tanto el índice de accidentes mortales en aquella vía y que todas las víctimas vayan sino total, sí casi desnudas y hayan muerto desangradas y no por traumatismos).
Y todo parece ir genial para las dos amantes, hasta que una joven pareja, John y Harriet, aparca su caravana cerca del perímetro de la mansión y perturba el tranquilo coto de caza de las vampiresas. Harriet inmediatamente sospechará de las dos mujeres, tras cruzarse con ellas en la carretera mientras una hacía autostop y la otra se oculta entre la arboleda. ¿Quiénes son esas dos mujeres y qué hacen en esa mansión con los hombres que llevan allí casi cada noche? ¿Por qué cada mañana salen a la carrera, dirección a un cementerio? John quiere quitarle a Harriet todas estas preguntas de la cabeza, aconsejándola que no se meta donde no la llaman.
Y a Harriet se le unirá Ted, una de las víctimas de Fran, quien adoptará un rol como el de Jonathan Harker cuando queda recluido en el castillo de Drácula. Pero Ted es otro personaje que genera algunos interrogantes que no serán respondidas, como el hecho de que el recepcionista del hotel en el que se hospeda cree reconocerle de una vez anterior, aunque el recién llegado lo niega con brusquedad.
Tetas por doquier, escenas lésbicas, sexo y mucha sangre en los ataques, muy en la onda de la filmografía del barcelonés José Ramón Larraz (quien firma como Joseph Larraz). Una película que él mismo guioniza (bajo seudónimo) y dirige y que, como ya dije, deja demasiadas cuestiones sin solventar, más si cabe con ese final que podría hacer creer que lo vivido ha sido solo una grotesca pesadilla.
Otra de las películas de Larraz que sirven para pasar un rato y a la que cuesta darle un aprobado a pesar de lo atractivo que pueda tener en general.
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