Guardia de cine: reseña a «Malos tiempos en El Royale» (2018)
Hay que profundizar en la historia para desvelar los motivos de cada uno y su posible desenlace, y esa es su virtud
Si no fuera por los meridianos títulos de crédito y por la falta de profundidad en los diálogos, esta película podría pasar por una de las enmarcadas dentro de la filmografía del director Quentin Tarantino. La propia trama y la presentación de los personajes, así como su desarrollo violento, pueden llegar a confundir al espectador o, al menos, a creer que estamos ante una imitación, no mala, por cierto. Incluso la banda sonora es muy Tarantino, aunque bien es posible que éste cogiera prestadas algunas piezas para su «Erase una vez en Hollywood».
En el particular hotel El Royale, en el lago Tahoe, se reúnen unos individuos sin relación entre sí, pero que guardan secretos que afectan al resto. Un comerciante de aspiradoras que en realidad es un agente del FBI; un ladrón con Alzheimer que se ha disfrazado de sacerdote católico para poder recuperar un botín que su hermano enterró diez años atrás; una cantante negra que aspira a cambiar su destino y que es confundida con una prostituta; y una hippie que ha secuestrado a la anormal de su hermana pequeña para alejarla del líder de un grupo que bien se puede etiquetar de secta sexual. Y ante ellos se presenta un gerente un tanto anodino, carcomido por el sentimiento de culpa y no solo porque, siguiendo órdenes de los propietarios del hotel, se dedique a filmar, al otro lado de espejos trucados, lo que pasa en las habitaciones cuando se hospeda algún poderoso y famoso que da rienda suelta a sus más bajos instintos entre esas cuatro paredes.
Y cada uno de los personajes tiene su propio hilo, presentado a modo de capítulos, que van convergiendo a medida que la noche se extiende fuera, cae la tormenta y la violencia crece hasta que aparece Billy Lee, el carismático líder hippie que va en busca de lo que le han “robado”.
Tal y como va siendo planteado, hay que profundizar en la historia para desvelar los motivos de cada uno y su posible desenlace, y esa es su virtud. La película está muy bien. Nunca decae y mantiene todo su suspense a cada minuto, pero el rezumar a un Tarantino que no llega a tal punto es un defecto, no de por sí, sino del propio espectador embrutecido.
Todos los personajes tienen su toque que los diferencia y que se descubren como algo que no aparentan, acaso la hermana menor hippie, cuya psicopatía es notoria. Cada actor es capaz de insuflar de vida a sus roles, aunque bien es cierto que Jeff Bridges se los come a todos, aún con su sola presencia.
Tardé mucho en decidirme a ver esta cinta y me arrepiento de no haberme plantado ante la pantalla mucho antes.
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