Guardia de literatura: reseña a «Siete años en el Tíbet», de Heinrich Harrer

Título original: «Sieben
Jahre in Tibet»
RBA Promociones 
Editoriales SL, Barcelona
1998
ISBN: 84-473-1355-7
218 páginas

Una crónica de viajes y descripción cultural que nos acerca a un país desconocido en los preludios de la invasión china

Me apostaría algo bueno a que todos aquellos que acaben leyendo estas notas, al igual que yo mismo, supieron de la existencia de este libro por culpa de su adaptación al cine, en 1997, con el agraciado rostro y porte de Brad Pitt en el cartel (que en nada se parece físicamente a Harrer), quien, por entonces, conseguía papeles a cambio de llenar salas de proyección con féminas y no féminas que se pirraban por sus huesos. Y, claro, esto provocó que una crónica de viajes y descripción cultural sin comparación desmereciera a mis ojos. Por si fuera poco, eran los tiempos del falso postureo de Hollywood y otros con el Dalai Lama: apretón de manos, sonrisita y foto. Todo ello metido en la coctelera, me empujó a salir corriendo hacia cualquier punto cardinal que me alejara del llamado “Techo del Mundo”.

Mi interés por «Siete años en el Tíbet» prendió cuando, durante el trascurso de un programa repetido de «La Casa de Empeños», un vendedor llevó una edición muy limitada (de 300 copias) y especial de la obra y que, sin ánimo de ser burdo, a punto llevó al orgasmo a la tasadora de libros Rebecca Romney. Luego, como guiado por la Providencia, encontré una versión de segunda mando a un precio de risa (1,00 €), en una librería local. Me dejé vencer por la tentación.

Pero «Siete años en el Tíbet» ha sido un título que he ido leyendo sin mucho tino a lo largo de una infinidad de meses, sumando un par de años en total. He ido pasando sus páginas a medida que el buen tiempo se instalaba en estas latitudes y me podía sentar en un banco del río y dedicarme a la lectura, aunque fuera por unos contados minutos.

Los capítulos de la obra de Harrer son cortos y la extensión total lo configuran como un libro que se puede devorar de un par de sentadas, pero el texto me resultó muchas veces árido, sin que esto reste importancia a este documento personal, histórico y etnográfico, a través del cual el autor va desentrañando sus peripecias desde que, formando parte de una expedición alemana (una de tantas para demostrar el origen de la raza aria) a la Nanga Parbat, “la montaña devoradora de hombres”, es capturado, se evade de un campo de prisioneros tras varios años de cautiverio y huye de las autoridades británicas hasta alcanzar el reino del Tíbet, no sin pocos sinsabores debido a la climatología, los bandidos, al choque cultural y a la burocracia de un estado anclado en el Medievo. El interés se aviva cuando se alcanza el tramo final, cuando Harrer inicia relación de profesor y confidente con Tenzin Gyatso, el decimocuarto Dalai Lama, un niño que encierra en su cabeza una gran sabiduría, un dios-rey cuyos dominios acabarían siendo tomados por la avaricia de la China de Mao tras una guerra de “liberación”.

La descripción de los lugares, sobre todo durante la huída de Harrer y sus compañeros del campo de prisioneros, resulta pesarosa, más si el lector no se deja acompañar por algún material gráfico. No servirse de una enciclopedia ilustrada acaba por producir la errónea certeza de solo estar viendo un terreno pedregoso y estéril coronado por inalcanzables cimas nevadas, sin ningún detalle que haga un paraje distinto del anterior o del que le sucede. Otro tanto sucede con los monasterios y las ciudades, o con la vestimenta. No te lo puedes imaginar. Ésta que he leído es una pobre edición publicada para la ocasión dentro de una colección de “Grandes éxitos”, es decir, inspirada en entonces recientes películas que obtuvieron cierto bombo y platillo en taquilla y que eran adaptaciones de obras literarias de todo corte y pelaje; por tanto, carece de apoyo fotográfico alguno.

La ausencia de ese soporte es un mal común en muchas ediciones de crónicas de viajes y, aquí sí, una imagen vale más que mil palabras. Y el apretar la letra y ajustar los márgenes hasta la extenuación otro mal de las publicaciones baratas.

Reconozco que no he disfrutado del título como debería por culpa de mi intermitente lectura. Tanto es así que me cuesta trasladar estas ideas al papel y, después, al procesador de textos. Creo que he de asumir el compromiso de enmendarme y de abordar «Siete años en el Tíbet» nuevamente en un futuro cercano, haciéndole justicia. Ya veremos hasta qué punto varía mi visión de este título.


 

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